lunes, 23 de noviembre de 2015

Un poema de Julia Conejo: Mujeres descalzas


Mujeres contadas por mujeres. Ojos de mujer mirando a la mujer. Mundo frente a mundos. Necesidad de volverse para saber, de volverse para saber la altura exacta desde la que se mide el mundo. No tiene el dramatismo de Atavío y puñal, que escribiera para Olifante Mª Ángeles Pérez López, o el aroma de pérdida de Mª Luisa Mora en El don de la batalla, porque el ángulo de la mirada es otro, como lo es el caminar del verso, el aire que mueve el paso de las páginas. La leonesa Julia Conejo mira a su alrededor con voluntad de púa, pero sin angustia. Mira y escribe anotando los miedos cuando escarban, los recuerdos que se niegan a huir, las esperanzas compartidas, las lecciones de plomo o de oro que las vidas de otras mujeres han dejado entre la nubes que pasan. Su libro El bolso de Mary Poppins, sabe de la dignidad de las palabras leves, de aquellas que solamente pretenden acariciar la piel, decir. Estoy aquí, bajo tu ropa, déjame ascenderte, llegar al pecho, contarte. Un libro escrito desde la claridad más necesaria, aquella que da sentido a la poesía hasta hacerla obligación serena. Del que escribe, del que lee. No es fácil la limpia subjetividad. Lo caliente viviendo entre lo analítico. Cerebro y tripas alrededor de la emoción. El libro obtuvo el premio Carmen Conde del presente año, pero está llamado a romper esa barrera limitadora. Ha salido a buscar y encuentra. Nos ha encontrado.
 
Este es su primer poema, el que ya no deja que te vayas.


    
Mujeres descalzas

Me asustaban las filas
de mujeres descalzas
con abrigos de paño
y una vela encendida entre las manos.

No entendía por qué,
pero cuando pasaban por delante
me encerraba la cara
en algún recoveco del cuerpo de mi madre.

Sentía que la boca
se llenaba de barro
y que las cucarachas abrían galerías
partiendo de las plantas de mis pies.

No era un temor infantil
que se acallase
con palabras amables
ni con chicles de fresas. 

La semana pasada,
cuando llegó la hora de la cena en el geriátrico
y yo me despedía de un pariente lejano,
el pasillo se llenó de mujeres calzadas,
que no llevaban velas,
y formaban una hilera
de sueños desahuciados.

Y si hubiera tenido
a mi lado a mi madre,
me hubiera refugiado
al fondo de su abrigo. 

Porque hay temores
que siempre van descalzos
delante de nosotros,
aunque pasen los años.

3 comentarios:

La Solateras dijo...

Gran descubrimiento, Paco.

fcaro dijo...

a mí me encanta, Ana.

Javier Díaz Gil dijo...

Hermoso poema Paco. Gracias por compartirlo.
Javier