Valentín Martín (Foto MA Yusta) |
Carta Pública
a Valentín Martín
Por El gen
inviolable
Al fin querido Val,
visto los sucesivos aplazamientos del acto de presentación, nuestra común Lastura,
procedió –a petición mía– a enviarme el libro a Piedrabuena en cuanto Correos
comenzó a funcionar. Y me acompaña.
Ese gen que parece
no sufrir mutaciones es el tuyo. Indudablemente. Este gen no se deja
avasallar, no admite sugerencias improcedentes, no cambia tu postura ante lo dado: es el tuyo. Defiende una de las corrientes de la crítica literaria, yo no soy crítico, que
los libros no deben abordarse desde la biografía del autor, sino desde su
ausencia. Ojalá pudiera, pero tengo la desgracia/fortuna de saberte, de conocer las sumas
de la vida que has querido contarme. No es el caso ahora, ya hablamos un poco
de eso en el prólogo de tu libro de crónicas “Vermut y leche de teta”, pero es
que, en esta entrega, tu gen reaparece con fuerza después del pasado “Paliques
de paloma” en que decidiste un espléndido ejercicio de estilo. Escribe Barbot en
este prólogo que tú sigues siendo Santa Inés, estés donde estés. Y desde allí, el
vuelo. Y desde allí, el águila que avizora, anota, entiende y cuenta. Tus
delicias jupiterinas en el digital de Salamanca lo atestiguan ante
notario. Quiero decirte que he
disfrutado con tus salmos, mejor antisalmos –también con el que tienes la
delicadeza de dedicarme desde el título–, aunque especialmente con ese “Evangelio
según los poetas” hay quien dice que el enfado de Dios proviene/ de cuando
los hombres descubrieron los números, en el cual adviertes de los males que los acosan, para luego postular en su defensa. O con el que titulas
“El ojo biónico”, verdadera muestra del decir sinuoso y fértil, anarquista y
ángel, acrónico y provocador; ese que es la cima de tu decir poético. Y en todo
el papel, la lujuria de vivir sobre los trigos carnales, sobre lo difuso de la
actualidad, pistolero que eres contra las injusticias. Y en todo el papel de
sus casi 100 páginas, la cuna y la memoria, los dones de la infancia,
la jungla de la adolescencia, la mesa tablajera de la juventud con que la vida obsequia a un hijo de
noviembre. Y el rincón de luz que habita la compañera que la lluvia te dio. Son poemas donde transitas tanto por la fe en el hombre erguido como por el
descreimiento en las verdades reveladas. Formalmente, son el elixir, el frasco diminuto,
enfrentado a sable al desparrame de tu prosa. Qué bien distingues al escribir,
que alto concepto de la poesía tienes. Pero todo esto, siendo verdad, no es
sino para darme tiempo, para hacer dedos a lo que quiero decir. El libro explota
en la suite final, en esa “Elegía general de los nuestros” en donde te crece el
maíz de la vida por los ojos cada vez que reseñas una muerte en Santa Inés. Te
han pasado tan cerca las balas de la vida que has palpado en tu cuerpo las llagas de los
cuerpos cercanos, cercados, cercenados de los tuyos, de los otros: de Julián,
de Isidro, de Laura o Eloy…. no quiero seguir. Si la poesía tiene algo de duelo
y algo de ternura en mix, algo de con-pasión, está en estas páginas que he
deletreado, paladeado. Porque aquí estás tú de vigilia centinela prolongando la voz
de alerta está. Tienen el aroma infinito de un canto intenso a algo que fue y que
terminará cuando ellos terminen. Aquella aventura que los hizo hermanos en los
años cincuenta y que el tiempo se encarga de difuminar. Si no fuera porque una
voz poeta se empeña en el no. Rehumanización de la poesía dicen cuando hablan
del post 27 los que estudian y hacen tesis: aquí está el hombre que tose, el que
cuida vacas y riega, el que lucha cuerpo a cuerpo y muere, con Blas, con Vallejo,
contigo, Valentín.
Compañera
Un
año más la vida se desmocha
y no se cumplen las advertencias
de
la serpiente, por que aquella
calle
del Desengaño era mentira
como
tantas que acompañaron
el
tragaluz de los púlpitos fofos.
Si
tú escaseas
queda
una cerita inmóvil
que
no encenderá ya nadie.
Quemada
por las balas
yo
he visto tus heridas
la
noche que murió la muerte
–doce
días duró el sueño–
del
primogénito aquel 89.
He
vivido tu corazón obrero
tu
pecho una torcaz almohada
para
que descansara el hambre
de
tantos que pedían pámpanos.
He
sido testigo a la hora
de
agotar tu tinaja de dulces
para
girar el sueño de un niño
abolir
zarzas, ortigas, ruinas
construir
un castillo de lucernas
hacer
de ese hogar una vigilia
para
el respirar de un poeta
que
fue tras de tus pasos un día
y
ahora que murieron veranos
es
feliz porque le dejaste estar
y
estuvo donde tú quisiste.
Con
la voz, con las manos
sin
bajar tus banderas nunca
porque
tu sangre nos se vende
así
te he visto vivir tu vida
junto
a la mía encendida de ti.
____________________
X
Como
un río al que le robaron los juncos
como
un tronco partido por un hacha
como
un mar que se quedó sin orillas
así
se nos fue Isidro el de Francisco.
De
pronto no bastaron para sostenerle
ese
tornado de juramentos y palabras
y
la disciplina devota de sus Isidrines
que
han pasado de marinos a timones.
Y
hay un nuevo adiós que masticar
entre
tantos de los nuestros desterrados.
2 comentarios:
Todo está dicho. Un abrazo.
Menos nosotros, Yusta.
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