Luis Miguel Rabanal Foto: Diario de León |
Carta
pública a Luis Miguel Rabanal
Por
Que llueva siempre
Querido
Luis Miguel, como en tantos, no nos hemos tratado personalmente. Tan sólo a través
de estas ventanas maravillosas que tanto bien pueden hacer. Conocí de esta
manera tu poesía, también por algunas lecturas públicas de algunos amigos comunes
en Madrid. Sé de tu estado. Ahora nos llega este Que llueva siempre
(Huerga&Fierro), en una colección de empuje, Rayo Azul, que vienes
anunciando como cierre de tu producción édita. No sé si es un rapto emocional o
una voluntad meditada. Pero sí, todo el libro, sobre todo en los principios y
en los finales destila un sabor a hortensias en flor y en despedida. Es un
texto sembrado de coraje, pero también de desaliento. Hubo y hay razones para
escribir, no dudes eso nunca. Y las habrá. Dónde si no se hubieran alojado los labios
y las blusas, la memoria de los montes, la desazón de la nieve; qué otro arroyo
sino el papel para tus risas, para el sufrimiento. Llueves desde un lenguaje
poderoso, sin velos, ni atajos. Viertes, desde las raíces, la oscuridad que
esperas, que esperamos. No estás solo. Ni en el alcohol ni en las espumas. Sólo
que en ti crecen con más ahínco los rincones de la infancia, las esquinas de
una juventud que alguien detuvo. Por eso, en el centro del libro, entre las
amenazas y los abismos que a mitades buscas y abandonas, hierven los poemas a
los que más he vuelto. Esos que hablan de lo que fuiste y sigues siendo, de los
prados y los riscos, de la noches y las chicas abrazadas, del porvenir, de los
amigos, de la ilusión en alza, de cuanto te visita saltándose fronteras. Dices
en un primer verso Deja que la noche te abrase la memoria. Ojalá y te
leyeran todos los poetas de nuestra lengua, ojalá y aprendiéramos a decir lo
que importa, ojalá y llegásemos como tú a la desembocadura en donde los poemas ya
no pueden volver, mentir ni traicionarse. Escribes desde ese Olleir de hierro y
mar donde resides. La dureza de un presente tan continuado no puede con los
montes de blanco, aunque esta primavera tan extraña haga que los neveros
comiencen su deshora. Quiero decirte desde Mientras la luz que es
imposible no volver, no regresar a tus poemas, a tu libro –que las “nuevas
amazonas” me trajeron–, a tu fiebre y tu dicha. A nuestra fiebre y dicha. El libro, con el que cierras la serie Postrimerías, hace del ayer un presente instantáneo, gozoso y dolorido, picaporte de una
puerta que deja entrar en lo que fuimos y seremos. Tan sólo tiempo, no otra
cosa. Lo no borrable mientras seamos hombres. Ni siquiera con aquellas MILAN, de mansedumbre al tacto, que poblaron nuestra escuela. Sólo tiempo. Tú y tu libro estáis allí,
estáis aquí, en el preciso instante en el que el miedo y los deseos copulan,
algo que no pueden ocultar las distorsiones pronominales –yo, tú, el– con que
acostumbras. En algún lugar dices que haber vivido mucho es como soñar
muchachas en las noches de junio. Es junio, y es la apetencia serena de los
días nuevos. Solo decirte que tu Que llueva siempre es poesía
tendida sobre el lenguaje, como sobre una cama deshecha que conoce los rastros del
Recibe,
Luis Miguel, el abrazo que desde aquí te envío
En las eras de C
Mira
las brumas que envuelve, como un ogro
la
pradera sin críos, los frutales
cargados
y afable tiempo por venir.
Mira
este mundo y se confunde, la misma ropa
repasada,
el mismo perro que se deja coger,
el
mismo hermano que solloza amargamente
porque
se hace, de súbito, de noche.
Mira
las últimas casas y hay fuego en ellas,
o
es un resplandor que engaña
y
después se debilita como sucede
con
todos los cariños, mira mira mira
también
la soledad que tuvo.
Allá
lejos se insinúan abrazos
y
se descifra complejamente el sufrimiento,
un
hombre con sangre manando de su cabeza
y
muy abiertos los ojos.
Mira
el invierno que pasa como pasan lobeznos,
con
destreza aprendida, por esta calle solemne
y
silenciosa de marzo.
Y
apenas si ve nada, un niño amortajado
sin
deberes, las eras que se agostan,
las
ancianas de negro y la iglesia vacía,
o
el cuerpo que fue suyo,
con
piernas que corrían, sobre la nieve,
en
Montecorral.
Muy
poquitas cosas que reescribir con gozo.
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Y nunca volver
Bajo
este cielo frío se le encoge el corazón
una
última vez y es discurso apagado
el
amor, a menos el cuerpo que llamaba al amor
por
su cordura, y es celebrado ahora lo inevitable
del
recuerdo, tantas blancas camisas de puños
devorados
por algas
tantos
labios arrancados de golpe
por
el extranjero que vive hoy a su amparo.
Nada
es preciso cuando el adiós es alguien
que
solloza permanentemente en una silla
con
ruedas prestada al destino,
su
misma culpa de los mismos muchachos,
y
nos espía la zozobra de abandonar
el
monte de la Otrora, allí
donde
fuimos niños sin quererlo
un
verano o a lo sumo una vida.
Bajo
este cielo helado el hombre se adelanta
a
partir a ningún sitio, le exige al tiempo
más
usura y recoge su puñado
de
tierra en los frascos con óxido.
Todo
ha sido dicho.
Todo
contemplado con los ojos de la angustia
como
el estafador que huyese, pero hacia atrás,
hacia
su propio origen y su muerte descrita.
Sin
ninguna piedad, es cierto.
4 comentarios:
De una belleza absoluta.
Cierto, es un libro bellísimo. Contiene enlazadas la verdad y la belleza.
Es hermoso recibir una carta como ésta envuelta en sedas y que haga recuperar la esencia del buzón donde nos dejaba el cartero deseados epistolarios.
No tenía el gusto de conocer a este poeta y me disculpo por ello. Me ha gustado tanto tu carta, F. Caro, y tanto los versos de L.M. Rabanal, que voy a comprar su libro.
Muchas gracias y un abrazo.
Isabel F. Bernaldo de Quirós
Te hará bien, Isabel. es un libro profundo de verdad y coraje. Luis Miguel lleva mucho tiempo en quietud, saber eso es fundamental para entender este libro. Gracias por tus palabras.
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