Dijo el Jefe: Buen año 16 para todos, e inmediatamente, la actual España es larga parturienta en
poetas de similar altura, madre de una espesa cohorte sin cumbres, pero
reconocida. Multitud que asemeja una poblada, colectiva figura de meseta.
Llanada en la que solamente –y mirando al tiempo desde su lejanía– es posible
divisar los cerros ocupados por
Brines y
Gamoneda. Como oteros vivos desde
donde vislumbrar. O como faros para reconocerse o de los que alejarse. Pirámide
truncada. Una mesa ocupadísima con ligera inclinación hacia el oeste. No enhiesta torre ni marfil. Territorio en
donde se golpea con furia por una reseña, en el que se hiere por una antología
seleccionada o se mata por una edición en cualquier emergente, y desde luego donde
se asesina por un Tusquets… (a más de esperar 4 años). Nada se vende en el arca
escondido. Quiero decir que se batalla por subirse a los pequeños accidentes
que el terreno ofrece para parecer más elevado. Sin ser más alto. Nada nuevo bajo
el beatus sol de
Horacio, el de las áureas medianías. Tan es así que si se
aplicase la prueba del algodón, quiero decir si alguien preguntase por calles y
plazas a un ciudadano medio, medianamente informado, por el nombre de algún
poeta español vivo o bien no hallaría
respuesta o bien le señalarían el nombre del rimador de su pueblo. De su
provincia sería demasiado.
Y continuó. Recuerden: incontinentes, subidos y abigarrados
en una tronca pirámide –simeones estilitas– en la que nadie los ve. O haciendo
guardia ante la cueva negra. Poetas invisibles, dijo
Gallego Ripoll. Y lo que
es peor, desde donde nadie les escucha. Allí, cotidianos, entre ellos y para
ellos se abrazan, se escriben y se alienta (o se ignoran) como pobres e
iguales. Es el precio de la universalización de la cultura débil, dicen
sociólogos desahuciados. Muchos
medios
en lugar de pocos
muy. No es bueno ni
es malo, como señala en ocasiones
Fernando Beltrán en su
Hotel Vivir, sencillamente
es así. Pero sepan, queridos redactores, que vivir, que esperar, que leer sin
referentes claros nos desconcierta y hace crecer nuestro esfuerzo, pero también
nuestra libertad. Y es que a veces, zocos tan bien surtidos como el español nos
recompensan con la maravilla del hallazgo. No lo duden, remarcó el Jefe, no
cejen, caminen con fe por ella, siempre hay un Roto, digo un poeta, para un
descreído. No tengan miedo a la multitud, asómense a la meseta poética, usen
los codos, aparten, escojan, rompan, hallen.
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