Porque, manchego
siempre, fue feliz en una Barcelona de ventanas abiertas y geranios, porque
vive en una Mallorca de sol trenzado, porque desde allí, desde los allendes,
nos atiende y entiende, porque las lejanías –tan necesarias para la claridad–
no pueden ni deben prolongarse. Y también porque lo hemos querido, RESPIRACIONES
abre su ciclo cuatrienal con Federico Gallego Ripoll. Haciendo guiño y
señuelo de continuidad con aquel No madrileños de nuestras
complacencias. Poeta prófugo, dueño y esclavo de sus itinerancias, rebelde
desde lo tierno, Federico (Manzanares, 1953) camina y toma en préstamo las
horas del mundo, las manzanas dormidas, los izados trigales, lo amargo cuando
late para hacer sus palabras. De él sabemos que es un poeta que excava túneles
para que la luz pueda conocer el corazón de la montaña. Desde aquellos Poemas
del condottiero, con que Rialp le inauguró en 1981 hasta Quien
dice sombra que cierra su producción édita. De momento.
A lo largo de toda
la obra de Federico, hoy con nosotros, el fondo discursivo cede siempre,
aturdido, ante el poder de la imagen plástica, ante las embestidas sutiles de
la emoción, ante la celebración de los significados. Conoce que el hombre es un
lugar sin retorno posible, por eso siempre encontramos el humanísimo temblor palpitando
en la arquitectura de sus poemas. Federico escribe desde el hombre que tiembla
hasta el hombre que resiste. Y en ello es sabiamente radical. Tanto en el uso
de su ironía cervantina, esa daga afiladísima, con que subraya las
contradicciones, como en el convencimiento con que se instala en la dignidad
del individuo. Y porque sabe, desde la adolescencia, que la poesía es un acto
de lenguaje, se vierte en él, tiene miedos con él. Federico es una necesidad
urgente en la contemplación de los vivires, en el ahí de cada día, al que toma
como prado feraz. Escéptico ante las expectativas, bien ilusas, bien
trascendentes, defiende con brisas o con garras, según convenga, el oficio de
poeta, su oficio de raíz inmaculada, al que sirve, al que jamás ha
traicionado. Así dice: Entre mis dedos se disuelve el lápiz, lo
que escribo huele a bosque quemado.
Buen manchego vive
en las amplitudes salinas de la palabra, en su poder de sorpresa y de
convocatoria, tan necesarios en la construcción del poema. Leerle, escucharle,
es entrar en comunión con una de las formas más sincera de entender la
poesía. Que no es otra sino la de
escribir a la misma altura que sus semejantes, la de mirarlos con ojos de
presente, sin otros antes ni despueses que los precisos para no perdernos. Para
no equivocarnos ni equivocar. No hay
mundos diminutos –dice– donde el dolor no exista. Magnífico lector, es conocida sus atenciones para con la
obra de los demás, su generosidad con las epístolas cuando algo de alguien
penetra sus adentros. Ida y vuelta. Suele decir a quien tiene la fortuna de
escucharle, que el enigma de escribir, de respirar, se resuelve en el
encuentro. En ocasiones como abrazo, en otras como disturbio. Y es que la
poesía, que aparentemente nace en la mano –de la mano– del poeta, tan sólo
acontece en los ojos y en la conciencia del lector. No hay poesía sin tránsito.
Esa eterna metáfora de la existencia encuentra en este oficio uno de sus
escenarios. El otro es el del amor. A veces nuestro poeta se pregunta: ¿Quién
oye el griterío de los pájaros, si no soy yo? Para continuar ¿Quién eres
tú leyéndome, si no soy yo?
Poeta de las metamorfosis, de las realidades en duda,
de las penumbras atendidas, dijo de él JL Morales “que es una voz que emerge
de una conciencia alerta, de una sensibilidad tangente con las bellas artes, de
un yo lírico que no teme asumir su primera persona, que no esconde; aunque no
sea la suya una poesía confesional al uso, sino experiencial”. Hoy viene a RESPIRACIONES
para darnos cuenta exacta de su ayer, pero sobre todo para dar noticia de su
mañana, porque Federico Gallego Ripoll vive y escribe siempre en la frontera,
en el tiempo quebrado, en el instante de los amaneceres. Es tiempo de Federico.
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