jueves, 30 de abril de 2015

Juan Vicente Piqueras y el Ángel Crespo

Ángel Caballero, alcalde de Alcolea (a la izquierda)
acompaña a Juan Vicente Piqueras mientras
se dirige a los asistentes



   Ha sucedido en un pequeño pueblo manchego, en Alcolea de Calatrava. Pequeño, pero grande de ánimo y corazón. Allí nació Ángel Crespo hace 89 años. Allí vivió sus años jóvenes. En el paraje de la Cuesta del Jaral. Años antes aún de su época postista. Cuando era el niño milagro: culto y poeta. Allí obtuvo su mitología agraria para los libros primeros, allí el misterio de sus ojos sorprendido y niños. Allí, en Alcolea, vive alerta la madre de su hijo, su primera mujer: María Luisa Madrilley, atenta a todo lo que signifique poesía. Y es allí, en Alcolea de Calatrava, donde el Ayuntamiento convoca desde ha tiempo un premio que recuerda su nombre y que han obtenido grandes poetas. Recuerdo entre los últimos a José Luis Morales y a Vicente Martín, tan con nosotros siempre, amigos ambos de Mientras la luz. Pues bien, hasta allí ha querido llegar uno de los poetas más poetas de la actualidad hispana, el valenciano Juan Vicente Piqueras, hasta la raíz del nombre de Ángel Crespo. Motivado sin duda por la actualidad del autor de una de las obras de más alto vuelo y  hondo fuego de la segunda mitad del siglo XX. Desde Argel, donde defiende el idioma castellano, ha querido Juan Vicente participar en esta edición de un certamen que tiene ahora carácter bienal. Y lo ha conseguido. Ha logrado que el jurado estime la validez de su propuesta: siempre nueva, siempre irónica, siempre cálida. Juan Vicente es niño de pueblo -nadie que no lo haya sido escribe Aldea-  y hombre de mundo -nadie que no lo sea escribe Atenas- y así, dual de mundos, ha querido acercarse a la cuna de Ángel Crespo a recoger el premio. Lo hizo el pasado día 26 de abril  acompañado de su madre. Poesía para el pueblo, poesía para Juan Vicente. Aquí el poema.



 CONFESIONES DE UNA CAMISA


Es de luna el armario del que salgo.
Es de luna el armario donde he escrito
mi vida sin palabras, a oscuras, desde el día
en que supe quién era.

                                            Callé.

                                                      He pasado años
encerrada entre otras
camisas encerradas, una camisa más,
con las mangas caídas, abrochada,
sin color ni valor para salir,
mirándome al espejo, viendo nada, entablando
silenciosa amistad con la carcoma,
temiendo a las polillas.

Me veía en las voces que venían de fuera,
las veía en lo oscuro:
Dime, ven, hasta cuándo, buenas noches,
voces de vidas que yo no llevaba,
de cuerpos que podrían
haberme dado su calor, su pálpito,
de alguien que me eligiese. Pero nadie
se vestía de mí. Nadie cubrió
su pecho con mi seda, o perdón: con mi sed.

Y así fui poco a poco pasándome de moda.
Deseaba salir y no salía.
Quien desea y no hace genera pestilencia.
El mundo entero, fuera, era una fiesta,
un incendio, escuchaba
los gritos, los gemidos. Aún recuerdo
la noche (¿o era el día?)
en que alguien dijo: No me siento libre.
Y pensé: ése es mi dueño.
Me llamó la atención esa palabra, libre,
tal vez porque ignoraba
qué quería decir, qué fruta fuera.
Echo de menos, dijo, mi vieja libertad.
Y alguien le respondió: ¿Qué libertad?
Tú nunca has sido libre,
has sido libertino, libertario,
pero libre jamás.
Frases, comprenderán, que una pobre camisa
encerrada en su armario no puede comprender.
Libertad me sonaba como a nombre de percha,
a país que no existe, a bicicleta.
Y esa extraña palabra
comenzó a perforar laberintos en mí,
fue mi peor polilla,
y con su d final de imperativo
me ordenaba salir,
se me convirtió en lámpara, en ganzúa, en coraje.
Con ella abrí la puerta del armario
y salí y miré el mundo, y quise amarlo.

Vagué como un fantasma
y aquí estoy, orgullosa de mi herida,
oh, perdón: de mi huída,
aquí estoy con mi percha coronada
por este signo de interrogación.

Pero fuera hace frío, no es como imaginaba.
Busqué por todas partes un cuerpo que ponerme,
alguien a quien poder darle las gracias
por haberme llamado sin saberlo.

Pero no lo encontré. Vuelvo a mi armario.
Ya no se escuchan voces.
Ya estoy de nuevo sola.

Así es la vida, dicen. Por lo menos
la vida que llevamos las camisas
olvidadas, soñando algún sudor
que nos empape, nos desgaste el cuello,
nos dé olor y sentido, nos bendiga.

Hay un viento que viene del espejo
y me mueve una manga

levemente.

                                                                      Juan Vicente Piqueras

domingo, 26 de abril de 2015

Regreso en Cibeles


A. Gamoneda tras el acto, flanqueado por José Luis Torrego
y Cecilia Quílez
.

Consumida la pena –legal y moral- a que fue condenado Mientras la luz por el Comité de Ética Bloguera, el jefe ha decidido que se vuelva a dejar constancia de ciertos actos sucedidos en nuestra presencia. Que hayan dejado cierta memoria, advirtió,. aunque sea alguna. Apenas si podemos (observen el guiño Goytisolo) rescatar de estos días pasados,  el enésimo –y los que vengan- homenaje a Ángel Crespo con la presencia de su viuda y una pléyade de poetas instalados en los medios. Muchos de ellos declararon haber no conocido al postista, mas de él dijeron. Vino Gamoneda desde León para asegurar que su cercanía personal y poética con Crespo nunca fue exultante, pero si sincera. 
Foto: McBarri

Otro apenas: la escasa docena de espectadores, Chus Visor incluido, que acudieron a ver la presentación de Todas las canciones de Luis Alberto de Cuenca, a pesar de la anunciada presencia de Loquillo. Repleto debiera, murmuró un espectador azorado, si hubiesen venido la quinta parte de los que le reclaman para sus presentaciones. Y a las que él, elegante siempre, acude. Cosas. 


El 23 de los fastos

Nos repetimos si aseguramos que las gentes del mundillo entienden los fastos de La Noche del Libro madrileña como una urgencia por recitar y recitarse. Algunos declaman hasta oírse en el futuro.. Salvo la de Vitruvio, que aprovechó la fecha para presentar la poesía editada completa de Dámaso Alonso, las demás convocatorias parecían puro agit-prop, tam-tam, necesidad de oídas. Quiso el jefe que estuviéramos en CentroCentro. La tertulia que allí tiene su sede había programado sesión doble. Primero una lectura de curso legal, atendida por Noni Benegas y Ana Rossetti, en torno a vida y obra de Santa Teresa, otro icono reclamo de la temporada. El cartel de aforo completo nos impidió asistir. De segundo, una sesión musical a cargo de la Favorables Blues Band que comanda Ildefonso Rodríguez, ilustrada por poemas, entre otros, del propio Ildefonso y de Juan Carlos Suñén, responsable del acto. Casi dos horas de palabra y jazz. La música, perfecta, y causa de nuestro estar, supo acomodarse a las lecturas, O guardar silencio.

Concha García e Ildefonso Rodríguez en primeros planos
(Foto: McBarri)
Leyó a lo llano Alfredo Félix-Díaz, mexicano y guionista, poemas de sus dos últimos libros. Y se derramó agua fresca y poderosa desde las altas bóvedas blancas. Voz dura para una poesía directa. A estas alturas del partido se agradece la ausencia de trampas. Como un disparo el poema a su padre. Todo distinto en Teresa Sebastián, a quien no conocíamos y que parecía examinarse de Preu, con tensión dramática, afectadísima, declamaba unos poemas de intención confusa. Textos largos nos parecieron. Y de agobiada intrascendencia. Excitado pareció Suñén en su turno, con espíritu novillero. Decidido, interpretó prosas poéticas en donde la soledad se transformaba en valentía inquisidora y las razones en dudas que apenas nos soportan. Bien. Escuchándose. La barcelonesa Concha García, cada vez más habitual en este Madrid que aguarda, aportó concisión en las entregas de su último Calambur. Y elegancia estética en su lectura. Serenidad de lo sencillo, textos que buscan lo cómplice de la distancia tacto. Sosiego habitable. Lo consiguió. Perfecto Ildefonso, de concisión potente, con dos poemas conceptuales de corte interrogativo en los que, dejando el saxo, su instrumento habitual, se acompañó de raros, para nosotros, aparatos sonoros. Volvió Suñén a recitar. Aún con más fe. Frontera al grito. Gustándose. Buenos textos que no necesitaban de tal fórceps. Y en tal ambiente, José Tono Martínez, el director de CentroCentro, quiso sumarse a la fiesta. Buen gestor cultural, tiene probado, se divirtió leyéndonos versos de su autoría dedicados a Madrid y Buenos Aires. Dos ciudades a las que ama, dijo, con buenísima voluntad de abrazo. Solo por eso mereciera que a él lo amase la poesía.

jueves, 16 de abril de 2015

Alter ego: un poema de Sara Castelar

     Vino a Madrid, desde Sevilla, empujada por su nuevo libro El corazón y los helechos. Es poeta de piel y de palabra. Una mujer de génesis. Poeta en curvatura levantada entre mieles y zarzas. Sobre color centeno. Sostuvo extensa -casi una hora- su entrevista con Ana Gorría para decir que vive donde la poesía. Que ella es casa. Que sobre ella el aire escribe. Y la emborrona. Y la deslía. Poeta de lenguaje, preocupada porque la forma, porque el ritmo, potencie los códigos, el entramado de señales y sensaciones comunes que supone un poema. Su libro, El corazón y los helechos, que ha publicado este año La Isla de Siltolá, leído, descifrado por entrevistadora y entrevistada, llevó a la devastación en la sala de Libertad 8, al desvalimiento que produce la belleza declarada, súbita. Valentín Martín, poeta y contrabandista, dijo en voz alta de su capacidad sagaz para hacer compromiso abierto de lo íntimo, para hacer sus poemas receptáculo, cáliz con que beber fragilidades, vientres: ese lugar salvaje donde un corazón brota: y es cerrojo: y puerta y frío: y es helecho.

                    Alter ego

Ella habla un idioma sin apóstrofes, 
se alimenta del negro. vive 
a veces, 
en el sonido angosto del cuchillo 
al penetrar el duelo 
o la ceniza. 
Otras veces la rosa, la maraña 
de insectos 
y el goteo del sol sobre las formas: 
siempre llueve a este lado de la melancolía. 
Muere sin hacer ruido, cuidadosamente 
como mueren los lirios 
y los pájaros tristes, 
con la noche, 
conmigo 
sobre mi lengua extraña, 
molde del corazón 

yo misma

sábado, 11 de abril de 2015

Preguntas y respuestas

¿Cuáles son sus primeros recuerdos literarios?

No había una gran biblioteca en casa. Casi ni había. Mis primeros recuerdos infantiles se remontan a las antologías escolares y a un libro de tapas rojas que cayó en mis manos sobre los once años, se titulaba Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Allí bebió mi memoria, allí leí, allí aprendí mis primeros romances. Me gustaba recitar los poemas más cercanos. Aún recuerdo partes del romance Un castellano leal del Duque de Rivas, de la famosa Cena de Baltasar de Alcázar. Lo más socorrido de Gabriel y Galán. Yo creo que muchos de mi edad podríamos repetir la misma historia.

¿Por qué se decantó por la poesía?

Lo hice tarde, muy tarde, pasados los 50 años, tras una acumulación de experiencias y guiado, tal vez, por el efecto contagio que me produjo el contacto con poetas vivos, su amistad y sus obras. Siempre había cultivado la lectura poética, en especial las generaciones del 27 y del 50: Blas de Otero, Gil de Biedma, Cernuda, Salinas, Claudio Rodríguez… Un incidente de salud y el reposo consiguiente me puso en el disparadero de la escritura. Nunca se llega tarde a la poesía, nunca se sabe cuando el proceso de acumulación afectiva y lectora puede ponernos en el camino de la creación.

¿Cómo definiría la poesía?

- La poesía es tan indefinible que admite tantas definiciones como veces se plantee la pregunta. Digamos ahora que la poesía es un modo de lenguaje, que la poesía es música, que la poesía es una tensión sostenida y que atiende tanto a la intención como al ritmo. Que se concreta en poemas. Los poemas se construyen con palabras, pero no son sólo palabras sino también los huecos que dejan entre ellas y la brisa que por esos huecos circula. Es un modo de lenguaje en el que la forma es también fondo. Pero también, y mirada tras el prisma de la urgencia, es una pantera que asalta para ser construida, algo que exige, algo que al poeta se le presenta como necesario y de lo que nunca está seguro. Gabriel García Márquez, hizo suyas estas palabras, tal vez exageradas, del poeta Cardoza y Aragón: la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.

¿Piensa abordar algún otro género literario?

En estos momentos, no. En ocasiones he abordado el artículo, bien sobre temas históricos, bien de opinión o crónica, bien de reseña literaria, pero no me tienta lo narrativo. Lo que me interesa es el lenguaje poético, su capacidad para insinuar y sugerir emociones, su inmediatez comunicativa. La poesía es un camino directo hacia la reflexión, hacia la provocación. El poema puede golpear la conciencia (emotiva o intelectiva) si el poema está bien construido. Con eso me conformo. No soy un narrador frustrado. Me conformo. Es posible que no esté dotado para la paciencia y el proyecto a largo plazo que supone la novela. 
                       
¿Qué papel juegan los recuerdos, el pasado, en su obra?

La emoción del recuerdo, la belleza en el recuerdo, que decía Wordsworth, los hace indestructibles. Somos mientras somos memoria de lo que fuimos. El futuro como ambición no ha llegado en el instante en que vivimos; nos sirve y alienta, pero no somos en él. El recuerdo es necesario en la poesía, la tentación elegíaca es enorme en el momento de la creación. Dicho esto, debo aceptar que en mi poesía aparece de forma sesgada, disimuladamente, velada casi. Tan sólo en Desnudo de Pronombre se hace explícita. También en algún poema de Cuerpo, casa partida, mi última entrega. 

¿Qué consejo le daría a la gente joven que empieza a escribir poesía?

No suelo dar consejos en la vida real, pero por no obviar la pregunta diría que lean, aunque, por supuesto, no esperen a leerlo todo para escribir; que no imiten, pero que tampoco desprecien la herencia, porque somos herencia; que busquen y ojalá encuentren su propia voz; que sean fieles a su tiempo…  en fin, cosas poco sorprendentes. Joan Margarit recomienda algo original a los que comienzan, algo así como que escriban a mano, lentamente, poemas importantes, para que así calen en ellos.  Y los ahormen y sosieguen. Algo parecido a un mix entre humildad y ambición.

¿Puede contarnos algún recuerdo de su vida como estudiante en Ciudad Real?

Más allá de anécdotas, que las hay, recuerdo lo que significó para mí. Estudié Magisterio en Ciudad Real al comienzo de los años sesenta. Tenía 14 años. En la Normal que ocupaba el sitio del actual Museo Provincial. Procedente del mundo rural (Piedrabuena), la capital me ofreció algo nuevo en el ambiente cultural. Recuerdo mis visitas a la entonces recién inaugurada Biblioteca Provincial, la de Fisac, junto a la Catedral. También una enorme riqueza en las relaciones personales. Un mundo más rico en posibilidades. Ahora los transportes y las telecomunicaciones permiten una sociedad más homogénea en experiencias, se resida donde se resida. Entonces era distinto.

¿Usted ha recibido numerosos premios literarios, ¿qué opinión le merecen?

Los premios existen. Son buscados y demonizados -a veces al mismo tiempo- por gran cantidad de poetas. Otros parecen ignorarlos. Depende de su trayectoria y de su proyecto poético. Yo, que llegué tarde y con dudas al hecho poético, comencé a utilizarlos como posibilidad de tanteo, también como vía para la publicación. Debo admitir, cómo no, que produce alegría cuando tu obra es libremente considerada y valorada, pero es un aquí y un ahora. No son garantía de valor permanente. Mi actitud ante ellos es no ocultarlos, no pregonarlos. En resumen, no deben ser llevados en procesión. Aunque ayudan a que tu nombre sea conocido, siempre son el pasado, y al poeta lo que debe importarle es el instante exacto de la creación. Solamente después viene el momento de considerar la manera de hacerla pública. Es entonces cuando aparecen los premios como camino, algo que debe entenderse como un asunto accesorio, pero preciso. Hay una línea roja: jamás debe escribirse pensando en los premios.

¿Cuáles son sus poetas favoritos?

Ya he avisado antes. En general, aquellos que me formaron. Primero Gil de Biedma, Machado y Ángel González, luego la poderosa voz de Blas de Otero y la cercanía al misterio de Claudio Rodríguez. La confesionalidad y los modos de Cernuda.  Ahora estoy con el argentino Roberto Juarroz. Debo confesar que me cuesta acercarme a la poesía traducida, recurso que considero necesario para los que no nos manejamos en otros idiomas, pero en el que siempre advierto una sensación de pérdida. Me he detenido con agrado en Paul Celan y en Wislawa Szymborska, tan lejanos, tan distintos en sus modos y provocaciones.

¿Qué opinión le merece el panorama poético actual en España?

Mi opinión es que está en un momento de espera y esperanzador. Sin una gran figura que marque tendencia, ni corriente definidas, hay un gran número de poetas de alta calidad. Las ofertas son muy distintas porque la libertad es total. Apenas quedan maestros indiscutibles, tal vez Brines. Vivimos en lo múltiple y dispar, y no exageraría si dijera que hay más gente que escribe que gente que lee. Si uno oye a los editores queda avisado de que hay multitud de autores al tiempo que disminuye el número de lectores, las tiradas son más cortas y la distribución escasa. Un best-seller nacional apenas llega a 500 ejemplares. Proliferan las pequeñas editoriales. La autoedición es mayor en este ámbito que en ningún otro. Otra contradicción es que existiendo, como existe, un gran número de foros físicos y virtuales para la poesía, esta ha ido perdiendo presencial social. Los poetas sienten la dificultad de romper la barrera de un mundo endogámico para proyectarse a una mayoría social. Tal vez sea culpa suya. Decir por último que la poesía ha encontrado refugio en las redes sociales, donde resiste. Y resistirá, no olvidemos, recordando algo ya dicho que es la única prueba de nuestra existencia.
   
En su experiencia como profesor de Historia, ¿cree que la juventud se ha ido alejando de la literatura?

Como profesor de Historia, en concreto, no creo poseer datos originales para una opinión particular. En general, creo que no. Puede que se haya ido apartando de la lectura de libros como hábito, pero conozco a numerosos poetas jóvenes, muy jóvenes, tanto ellos como ellas.  Puede que para muchos sea un fogonazo de búsqueda, pero bastantes de ellos se quedarán. Por lo demás, creo que se ven afectados por el mal genérico de una literatura fácil, creada por y para el consumo efectista y de distracción. Sin gran peso. Predomina, creo que también en los jóvenes, el abandono ante los primeros obstáculos.  Aunque en esto es imposible generalizar, mi experiencia como profesor me indica que hay numerosos jóvenes atentos y decididos que a veces permanecen disimulados entre la normalidad aceptada, pero que están dispuestos a romper.


(Respuestas para una entrevista en El país de los estudiantes elaborado en el IES Maestro Juan de Ávila de Ciudad Real)