sábado, 30 de diciembre de 2017

Dos poemas de Eduardo Merino

      

      Antes estuvo, siempre estuvo, siempre estuvimos en un tiempo que se va deshilvanando con lentitud, pero sin pereza. Hay un lugar en nuestro presente que ya fue presentido, y otros muchos que, vividos, respiran quedo en nuestros alrededores. Nada nuevo. En ese perfume pasan las horas, se quema el aire. En ese vaho inaprensible vive la poesía, mucho más que del hoy. Y sobre todo muchísimo más que de los mañanas. Hay poetas que se acercan así mismos desde ese desencadenamiento. Y aunque hay una potente corriente crítico-literaria que denuncia, como acto de soberbia interior, la construcción del poema en base al territorio del yo íntimo, y aunque añaden que el poema es un objeto público que se debe al conjunto de los hombres, es preciso declarar que no insisten lo suficiente. Que no logran cegar los manantiales del hombre solo. Un hombre es todos los hombres. Un volcán, con todas las diferencias, es todos los volcanes. Una intimidad busca otra con que encadenarse. Desde la modestia que él mismo atribuye a su voz, Eduardo Merino Merchán (Antes estuve yo, Vitruvio, 2017) está construyendo una obra sólida nacida de la exploración de lo que le perturba. Un hacer que crece desde la conexión que supone lo vivido con la conciencia de la finitud. Que busca explicar el gobierno de una existencia necesitada de, por y con los otros. Sin hacer balance, no es ese su propósito, sus poemas buscan la anotación emocional o moral de los instantes. Y aunque a veces duda de su capacidad en el trato con el lenguaje –hay varios textos en el libro sobre el asunto- y siempre agradece las lecturas, el poeta consigue de largo que al lector le asalten limpias las emociones, las sensaciones, los disturbios y las complacencias sobre las que construye. Tanto como limpia queda la ternura cierta, la certeza de que lo escrito viene provocado por la extensión y lo intenso de lo vivido. El poeta se exige esa veracidad. El necesario temblor. No le basta la socorrida verosimilitud. Por esa razón no escribiría. Como tampoco escribiría para contarnos, sino para contarse y ser compañía. Para romper la soledad a la que estamos destinados.

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Antes estuve yo
y busqué entre las piedras
las palabras que se agarraran
a tu nombre recién oscurecido
como un dolor de encinas calcinadas.

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Casas para la calma (II)

La lluvia de jazmines
que alfombra la mañana
de un jardín en rocío
la renuncia de agosto 
a seguir siendo agosto
el ocio que se acaba
sin tiempo de escribirlo
el montón de palabras
apenas sin pasar la página
el poema que deja
su voz a media tinta

volver a saberse habitante
en un mundo delicado y confuso.

                   (Sitges, Sotavent, fin)

jueves, 28 de diciembre de 2017

Poema: Esta mano













Tejera de los Sierra. Piedrabuena. 1923
El del centro es mi bisabuelo Críspulo, el de la derecha, mi abuelo José, la niña mi madre, Teresa.





Esta mano
   
                   Para mi familia

Esta mano que ahora,
veinticuatro y diciembre,
se ocupa en escribir nubes, renglones,
es la misma que usaba
José el tejero
para domar la greda,
para decirle al barro que somos uno,
sin que el agua y la paja osaran nunca
contradecirle.

La misma mano
con la que el otro abuelo,
por el cual llevo el nombre,
guiara mulas yuntas a conocer auroras
y al que no conocí, porque dicen que tuvo
necesidad urgente de morirse
veintisiete
años antes de que yo conociera.

La misma, sin dudar, con que mi padre,
sastre por el destino, extendiera las telas
que con tiza y con mimo remarcaba
para el dolor del corte;
sé que entonces
madrugaba el invierno
y yo era compañía
aprendiendo lecciones de memoria,
el libro bajo el arco
de una máquina singer de coser.

Sí, esta mano
que amasa, guía, corta, que se atreve
en los días de niebla
al oficio sutil de las palabras,
sabe que su saber
es un saber prestado, siempre lo supo,
por el sudor y el sueño de los míos.


                         (24 de diciembre de 2017)

La primera lectura pública de este poema (Libertad8 y 27 de diciembre) estuvo dedicada a mi amigo Manuel López Azorín

martes, 19 de diciembre de 2017

Vermut, Míguez y el poetiqueo. Tres estampas de la semana


Vermut 

Valentín Martín con Ana Montojo
      Martes 12. Un hombre como pocos, un escritor audaz e inteligente –hay alguno más, pero no demasiados– presentó un libro como los de antes, como los de nunca. Es el asunto que  Valentín Martín suele escribir, escribirnos, escribirse, crónicas de actualidad trufadas de recuerdos ardientes, y que a una editora audaz e inteligente le ha dado por reunirlas y ponerlas en el medio físico llamado papel para que se hablen y nos hablen. Él es periodista de sangre zurda y salmantino de alma alada. El libro se titula Vermut y leche de teta, y subraya ser la mirada de un mirón reclinado. No hay trampa ni sueño. Léanlo. Lo ha editado Lastura. Se inauguró en la sala Trovador. Ayer me llamó Enrique Gracia Trinidad para decirme que está entusiasmado con él. Hasta la cachas. Salen todos, presente y pasados. Es un libro de personas. Papel que agita.

Míguez

Mario Míguez
       El jueves 14, día de gran ajetreo, de múltiples convocatorias, mientras hacíamos un nuevo recuerdo a mi paisano y amigo, al poeta Nicolás del Hierro, otro poeta, alguien que resistía en la memoria de unos pocos, dejó de respirar para comenzar otra respiración. A veces ocurren estas cosas. Hablo de Mario Míguez (1962) que desde tiempo vivía retirado del ajetreo público y a quien no conocía en persona. Mas sí por cómo de él me hablaba José Cereijo: con verdadero culto. Por su exquisitez, por su memoria. Pepe Infante ha dicho de Mario que era un magnífico poeta, henchido de lecturas, de una extraordinaria sensibilidad. Publicó poco y en Pre-Textos. Dedicaba su último tiempo a cuidar a personas terminales. El poeta jerezano José Mateos, en su propio sello, ha editado el presente año una antología de Mario bajo el título Ya nada más, que recomiendo. Y que incorpora algún poema inédito.  De ella es el poema Agonizantes que ofrecemos al final. Sabemos que la editorial valenciana valora editar su obra completa, la cual incorporaría libro nuevo. Nadie mejor que la complicidad con su hacer y la amistad de José Cereijo para su realización. Ojalá.  
 

Poetiqueo

García Montero y Margarit al final del acto
      La traca mediática ocurrió el sábado 16. Residencia de estudiantes. Explícito poetiqueo. Y politiqueo. Dicho sea sin afán peyorativo.  Programa doble en sesión matinal. Con famosos de testigos: Ana Belén, Gabilondo, Llamazares, Mendicutti, Victor Manuel, el jemed Rodríguez ¿dónde lo colocaremos?. El que escribe resistió codo con codo con el ugetista Cándido Méndez al costado, aplaudía como un poseso. Hasta Juan Cruz se acercó para hacer la crónica de su País. El Mundo también estuvo. Parece que en tiempos de desencuentros la poesía se ofrece. García Montero y Margarit aprovecharon sus novedades en Visor para echar agua concordia al fuego catalán. Jordi Gracia, que presentó, habló de vivir en la herida. Y allí acudieron todos, los que eran, éramos, niños mientras Raimon cantaba en el edificio B de Filosofía. Con el mismo espíritu de conciencia progre. Inmaculada, ingenua y futura. Luis, que recordó a Ángel González –no teman, no lo olvida– leyó su conocido poema del suspenso general a nuestra historia (personal y colectiva). Margarit, poemas de ambiente madrileño. Aplaudidísimo su poema Coraje, que también leyó en catalán y fue el delirio. Momento que le permitió levantarse a saludar. Lo estaba echando en falta. Dicen que repetirán el acto en Barcelona antes del 21. Como si la poesía sirviera. A la salida Chus Visor, seguido por su corte, buscaba el solecito de invierno y recriminaba amablemente a Benjamín Prado, de la casa, que hubiera llegado a misa dicha. Se vendieron libros, claro.  Tal vez se vendan en Barcelona.

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AGONIZANTES

Luchan por respirar otro aire nuevo
como si el aire nuestro de esta vida
no les valiese ya, fuese muy turbio,
enrarecido y denso, y los ahogase.
Luchan por acceder a otro aire limpio
distinto del de aquí, de una indecible
pureza que es mortal para la carne.
Y hacen gestos de esfuerzo, que parecen
impotentes, inútiles, absurdos:
dificultosamente empujan con el pecho
una puerta de bronce, y la entreabren;
tras ella está el espacio inconcebible
de ese aire que es luz pura y que es la muerte.
No bastan los pulmones. Todo el cuerpo
resulta insuficiente. Sin embargo
su expiración postrera nunca es signo
de abandono o fracaso: es la llegada.
Quedan quietos de golpe: al fin respiran.

                                                         Mario Míguez

domingo, 10 de diciembre de 2017

Un poema de Miguel Ángel Velasco: Grecia 2010

     

      En ocasiones visita uno la librería Litec, en Ciudad Real. En esta para reclamar el último libro del profesor Félix Pillet, Geoliteratura. Paisaje literario y turismo, lugar en donde une sus dos obsesiones manifiestas. Se presentó apenas un mes. No poseían ningún ejemplar a la venta. Sabían de su existencia, eso sí. Parecen libreros atentos y profesionales, pero... Dejé el encargo. Así de desconfiado está el mercado actual. Y se entiende. Aproveché para una rápida ojeada a la columna estante donde aguarda la Poesía. Pongamos mayúscula. Continúa desnutrida, ajena de criterio. En cierta momento, años, lo hice notar. Ellos me hicieron notar, tristes, que apenas hay compradores, que los poetas, salvo excepciones, sólo les visitan para depositar sus libros. Sin curiosidad por obra ajena. Que no han suprimido la sección por dignidad. Callé. Siguen siendo títulos añejos que sobreviven sin conocerse ni hablarse unos con otros. Aprovechamos para comprar La muerte una vez más (Tusquets, 2012). 300 páginas que nos han ayudado a cruzar el puente  de la Consti rediviva con cierta dignidad. Reúne, en edición de Isabel Escudero, los tres libros que el balear Miguel Ángel Velasco tenía preparados cuando la muerte vino a preguntarle. Su decir culto y su tentación hermética, conviven con argumentos de la experiencia a los que traba con la argamasa de la emoción, de lo exquisito. Es un gozo íntimo, perdurable, leer poemas tan alejados de la facilidad, de la andante sensibilería, del pensamiento débil. Tanto como cercanos al vigor, al respeto. A un triple respeto: a la poesía, al poeta que escribe y al lector que llega.
Ha sido un contento retirarlo del ignorado anaquel, romper sus cinco largos años de espera, comprar y leerlo. Aquí les dejó este poema fusta que el autor fecha con el aquí y ahora.   
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GRECIA 2010

                      En hermandad con los jóvenes 
                      atenienses en airada revuelta 
                      contra el Régimen del dinero     

Tuviera yo las fuerzas
de antes y corriese a defender
la dignidad vendida como antaño
hacían los poetas, cuando aún
había en este mundo
cantores orgullosos de su nombre,
no gestores de un nombre y un medroso
valor en almoneda.

Qué mansos nos llevaron al pesebre
a masticar la paja del raquítico
prestigio adocenado.

Nos llenaron la boca
con la palabra Grecia, mientras iban
desnutriendo la vena
de nuestra educación, mientras faltaba
cada día un recurso
distinto del pupitre,
una vieja herramienta
de luz, una raíz del tronco antiguo.

Del vasto capitel,
de aquel nuestro alimento necesario
para catarle a la verdad su dátil,
al saber su sabor, para saberle
las vueltas a la trampa, ese diario
fabricarnos el miedo, el ruido ruin
de tanta alpaquería como asorda
la canción del ahora,
la vida del espíritu,
cada día saltaba una viruta
hacia el olvido, hacia la nada eterna
desde la urgencia del cepillo frío.

Hasta este deslucido muladar,
esta patria de noche
que santifican firmas y academias.

Pujad, yo doy cinco poetas, seis
reservados orfebres de su ombligo,
por sólo un gramo de esta masa ardiente,
por uno solo de estos 
desgajados oscuros
de la breada carne
de cañón de su tiempo,
y al joven de mi ayer, al que gasté
en consentidos bríos y bravatas,
lo pongo a combatir a pie de calle
codo con codo con el pueblo griego,
ramo con ramo con el viejo olivo.       

lunes, 27 de noviembre de 2017

Desde el sur (con algo del norte)


Isabel Bono: Málaga - Bilbao

Isabel y Aloma . (Foto McBarri) 

F. Aramburu, JL Morales e I Bono  (Foto McBarri)
      Es poeta Cardinal y puede vivir donde desee, en cualquier lugar de la Rosa de los Vientos, pero prefiere Málaga, donde nació. Cosas de la fortuna. Volvió a Madrid. a la Alberti para presentar el que dice ser su mejor libro de poemas. Pepo Paz, su editor, advirtió que lo tenía desde años en un cajón hasta que se decidió a leerlo. Avisó que Isabel Bono es de las que no insisten sobre cómo está lo mío, es decir, sobre lo suyo. Lo de Isabel, ganadora del penúltimo premio Café Gijón de novela, busca ser poeta de currículo menguante. Es curioso, cada solapa dice menos de su historial que la anterior. Ella lo justifica así: Quien quiera saber de mí que mire en las redes. Y lo dice alguien que no está en ninguna, salvo en el polvo añejo de los blogs, ella que tiene un móvil paleolítico o paralítico. No recuerdo bien el adjetivo. Se excusó de todo diciendo que  habla escribiendo. Quiso entrevistarla Aloma Rodríguez, una ardiente promesa, lista, pero apenas si lo consiguió porque Isabel le tomó la delantera y, feliz, no dejó el hilo ni el camino. Lo seco, tal es el título de Bartleby para sus últimos éditos. Habla en ellos de la infancia, de los padres, de los amigos, del no mar, de las calles atravesadas, del tiempo ido y el ganado, de la ambición y el desconcierto, de lo oscuro, del gozo y del secreto. De lo enjuto, de lo seco. Y de todo con la distancia mínima que las palabras permiten. Sus poemas se levantan escasos de muros y tabiques, por sus habitaciones circula el viento como por un fiesta de sugerentes. Disfrutaba contando y leyendo, disfrutábamos. Y en esto llegó la sorpresa. ¡Qué bien lees! dijo el barbado y cubierto. Y ella: Qué poemas deseas. El de la pagina 33, dijo el vasco. Y lo leyó. Fernando Aramburu, el de Patria, es un amante de su obra, y aunque tarde, cuando las firmas se lo permitieron, se presentó a escucharla. Sur-Norte. Luego vinieron los vinos, las cervezas dobles, la conversación. Con José Luis Morales por testigo. Martes y 21.  



Enrique, Javier y Sabina de la Cruz entre concejalas   (Foto McBarri)
Javier Bozalongo: Granada - Bilbao

      Y desde el sur llegó, en autobús, porque el ave sigue en obras, Javier Bozalongo, el poeta. Y el editor de Valparaíso, sí, el mismo. Jueves y 23. Y vino para una fiesta gozosa, la de recibir el premio Blas de Otero que se convoca, falla, otorga y entrega en Majadahonda. El premio está en fase creciente. Atención a él. Este año se encargó la edición a la madrileña Amargord, lo que es una garantía. Y curiosamente ha premiado a alguien que está en el ajo editorial. Javier Bozalongo, a quien acompañó su hija Paula, también del oficio versal, ha escrito Todas las lluvias son la misma tormenta. Un poemario que glosó en público Sabina de la Cruz, viuda de Blas, que bajó desde Bilbao para la ocasión, lúcida y alegre a sus ochenta y tantos años. También lo hizo Enrique Gracia Trinidad, presentador que tiene como lema no aburrir. Y lo consigue. El libro halla senderos a través de vivencias sobre las que se levantan reflexiones. A lo Joan Margarit. Con buen trazo se dibuja en él la inconsistencia, el desconsuelo, la fugacidad, los nocturnos de hotel y los gin-tónics, las ciudades postizas, los accidentes y abrazos. En fin, los palos del andamiaje con los que construimos afanes y días. Hay, por lo que pudimos advertir, algo de escepticismo militante y algo de esperanzas detenidas. A voluntad. Otra cosa no es posible cuando la edad cerca susurrando el cuento eterno. Pero bien. Leyó apenas dos poemas, los dedicados a sus hijas, antes de que la concejala reclamase urgente la foto de grupo. La edición tiene el sello inconfundible de Amargord. Si logran un ejemplar lo advertirán.     

martes, 21 de noviembre de 2017

Tampoco llueve en La Mancha

Crístobal lópez de la Manzanara y Eugenio Arce
Foto: Lanza digital
     
      Estuvo Mientras la Luz, redacción al completo, en Ciudad Real el fin de semana. Gozando de una espléndida otoñada seca. Sufriéndola. La lluvia es rehén de las premisas, una taimada desesperación, un agravio en los modos, lo imposible. Mientras, la poesía. Como defensa, como ruego. La tarde-noche del sábado 18 estuvo en el museo López Villaseñor con la entrega al haijin. Cristóbal López de la Manzanara del premio Guadiana que otorga la Asociación del mismo nombre. La culpa fue del poema Dos viajes, que relata sus visitas a La Mancha en estaciones diversas y en donde las emociones conservan su color primero. Dos poetas le flanqueron, Eugenio Arce, que presidió el acto, y Manuel Cortijo, que le hizo entrega. Le acompañó su editora Lidia López, de reciente motorización. Al salir, tampoco el agua.

Joaquín Brotons
Foto: La Tribuna

      Ni el lunes 20, fecha de tantos aniversarios muertos, llovía cuando nos dirigíamos a la Facultad de Letras manchega. El poeta valdepeñero Joaquín Brotons leía, en aula abierta, a los jóvenes universitarios. No es fácil apartarle de su ciudad-isla-vino, pero sí en esta ocasión. Nervioso y feliz escuchó la presentación, leve y precisa, del profesor y paisano Matías Barchino. Dijo que hace tiempo que no escribe lo que es verdad que escribía: poesía homoerótica. Aclaró que su poesía es vivencial y cuando las experiencias faltan no es posible relatarlas. Aunque leyó poemas a lo Wordsworth, buscando la belleza en las hojas de hierbas del recuerdo. En los cuerpos adolescentes disfrutados. Habló de sus maestros Cavafis y Cernuda y de su amistad con Baena, Vicente Núñez y LA de Villena. Se dijo, él y otros, de su valentía por escribir con claridad del amor homosexual en épocas cerradas, en tierras hostiles. Y de la marginalidad, ese horizonte de días con quien habla. Hizo buena lectura. Y temblorosa. Con emoción final.  Su última publicación fue Joven ilicitano (2007). Desde hace un tiempo es poeta de antologías más que de novedades. Pedro A. González Moreno condujo la más reciente, Pasión y vida que editó Verbum. Textos tozudos, espirales que le niegan la inmediata reducción a poeta invisible. Ese pozo, casi agujero negro, que a todos amenaza  No llueve. Y la mirada no halla recompensa.

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Joven ilicitano (fragmento)

Los mancebos de ojos negros y suave piel africana, cobriza, cuyo tacto calcinaba sus manos en la antorcha de los anhelos, que forma dunas de arena incendiaria en el fascinante oasis en el que se bañan los cuerpos adolescentes; los muchachos turbadoramente hermosos coronados de erotismo puro, inmaculado, cual dioses que pasean orgullosos por el césped seco del solitario y desvencijado embarcadero del amor imposible; el puerto en el que sestean y bailan las barcas de porcelana iluminadas por sus blancas velas; el malecón de los descorazonados de alma frágil, sensible, en el que los trasatlánticos que surcan los mares de petróleo encallan contra las rocas, hundiéndose lentamente, hasta alcanzar las profundidades marinas en las que yacerán para la eternidad, ocultando sus tesoros a la codicia humana que pisa la flor del azafrán y no aprecia el olor de las acacias.
Te coroné y adoré, amor mío, como a un dios -eras mi dios del Olimpo, mi Apolo- con pámpanos y uvas en la alta noche báquica, en la que en las viejas tabernas bebíamos el vino empalagoso, dulzón de la felicidad, que bellos efebos coperos escanciaban de cráteras helénicas adornadas con sátiros y faunos, en copones con incrustaciones de oro y diamantes, engarzados con perlas, cuyas ostras aún nadaban en un mar adormecido, somnoliento, que acariciaba los pies de los amantes que tomaban el sol en las playas griegas, junto al dorado sexo prohibido que dormía en su cama de mullido algodón lujurioso, cubierta con dosel de delicado paño impregnado de aroma de alhelí.

martes, 14 de noviembre de 2017

Un poema de Fernando Fiestas: Jaisalmer según el poeta Maharawal Bathi

 
      A veces suceden cosas. Mientras, lunes y 13, bullían las calles, las filas de quienes esperaban entrar en el Círculo de Bellas Artes, mientras afinaban sus cuerdas Ana Belén y Miguel Poveda, mientras se colmaban las butacas de la sala Fernando de Rojas con el corre-corre de las grandes convocatorias, mientras Fernando Beltrán repasaba un texto en maravilla –círculo de bellas autes, dijo– y LA de Villena se prometía no ser por un vez pesado, mientras todo respiraba ansiedad y espera, mientras Maxi Rey instalaba la avidez de su cámara –eterno trípode cojo–, mientras la poesía esperaba su gran fiesta alrededor del nombre de Luis Eduardo Aute y la farándula aprovechaba su Toda la poesía (Espasa, 2017) para verse y elevar a coro que le queremos, que le querremos, mientras todo esto sucedía, un poeta, también pintor, estaba a solas con su nuevo libro en la primera planta de la exCasa de Fieras. Retiro, ya saben. Fernando Fiestas presentaba, leía, a un selecto grupo de amigos fieles Palabras para otras voces (Lastura, 2017). 
Allí estuvimos, escuchando la seriedad de una propuesta que Fermín Fernández Belloso supo recorrer y contarnos con esmero capaz. Tanto la editora, Lidia López Miguel, como el propio autor señalaron que esta entrega es el inicio de un libro abierto al futuro, a su crecer. Obra en marcha. Son poemas que buscan anclaje en instantes de otras épocas, en la posibilidad de la ucronía. Bordean con decisión los senderos del abismo histórico y son manifiestos de presente. Poesía meditativa y poco complaciente. De serena factura.
Mientras Ana Bella López Biedma interpretaba junto a Fernando, en el Círculo, Cristina Narea junto a Luis Mendo seguían cantando a Aute, a quien también tanto y tan bien necesitamos.resaltar.

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Jaisalmer según el poeta Maharawal Bathi

A la arcilla volvemos
en su contemplación
por cómo los sentidos
nos desorientan,
por cómo los lugares son más amplios
en tiempos de sequía,
con un sol que dibuja los perfiles.

Hace tantas semanas
que no llueve
que el mar tiene el color de las derrotas.

En la hora de las preguntas inservibles,
basta que crezcan brazos como ríos
y le efigie del héroe no cambie de sonrisa
para que las demás estatuas
sigan con la mirada su trayecto,
lo que late en los templos
de azafrán
y nos protege.

Lo demás es el cierre de los párpados
porque no somos ruido,
ni siquiera ese fondo
de las alfombras
para las gruesas lágrimas de los dioses.

Natural es tener dos mil cabezas
y un solo rasgo
inquebrantable,
apenas una sílaba
para que nada evite
nuestro paso
ni las corrientes del aire.

A la orilla volvemos
en la hora de las preguntas inservibles.

Apenas el desdoble
de nuestro rastro,
por cómo los sentidos
nos desorientan.

Los verdes son el salto inesperado
rompiendo lo baldío,
los rojos ennoblecen,
el azul es la luz del sueño,
los naranjas, bostezos
sobre las celosías del palacio.

¿De qué sirve esperar desde el origen
para reproducir sus imágenes?

Siempre hay algo inclinado
que interrumpe el descanso de la lejanía,
con forma de versículo.

Las voces,
los ojos moribundos de los peces,
la sed con rostro humano. 

Siempre hay algo
de desventura
en los sueños de los monarcas,
porque todos los grandes edificios
se construyen después de despertarnos.


En 1205 d.C.
y lejos de cualquier calendario redondo.   

jueves, 2 de noviembre de 2017

Mujeres y un poema



      Caminamos por territorio fem. También en poesía. Buena la armó chusvisor.  Las que habitan este paisaje ut supra se conocen entre sí como genias. Y no por otra cosa pretenciosa sino por el nombre de su asociación: Genialogías. Nombre que ampara en lazo a un centenar de mujeres poetas españolas dispuestas a defender. Se reúnen para saber y saberse. El viernes 27 lo hicieron en Función Lenguaje con motivo de celebrar la nueva edición –por Tigres de Papel– de textos de Julia Uceda y Francisca Aguirre. Paca asistió. Desde su Salamanca, acudió Mª Ángeles Pérez López para hablar sobre ellas, y en general sobre mujer y poesía. Esta foto de FB, donde abundan lectoras de Mientras la luz, da testimonio.

Foto de MCBarri

     El sábado 28 fue en Sigüenza, la villa en alameda y piedra de La Alcarria. Mª Antonia Velasco, familiarmente Toya Velasco, quiso acudir a su tierra cuna para presentar La cabeza y un zapato, libro que obtuvo la pasada edición el premio Blas de Otero. Lo presentó José Luis Morales, extrañado y contento por la tardía incorporación de la escritora al territorio lírico. Destacó la capacidad surrealista de su lenguaje. Acero dúctil que trasmite la emoción en pureza. Leyó, dulce y salvaje, Soledad Serrano poemas del libro ante la atenta vigilia de EGT.  Tenaces, los asistentes lograron que la autora leyera algunos de los textos, ella es reacia a esos haceres, pero transigió. Y sonreía feliz. El enorme muro de piedra que cerraba el recinto parecía escuchar.

Foto de VázquezPrada

      Tensa parecía la iluminación posmoderna de El Comercial el lunes 30, recinto que reserva los lunes para actos literarios. Presentaba Ana Montojo, poeta de edición tardía, su quinto libro. Lo publica con su asociación, Escritores en Red, y lo ha titulado Las horas contadas. Sala apretada de público fiel. Presentación prodigio de Valentín Martín, autor también del prólogo y de Carmen Fabre, responsable de edición. La lectura de poemas, según han declarado testigos, tuvo su densidad acentuada. Añadiendo que a la sensación de pérdida que supura toda la obra de Ana Montojo se unía en esta ocasión el dolor de lo concreto, del cuerpo, amado un tiempo, al que ella estuvo –próxima y necesaria– contando, cuidando, una a una las horas últimas. De ahí el poema que ofrecemos.       

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LOS VAQUEROS
                  
                   Solo me juzgo por lo que siento, 
                   no por lo que razono. 
                                        (Montaigne)

Recuerdo aquel verano -el del sesenta y cinco-
cuando eras aquel chico tan guapo que cantaba,
al que mejor sentaban los vaqueros.
Tú eras el capricho de las nenas,
el terror de los novios,
el sueño húmedo de suegras potenciales,
y yo apenas entraba en una adolescencia
boba y muerta de miedo, sin conciencia de mí
ni de que yo pudiera valer algo.

No sé por qué demonios te fijaste
en esa chica tímida
de la pandilla de los más pequeños,
el caso es que cualquier posible contrincante
regresó a sus cuarteles y replegó sus fuerzas
ante un rival con semejante historia.
Me dejaron inerme, teniendo que lidiar 
contra todas tus armas.
Dieciséis años contaba por entonces.

No hace falta que cuente lo que vino después
-largo noviazgo de pecados tristes,
muchas visitas al confesonario,
lunas llenas de cuernos,
propósito de enmienda,
dolor de corazón y al fin la boda
con el tul ilusión hecho jirones.

Cuatro hijos contando al que se fue
-revisando las fotos me preguntas
qué niño es cada uno de esos niños
que nos sonríen desde la memoria-,
el oscuro enemigo que se instaló en tu mente
hasta echarme de casa. Y los papeles rotos.

Muchos años perdida en espejismos
queriéndome morir más de mil veces,
pasiones desbordadas y un futuro imperfecto
por no saber cortar el hilo de la culpa
porque estabas ahí, tú siempre estabas,
tú y tu inmisericorde soledad,
la que todas las noches dormía a mi costado.

Pero ya no es cuestión
de andar pidiendo cuentas a la vida.
Ahora que ya no eres
ese chico tan guapo y los vaqueros
no te sientan tan bien, sabrás que existe
otra forma de amar
que no entiende de orgasmos,
que no va a derretirse entre gemidos,
pero que hoy, precisamente ahora
no va a dejarte solo.

viernes, 27 de octubre de 2017

Poema: El zapato adjetivo



zpatoizqu
ierdozpat

zptoizqui
sumisozi

izquierdo
zptosumi

zptoizqui
Nunca sé si olvidado o escondido,
sumiso o desertor, ese
zapato izquierdo y solo,
fatigado adjetivo sin carisma,
al que hace un mes vigilo ¿y alimento?
debajo de una cama,
parece cuervo herido
y asustado

vive preso
entre el muro y la más última pata

que su pareja huyó, parece obvio,
aunque jamás le escucho lamentarse
con palabras de tango,
sé que sabe
que ha mucho le robé
la parva intimidad de su secreto,
que conozco su pena.

Él mantiene su reto, y yo
siempre que paso
cerca de su distancia le susurro:
el otro ha muerto, murió lo sustantivo,
que tanto acompañaste:
valor, vuelve a la vida

tan terco en su refugio
o tan inerte,
prefiere no atender,
prefiere no acudir a mi reclamo,
debe sentirse allá,
allá en su fondo y solo,
seguro en el desahucio

¿sabrá que yo,
transido de creencias
o dolencias,
no puedo arrodillarme?