viernes, 30 de junio de 2017

Siete haikus de Cristóbal López de la Manzanara


      Qué problema el asunto del haiku. Tan leve, tan próximo en su hacer, tan sensación, tan sugerente. Qué tentación desde que el mexicano José Juan Tablada publicara en 1919 Un día… o desde que Octavio Paz -La poesía de Basho no es simbólica: la noche es la noche y nada más- lo revitalizara allá por 1957. Que tentación para unos españoles que tienen el oído acostumbrado al 5/7/5 de la seguidilla. Que tentación de fusionarlo todo, asonancia incluida. Lo de las estaciones, lo del instante, lo del paisaje, lo de la fugacidad cósmica, lo de la sensación de contraste. Lo de la ausencia de metáfora, de causas y consecuencias. Todo eso que tanto se sabe y tan bien nos repetimos unos a otros. Pero qué tentación tan a la puerta de casa lo de las 17 sílabas hispanas, esas que nada tienen que ver con las 17 japonesas. Con lo intraducible. Es conocidísimo que Benedettí las tomó como juego, como riesgo, y, despreciando el fondo del asunto conscientemente, se quedó con la atracción de su forma. Con el molde. Dicen que hacía cien en una siesta. Qué tentación. Tanta que en los llanos de Albacete personas como Susana Benet, Valentín Carcelén, Elías Rovira y tantos otros se esfuerzan por… Disculpen que interrumpa la digresión, todo esto viene aquí tan atropelladamente porque Cristóbal López de la Manzanara ha editado (Lastura 2017) un libro de haikus al que ha titulado EN, y por subtítulo Haikus para una primavera, del que quisiera decir.

      Presentado, 25 de abril, en el Espacio Mercado de Getafe por voces tan autorizadas como los poetas Manolo Romero y Matías Muñoz, la voz de Davina Pazos en la lectura y la proyección de imágenes ad hoc con textos en caracteres japoneses crearon una atmósfera ideal entre las casi 200 personas que llenaban la sala. Una sala repleta para escuchar haikus. Que no defraudaron. Haikus asonantados, sí, pero disciplinados en las medidas y en las aspiraciones. Dice bien en el prólogo Corredor Matheos cuando advierte que procuran atender a los preceptos ut supra recordados, pero que sobre todo se esfuerzan en establecer relaciones entre los distintos elementos de la naturaleza que reclaman. Esa es su gran virtud, reafirmo. Pocas veces, aunque alguna –sobre todo el amor- aparece lo humano y sus emociones en lo observado y contado. Y menos aún sorprendemos a la acción estéril entre las partes del todo. El poeta cuida hasta el extremos sus intenciones. Son haikus escritos con claridad punzante, a prueba de sencillez, con limpia mirada, con abiertos ángulos de luz. El poeta no intenta por ningún motivo dejarse influir por los elementos y los acontecimientos observados. Mucho menos extraer lecciones morales. Hay pues una disciplina cartuja de vigía y densidad que disculpa la aparición de adjetivaciones, única grieta por la que el ánima del autor se vincula, dejándose ir, con el paisaje y su discurso (y que crean escenarios que el lector agradece por su frescura). Como en cualquier libro de haikus, unos dejan indiferente a quien lee y otros le remueven. Es el riesgo del haiku, esa ráfaga que intenta poner en contacto dos miradas, dos sensibilidades en tan escasos límites, en tan distintos momentos. Pero hay en todo él una dignidad, nacida del rigor, poco frecuente en quien por vez primera se expone a una prueba de tal dificultad. Es Cristóbal López de la Manzanara poeta poco prolífico, por eso es tan de agradecer su valentía y este libro arriesgado. Un mirada pretendidamente objetiva que tanto dice de su subjetividad. Les aseguro que se conoce mejor al hombre y al poeta tras cerrar la lectura de este libro.

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Vida entre muerte
cuadro de mayo, rosas
de sur al este.
*
La paz desnuda
recostada en el césped
llena de dudas.
*
Alfiletero:
corazón con la sangre
de terciopelo.
*    
El remolino:
humareda de sed
en el camino.
*
Nieve en vilanos
del diente de león
por los majanos.
*
Enrojecida
comunión en la tarde
de luz herida.
*
Cinco aviones
trazan un arco iris
con siete errores.

martes, 27 de junio de 2017

Dos poemas de Alfonso González-Calero

      Ay de los poetas tardíos, gemía el Eclesiastés. Los que luego fueron ignorados en la jornada del monte de las bienaventuranzas. Un libro reciente, La musa a la deriva, de Pedro A. González Moreno, se ocupa de ellos con justeza. Son más abundantes de lo que se cree. Algunos fueron de vocación temprana y han necesitado el paso del tiempo para vencer el pudor de mostrar. Conozco el tema. Por ello comprendo la tardanza y la decisión de Alfonso Conzález-Calero García: el periodista, el promotor editorial, el agitador de espíritus, el hombre siempre al servicio de la cultura castellano-manchega, en dar a la luz su producción poética (1985-2015) que ha agrupado bajo el título de Ida y vuelta, aparecida recientemente en Biblioteca Añil Literaria. Poeta tardío sólo en apariencia.


      La excesiva amplitud cronológica de la muestra podría indicarnos una voluntad antológica de obras anteriores, pero quienes conocemos la persona y la labor de Alfonso, sabemos que no es así, sino que es libro que nace por acumulación, por desborde, por la incapacidad de su autor para sostener en el redil lo que pugnaba por ser aventado. Es un libro amplio, a pesar de la purga que el autor ha debido someter a lo que vivía remansado, y distribuido en seis apartados. Los poemas, sin título, no respetan escrupulosamente el orden de creación, sino que buscan agruparse por intereses comunes. Vienen dominados por la reflexión sobre la aventura del vivir, sobre el enigma de la existencia, sobre la violencia o no del destino. “¿De qué estás hecho – dice el poema final de la tercera parte-  de tu propio orgullo/ de obras de los otros/ de despojos/ y del leve cariño de unos cuantos.” Y es que el hombre deviene en soledad aunque no la busque; y es que el hombre se pregunta por el significado de la palabra mañana, cuando la palabra ayer aún no ha sido entendida. Poesía de la existencia, más que de la edad, que también: los primeros poemas fueron escritos con el autor en 34 años. Digamos que el libro se construye con poemas fechados y con citas provocadoras No son meros adornos, como en ocasiones sucede. Citas a las que en general responden los poemas, y fechas significativas de estados límites de emoción que nos conducen siempre hacia la introspección, hacia el adentro del hombre exacto que sostiene al poeta. Son en general poemas breves, como apuntes, como dardos. “En una sola frase/ captas/ sabes/ conoces/ lo que se te ha ocultado/ en muchos años”. La violenta mansedumbre que lo habita, hace gozosa la lectura de este Ida y vuelta en donde cualquier hombre puede sentirse reconocido, interpelado, buscado. Fieramente humano, por emplear el término de Blas, pero escrito con el sosiego del que se sabe íntimo, sin deseos de provocar ni provocarse sino con la ambición de poder decirse,, escarbarse, aunque sea mínimamente. Y dejar nota sobre lo hallado. Alfonso titula Para dudar que vivo el primer apartado, y esa duda, la de qué significa vivir, es la que tiñe cualquier pared, cualquier página, de este poemario, que si no fuera por lo desgastado del uso, uno lo tildaría de honesto, solamente por la sinceridad desde la que está levantado. Y es que vivir, aún sin saber para qué sirve, terminará costándonos la vida. Un gasto inútil a veces. Un ida y vuelta al que nos es difícil, salvo en precisos instantes, encontrarle sentido. Aquí el poeta que es Alfonso, cuando decide ejercer su madurez como tal, lo hace siempre traspasado por las incógnitas, instalado en la frontera entre lo decible y lo indecible.  Yo creo que tanto en el trasluz como en la zozobra de Alfonso González-Calero es posible encontrarse. Encontrarme.

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NUEVE
 
La lluvia oculta el cielo
Adelanta la noche
Siembra el ruido de mil furias
Contra la tierra,
Parece querer borrar nuestros contornos

Y me preguntas, ¿Cuándo terminará?
Nadie lo sabe
Sólo sabemos que abandona,
Pero no cuando.

            Tavernes  14/09/02

ONCE

Tienes que decirlo,
En dos palabras.
Evita rodeos.
Sobran los vacíos adjetivos.
Los circunloquios opara bienpensantes.
Los eufemismos para los miedosos.

Tienes ya que decirlo
En dos o tres plabras,
Sin retótica:
La vida duele.

           Madrid  12/11/02  Metro   


viernes, 16 de junio de 2017

Ramón Palmeral. Paisano en Alicante

Autoretrato
(Ramón Palmeral)
     

     Nacimos a cuatro meses y cien metros de tiempo y distancia. Sus padres estaban de verde tránsito laboral por Piedrabuena. Eran aquellos tiempos de la paz forzada y ganarse el pan con esfuerzo. Apenas niño abandonó el pueblo para no volver jamás. Digo físicamente, porque jamás se ha ido de la luz de su nacer. Ramón Palmeral, poeta, crítico, divulgador y pintor vive en Alicante, en donde lo conocí y traté brevemente con motivo de una lectura, a la que él se acercó con gentileza. Y difundió. Desde aquel entonces hemos sabido uno del otro con cierta fugacidad, frugalidad. Hasta este año.  Es el caso que Ramón (Fernández) Palmeral admiraba y seguía la obra de un paisano común, de Nicolás del Hierro, y ha sido el hecho doloroso del fallecimiento de Nicolás lo que ha acrecentado nuestra relación.

Retrato de M. Hernández
(Ramón Palmeral)
      Es sabido que Ramón Palmeral ha dedicado su vida a la pintura – tiene óleos cedidos en el Museo López Villaseñor de Ciudad Real– y a estudiar y divulgar la obra del oriolano. Un dibujo a plumilla que adjunto y le llena de orgullo, cómo no, ha podido servir para una estampa de correos conmemorativa de los 75 años de la muerte de Miguel. Dibujo que le solicité para poder compartir con mis lectores.  En fin, dos afanes que han unido sus intenciones y se han concretado en el sello. Un orgullo que comparto. También es bloguero de pro. En Nuevo impulso, que así se llama su bitácora, da cuenta de la agitación cultural alicantina en donde no se priva de sostener opciones en su opinión crítica. También sé que es lector habitual de esta casa, donde espera..

      Digo todo lo anterior porque es el caso que en este 2017 preñado de hechos, la labor poética de Ramón Palmeral se ha concretado en dos publicaciones, una en enero, La cólera de Aquiles, y otra en mayo.  Con el primero, un largo poema épico dividido en 19 cantos, Ramón Palmeral, con una técnica que merodea el versículo y coquetea con la prosa, se baña en los mitos homéricos para atravesar el Mediterráneo, desde Troya a Tarsis, de Agamenón a Argantonio, con una sintaxis tan melancólica y trabada como audaz. Poesía épica llena de coraje, reivindicadora de los orígenes, buceadora en las genealogías  que buscan el Hades desde los amaneceres. Así comienza el canto dedicado a Heracles

Mi lazarillo me anuncia que el ocaso
tiene un cielo herido de luz
suspendida en sí misma,
en el ocaso se puede ver
la verdad en mi piel,
se trasluce el violeta de mis venas,
se puede cantar en mis carnes mis sueños y pesadillas.
El arte de la poesía es la única forma de vencer la vida,
instinto de magnificar el héroe…  

Apunte sobre Nicolás del Hierro
(Ramón Palmeral)
      El libro de mayo, Lágrimas ebrias de melancolía, es un recipiente donde se mezclan ansiedades, amores, esperanzas y desvelos. Hay en todo él una tensión vital que desborda el cuidado de las formas. A Ramón Palmeral le importa más el qué decir, la urgencia de decir, la voz interna de la conciencia en ascuas, que los límites que las formalidades imponen. Todo el libro es un desgarro con homenajes a aquellos que ha sido su norte: progenitores, compañera vital, amigos. Un libro de la voluntad de vida para la vida. Así escribe Ramón Palmeral en el poema con que recuerda a Nicolás del Hierro.

Quiero reencarnarme
en cigüeña y volar
por todos los campanarios de La Mancha
y tocar un réquiem de conjuro
entre las jaras,
cambrones
y los romeros tristes.

     Para él, para este manchego de nacimiento, andaluz de origen y alicantino de adopción, como se titula, y con enorme cariño, hay también un hueco en Mientras la luz. Casa grande que aún es.


miércoles, 7 de junio de 2017

Hilario Barrero, renacido y nocturno

Hilario Barrero y José Luis  Morante
tras la lectura, por la calle Segovia,
buscando un bar de cañas.
     
      Llamado por la tierra, por la poesía, por los editores… y en llamas. Así acude cada año, desde su particular y observado Brooklyn, Hilario Barrero a la meseta. Este blog sigue ha tiempo sus actividades, sus esperados diarios, sus ojos tras sus pasos, su hacer poético. En este viaje 2017 quedó para el final su lectura madrileña. Al día siguiente volvería a las costas de allá, de enfrente. Acompañado por José Luis Morante, voz señera de la crítica poética, acudió a la biblioteca Iván de Vargas –sitio a considerar– el miércoles 31 de mayo para presentar su antología a rayas. La de Renacimiento, ya saben. La rotulada Educación nocturna. Título tal vez elegido por resonancias del oficio, tal vez por otra cuestión. Algo que no se aclaró en la conversación con que Hilario y José Luis abrieron el acto. Dos buenos amigos, y amigos cómplices ambos de José Luis García Martín, autor de prólogo y edición. Hablaron de los resquicios por donde el aire de sus poemas circula. La trascendencia de lo cotidiano, lo transitivo entre el yo y los otros, lo biográfico, la circunstancia como semilla del poema, la ausencia de lecciones morales, la presencia del deseo como máquina. Todo eso iba yo anotando, no sé si con acierto. También de la mirada reflexiva que conoce la melancolía y la bordea. Hay en la poesía de Hilario una búsqueda identitaria sin agobios, sin ansias. Una indagación, en tentación sostenida, por lugares y personas.  Y es que la voluntad inquisitiva de saberse aparece como una corriente poderosa y pacífica, terca: no abandona, no deja de atravesar palabras y poros. Con ella vive reconciliado, y en combate con el tiempo y su amenaza. Voz que se concreta con afanes lejanos a lo experimental. La noté forjada en los manantiales del 50, en aquellos maestros a los que tantos debemos tanto. Voz que no logró desdibujar siquiera la tensa premura con que leyó los siete poemas elegidos. Sepan que él, Hilario, dibuja objetos y obsesiones. Y los reparte, bien de forma exenta, bien como detalle sugeridor en las publicaciones –plaquettes, revistas- con que su generosidad mantiene lazos, cultiva afectos. 
       Es un libro, este Educación nocturna, para lectores necesitados. Todo dice en él. Todo nos dice. En todo se nota origen y destino. Todo atiende a lo urgente, quiero decir al hombre v. la soledad. Todo en él explica por qué la poesía salva. Y escribir es devolver a la vida algo de sus dones. De sus miserias.

Léase este poema.   

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Geografía

En Barcelona fuimos una hoguera
aquel verano del setenta y uno
ardiendo sin llegar a la ceniza. 
Después vino una lluvia inadvertida
e inundó el cobertizo donde estaba la leña.

En Nueva York bajamos al abismo
y estuvimos a punto de ser carbonizados.
Crecieron unas sombras en la alcoba
insistiendo en mezclar su sangre con la nuestra,
pero nos protegimos con la muerte
que era todo lo que aún nos quedaba.

Anoche en Alexandria, junto a ti,
dominados por la dudosa satisfacción
del que llega a la meta, éramos dos rescoldos
caminando despacio hasta el hotel
para dormir en camas separadas
sabiendo que al crecer la luz primera
vendrías a mi lado a despertarme.