viernes, 22 de noviembre de 2019

Documentos: Semblanza de Federico Gallego Ripoll para RESPIRACIONES


 (La becaria diligente nos ha procurado también la semblanza de Federico. La ofrecemos)
           


    Porque, manchego siempre, fue feliz en una Barcelona de ventanas abiertas y geranios, porque vive en una Mallorca de sol trenzado, porque desde allí, desde los allendes, nos atiende y entiende, porque las lejanías –tan necesarias para la claridad– no pueden ni deben prolongarse. Y también porque lo hemos querido, RESPIRACIONES abre su ciclo cuatrienal con Federico Gallego Ripoll. Haciendo guiño y señuelo de continuidad con aquel No madrileños de nuestras complacencias. Poeta prófugo, dueño y esclavo de sus itinerancias, rebelde desde lo tierno, Federico (Manzanares, 1953) camina y toma en préstamo las horas del mundo, las manzanas dormidas, los izados trigales, lo amargo cuando late para hacer sus palabras. De él sabemos que es un poeta que excava túneles para que la luz pueda conocer el corazón de la montaña. Desde aquellos Poemas del condottiero, con que Rialp le inauguró en 1981 hasta Quien dice sombra que cierra su producción édita. De momento.

A lo largo de toda la obra de Federico, hoy con nosotros, el fondo discursivo cede siempre, aturdido, ante el poder de la imagen plástica, ante las embestidas sutiles de la emoción, ante la celebración de los significados. Conoce que el hombre es un lugar sin retorno posible, por eso siempre encontramos el humanísimo temblor palpitando en la arquitectura de sus poemas. Federico escribe desde el hombre que tiembla hasta el hombre que resiste. Y en ello es sabiamente radical. Tanto en el uso de su ironía cervantina, esa daga afiladísima, con que subraya las contradicciones, como en el convencimiento con que se instala en la dignidad del individuo. Y porque sabe, desde la adolescencia, que la poesía es un acto de lenguaje, se vierte en él, tiene miedos con él. Federico es una necesidad urgente en la contemplación de los vivires, en el ahí de cada día, al que toma como prado feraz. Escéptico ante las expectativas, bien ilusas, bien trascendentes, defiende con brisas o con garras, según convenga, el oficio de poeta, su oficio de raíz inmaculada, al que sirve, al que jamás ha traicionado.  Así dice:  Entre mis dedos se disuelve el lápiz, lo que escribo huele a bosque quemado.

Buen manchego vive en las amplitudes salinas de la palabra, en su poder de sorpresa y de convocatoria, tan necesarios en la construcción del poema. Leerle, escucharle, es entrar en comunión con una de las formas más sincera de entender la poesía.  Que no es otra sino la de escribir a la misma altura que sus semejantes, la de mirarlos con ojos de presente, sin otros antes ni despueses que los precisos para no perdernos. Para no equivocarnos ni equivocar.  No hay mundos diminutos –dice– donde el dolor no exista. Magnífico lector, es conocida sus atenciones para con la obra de los demás, su generosidad con las epístolas cuando algo de alguien penetra sus adentros. Ida y vuelta. Suele decir a quien tiene la fortuna de escucharle, que el enigma de escribir, de respirar, se resuelve en el encuentro. En ocasiones como abrazo, en otras como disturbio. Y es que la poesía, que aparentemente nace en la mano –de la mano– del poeta, tan sólo acontece en los ojos y en la conciencia del lector. No hay poesía sin tránsito. Esa eterna metáfora de la existencia encuentra en este oficio uno de sus escenarios. El otro es el del amor. A veces nuestro poeta se pregunta: ¿Quién oye el griterío de los pájaros, si no soy yo? Para continuar ¿Quién eres tú leyéndome, si no soy yo?

Poeta de las metamorfosis, de las realidades en duda, de las penumbras atendidas, dijo de él JL Morales “que es una voz que emerge de una conciencia alerta, de una sensibilidad tangente con las bellas artes, de un yo lírico que no teme asumir su primera persona, que no esconde; aunque no sea la suya una poesía confesional al uso, sino experiencial”. Hoy viene a RESPIRACIONES para darnos cuenta exacta de su ayer, pero sobre todo para dar noticia de su mañana, porque Federico Gallego Ripoll vive y escribe siempre en la frontera, en el tiempo quebrado, en el instante de los amaneceres. Es tiempo de Federico.

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