martes, 27 de octubre de 2009

En Moya, en la Casa-Museo del poeta Tomás Morales


Francisco, Luz María y Manuel (Fotografía M.C. Barri)
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En Moya, en la isla de Gran Canaria, se halla la casa natal del poeta modernista Tomás Morales, que el Cabildo de la isla ha transformado en Casa-Museo. La Casa, espléndidamente dirigida por Maria Luisa Alonso, fue el escenario de la presentación de los libros que obtuvieron los premios durante el pasado año. "Las islas en noviembre" del sevillano Manuel Jurado López, "Ciudades" de Luz María Cabrales, colombiana residente en Madrid y "Desnudo de pronombre" de Francisco Caro.

Hicieron la introducción Luis Natera, poeta y profesor y Francisco Quevedo, de la Universidad de Las Palmas.

Los libros han sido editados con mimo, con cuidado.

La fotografía ha sido realizada durante la lectura de poemas por parte de los tres autores

jueves, 22 de octubre de 2009

Antolín Amador y Aute en Alcorcón

Los dos (Foto de Cristina F. Zambrano)
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Ayer, día 21, se celebró en Alcorcón un acto para presentar la revista "LA HOJA AZUL EN BLANCO" que editan los amigos de "Verbo Azul". Estuvo Luis Eduardo Aute, un poeta que a veces pinta y en otras canta. O viceversa. El pasado domingo, por ejemplo, hizo lo segundo durante casi tres horas en el mismo Alcorcón, sin cobrar un duro euro. El buen recaudo a benefico de la ONG del común amigo Teo Rubio, del gremio. La revista también se presentó, no me olvido, sin eclipse de Aute y antes que él leyese sus poemilas de animaLhadas. Aunque después del audioviso de Antonio Pascual. ¿Noté ausencias?

Antes de todo, le regalaron, los de VA, un libro de arte a Cristina F. Zambrano por el asunto de la maquetación y el altruismo militante, luego leyeron algunos de los que participan en el número 13 de LA HOJA. Leyó Vicente Martín, sorprendido y con urgencias milanesas, leyó Antolín Amador un poema surgido de mi pueblo, que me nombra, y que por eso coloco ad yuso, leí, leyó Hortensia Higuero sobre árboles que fueron, Isabel de Miguel de cierta lluvia, Antonio Pascual, Ana Garrido y Juanjo Alcolea. No sé si más. Ana G. preparó a Aute para la lectura.

Y Aute habló. Libro gordo, poemas delgaditos. Con humor, con ironía rabiosa, rabosa, con desparpajo ateo, colateralmente poco belicista, desgastado de cielos y de celos, disciplinario observante del idioma, ¿irreverente? Leyó. Gustó. Cerró el grueso tomo. Se dispuso al sacrificio de las firmas, de las fotos. Lo sabré yo. Y Cristina. Y Antolín, preso por el encargo de su tío.

Bajo el agua soñada, la manada caminó hasta la hostería. Brebajes. El reconocimiento de las amistades. Dos a tres en la tele. A casa.

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Por ejemplo

Soy desurbanizable, lo ha descubierto Caro.
Todo es posible “donde La Mancha ondula” y llueve,
donde las nubes
posan sus nalgas sin vergüenza
y el otoño se vierte talentoso.

Los números aquí pueden escribirse en piedra,
los libros fosilizan,
el río pierde el tiempo
desnudado de orillas y semáforos
y el viento...
el viento es un Don Juan que ronda a Julia
en los alrededores del pantano.

La colosal Castilla resumida
en 560 kilómetros de edad
y el nervioso color de los madroños.

Digamos, por ejemplo, Piedrabuena.

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lunes, 12 de octubre de 2009

VELADA EN ALCALÁ DE HENARES

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El pasado viernes, 9 de octubre, se celebró en Alcalá de Henares la entrega de premios "Ciudad de Alcalá" que atiende a diversos escenarios de la creación artística. El acto contó con la presencia de Ainhoa Arteta que recibió el premio de honor. Excepcional artista y persona capaz de generar un ambiente cariñoso y amable en su entorno. Por ello, y a su alrededor, los diversos galardonados fueron capaces de de sentirse confiados y dicharacheros en una situación que normalmente tiende a la protocolaria frialdad de las formas.
Primero en el Salón Teatro Cervantes y luego en el reciente Parador de Turismo de la ciudad, fue posible que María José Aranguren y José González Gallegos, arquitectos del citado Parador, pudieran hablarnos emocionados de un proyecto rupturista, receptivo, elegante y limpio de formas; en su compañía recorrimos el Jardín Tallado que corona las habitaciones, los dos claustros -piedra caliza y cristal- las voces de la madera, las soluciones del agua, la paz de los colores. Pudimos escuchar la decisión abierta de Juana Cortés por la palabra que cuenta, que vive entre su ropa, que alborota su cama, que embarduña las paredes de su casa, pudimos saber que compartimos en Alcorcón la voz colmena de Carmen Feito. Allí también los silenciosos ojos de Ralf Pascual, serenos, escudriñantes, como flores de nitrato de plata. Alli la mineral altura colorista de Klaus Ohnsmann, alemán de Becerril de la Sierra, pincel fugitivo y libre, de elevada sonrisa, amigo de mis amigos manchegos. Allí García Gascón, periodista de raíz, inteligente, educado, poeta también.

Fue una tarde-noche donde rondó el cariño. Nos veremos otra vez. Juana y yo presentaremos juntos nuestros libros, allá por el próximo abril. Nos veremos. Paco Valladares y Nogales Herrera nos ayudaron con cervantina delicadeza. Un tallado aluminio de Jorge Varas servirá de alcancía para el recuerdo.


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LUCA PINARDI

Volvió a Florencia
-desde Malta y huido de la fiebre-
antes de que nombrasen
gonfaliniere a Cosimo

lo busqué cuando supe
que envejecía cerca de mi casa

dos jóvenes esclavos de Tunicia
cuidaban su taller de mármoles y olíbano

le vi arrancar
a golpes de su mimo la foscura
de pórfidos y jaspes: veneraba las formas
y la belleza lánguida, morada,
que sabía en los ángeles desnudos

con lágrimas habló de exilio y cicatrices,
de huertos y de junios
antes que lo cubriera con esmalte la muerte

bien sabe que le guarda mi memoria
goteante su gusto
antiguo de caoba por lo efebo.

(De "Cuaderno de Boccaccio")

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cristina Cocca, la palabra


Cristina Cocca, es una poeta de recia intimidad, volcada siempre en los veneros por donde la caricia y las ausencias manan; sabe poner en la palabra una espiral contenida de lirismo. Así lo debieron apreciar en el premio "Poeta Mario López" que le fue concedido en 2008 con su libro Mujer de esta memoria. Libro al que tuve la oportunidad de prologar. Hoy quiero, porque es de justicia, dejar aquí constancia de aquel prólogo al que titulé


Rumor de Nostalgia


No siempre la nostalgia es un camino, a veces es lugar, a veces nos ocupa estaciones enteras. Pero siempre es fuente, murmullo entre las piedras de unas aguas que dudan entre acercarse a nosotros o esperarnos. Después de muchos libros, tras tanta poesía, Cristina Cocca, poeta repartida entre dos tierras -España y Argentina, donde nació- poeta de claro decir, cuya obra ha sido valorada innumeradamente por jurados y críticos, ha decidido acercarse al manantial, a la fiebre de un rumor que nunca cesa, que no es sino escribir en los salinos senderos con los cuales la memoria acude a la memoria, a la fragilidad.

Cristina ha querido en este libro, aprovechando las horas que a veces discutimos a la soledad, buscar sobre las aguas del mar la ruta, la corriente que la devolviera hasta la orilla americana, a los acantilados colores de los óleos, a los cuadros que el padre le pintara, a las dulces mareas, a la música que abría baúles maternales en las doradas mañanas de los domingos. Y en aquel hontanar, que fuera lecho / remansaban su cauce las caricias.

Pero Mujer de esta memoria es un libro que no se puede levantar sin dolor. Tampoco sin alegría, porque cuando la voz escarba cerca del vientre desata la ternura en vendavales. Es entonces cuando descubrimos a la poeta, a la mano que sabe de los materiales con los que dominarlos, con que traerlos al poema. Cristina sabe de una palabra tan coloquial y amiga, tan de todos y tan suya, como aquellos escolares lápices que mordíamos para hacerlos todavía más nuestros, más solamente nuestros; sabe de un verso que busca la paciente promesa de la melodía, de un verso que subraya tembloroso cuanto el ayer le dicta, y sabe también que el poema debe ser emoción que nos erice, y el cuenco donde quede guardado el testimonio de la provocación que lo hizo surgir. Que no es sino el rumor de la nostalgia.

Con tales materiales está construido el libro con el que Cristina Cocca ha conseguido el Premio de Poesía Poeta Mario López del año 2008. Lean estos 16 poemas como quien se deja mecer por una antigua brisa porteña, porque es allá, junto al Mar del Plata, a donde la autora quiere llevarnos. Y de donde nos regresa. Con ella por el mar, con el mar, en el mar. Porque la inmensidad atlántica no es sino el territorio de espejos en donde atreverse para añorar, donde entregarse para volver a escuchar los incesados arroyos de una niñez, de una adolescencia, de una primera juventud que todavía revolotean, que todavía arañan. De repente ese mar abrió mis ojos / hacia el otro universo de la ausencia.

Dicen que el poeta ama al lenguaje como a su única patria. En Mujer de esta memoria, Cristina Cocca tiene la generosidad de fundirlos, y hacer con ellos mitades para dos latitudes, para dos tiempos distintos: el de su hoy, cautivo por los días, y aquel de la nostalgia, aquel que la hiciera sentirse libre, hija de sueños, futura. Por eso la poeta abre su intimidad: padres, querencias y colegio, Beatles, embozos, Puccini –siempre la música- vestidos y balcones, vidrieras y jardines... Intimidad que es también de doble sentido que va desde el ahora hasta el pasado y vuelve desde allá con el consuelo. Y todo ello lo anotan, con extremado mimo, unas manos que quieren ignorar cicatrices.

Nunca estalla la nostalgia en los versos de este libro, siempre es un dulce regato, claro y sencillo. Una pequeña corriente cálida que vivífica cuanto baña a su paso. Una música leve, una flauta que evoca tristezas y esperanzas. Un piano que guarda los recuerdos. Un solo clarinete que interroga. Vicente Sempere ha sabido entenderlo, trasladarlo. En esta partitura, de la cual solamente aquí se anuncian los primeros compases, nos cuenta y canta las vivencias, los ensueños, las reservadas melancolías que las palabras de Cristina le despertaron. Nunca estalla. La música discurre y se prolonga en un cauce de susurros, en los hilvanes con que el azar cerrara cada tiempo gastado, en los presentes imperfectos de la lágrima, en el “quizás”, ese quizás que alguna vez emplea Cristina y que no es sino el saber que nada está perdido, que siempre habrá ventanas. Me acuerdo que la luz era un balcón / de tibios humedales.

Por ser las estaciones también un estado del ánimo, han sido tan precisas en el libro. Primero fue el verano, la plenitud del ansia, el deber de crecer, de conocer maderas y limones, de retar a la naturaleza, de quemar almanaques envueltos en lavanda. Después, como sorpresa, la primavera austral, los mares de violetas, abril como la tierra prometida, el escondido sitio de los sueños, los tejados de bruma adolescente. Le seguirá un otoño de cálidos comienzos, que duerme a las muñecas, que enciende temblorosos candiles en lo oscuro, que deletrea uvas y tristezas, que detiene la voz de los relojes. Y ahora sí, el invierno, aquí, junto a la última certidumbre, resumen de los gozos, el invierno bajo los vientos blancos del viejo Bóreas, el invierno que sabe que allí, al sur, en la memoria, se guardan en un cofre los estíos.

Y en todo tiempo, en cada una de las estaciones, las aguas del recuerdo que bañan Mujer de esta memoria. Aguas que alguna vez pudieron ser tentadas por la desolación como cauce, pero que han preferido el camino de la caricia para su curso hacia un mar que siempre espera. Nunca estalla la nostalgia en estas páginas: contenida, suave, prefiere perfumar, como el espliego, las orillas de un viaje que la llamó, que se hizo por ella necesario. La cálida morada de tu abrazo / en el claustro silente de los chelos.

Porque así, como el roce sosegado del arco sobre la cuerda, es la palabra de Cristina Cocca.

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sábado, 3 de octubre de 2009

La casa del poema

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Como arcano
cantero del temor,
sin ferralla ni arcilla
cocida –hasta ahora nada quise-
con mis brazos de umbral
arquitrabado, con las voces cimbras
y las ansias
levantadas en yeso y desaliño,
deprisa, muy despacio
–jadeos, piel,
amargos-
con los muslos
o cualquier otra parte de mi cuerpo
ya vacío,
-por ti- con peces en las jambas,
con las cuerdas
–mientras tanto no
debiera morirme-
de hielo y la tramoya
como acero enlabiado, como pira

contemplando a la jácena
lentamente ascender
a las altas clemencias, a tus ingles,
y amar en los vertidos hormigones

voy alzando
–derruyendo, tal vez-
tras cada verso, sobre azar,
la incierta casa
que sostienen -sin tú saber- tus lenes
nombres de nubes y aluminio.



(De Calygrafías)

viernes, 2 de octubre de 2009

Ana Garrido escribe


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Ana Garrido es una amiga mía y de la poesía. Preside la asociación literaria “Verbo azul”, de la que en alguna ocasión hemos hablado en este blog. Pero ahora quiero hablar de ella. Vive en Alcorcón, muy cerca de la esquina donde confluyen las calles del Ritmo y del Buen Gusto. Escribe poesía no sé desde cuando, aunque sí sé como. Con una delicadeza, con un mimo, que atrapan al lector en sus maneras garcilasianas, en la rotundidad de su ternura. Ana escribe deshaciéndose, dejándose en las huellas. Y sin embargo, Ana duda, tantea, busca. Sabe que todo, o casi, en poesía está contado y que la novedad se esconde. Lo sabe porque lee. Se deja entonces llevar por el rumor de las calles que rodean su casa cuando algún misterio la impulsa a la escritura. Y escribe. Escribe, yo os lo digo, como suenan en el alba los arroyos.

Escribe de vez en vez, sin urgencias, con algo de pereza consentida. Luego espera. Y en los últimos meses su espera ha sido recompesada, ya sabe que hay gente que escucha, que atiende a cuanto dice. Ya la había, ya éramos muchos quienes aguardábamos sus versos con delectación, ahora hablo de oídos externos, de gustos dispuestos a la comparación, a señalar lo selecto. Como sucedió en Dueñas este verano, cuando sus palabras, tendidas a los soles, recibieron el oro, el fresco oro, del más genuino recipiente.

Ana es poeta. Y en algunas tardes del Gijón, sublime.


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SINCERAMENTE hablando,
alguna vez debiera preguntarme
por qué se me amontonan los suicidios.
Se ha parado el reloj,
las siete en punto,
empiezan a estorbarme las canciones
que saben a destierro.

Porque la carne crece
y desordena
esta estación de paso que recoge
mi piel y mis maletas.

Voy a tomar un tren a cualquier sitio,
voy a beber de un trago los paisajes
de un diluvio de tierra
antes de que la lluvia desentone
y se acueste a dormir pespunteada
como un lento rodar de mariposas.

Pero no me digáis de dónde viene
ese temblor dulcísimo del aire.

Y estaré como siempre,
como antes,
muriendo a cada hora en cada grito,
porque sólo me quedan cicatrices
y algún rastro de sol
entre los ojos.