Año de centenarios. Muerte de Cervantes, primer siglo de Cela, de Blas de Otero. y primer centenario de la muerte de Rubén Darío. Tan imprescindible para el hacer poético, para la historia de la poesía en castellano. Su influencia ha sido y es perceptible en el lector atento, en el poeta cierto. Afrancesado, modernista, pocos como él dejaron un sello tan persistente. Su vida lo abocó a lo fatal de la incerteza, al desasosiego vital del alcohol, a la inestabilidad económica, a la pesadumbre de lo cotidiano. Su tiempo agónico fue largo, sin esperanzas, Murió el 6 de febrero y fue enterrado tal que hoy hace cien años. En León, en su Nicaragua natal, al tiempo que concitaba a su alrededor la admiración por su obra.
Rubén junto a su muerte
Yo fui cualquier de absenta y malaquita
poeta que maullara con los yambos,
quien volcara botellas sobre hadas.
Siempre el
indio cualquiera sin victoria.
Yo aquel que
malvivió, quien mendigó
las carnes
mendigas de Madrid,
yo el traje
del amor y del clarín ubérrimo,
yo la voz de
la raza para nada,
yo aquel que
fuera
sólo cisne de
alcohol enamorado, árbol y tarde,
yo el que
mezclara
las noches con
su arsénico.
Hoy sé que
muero cobre,
hoy sé que
muero tul y decadencia.
Yo el orate
final: nadie vea mi rostro.
Yo soy aquel que
amó
negra, no
azul, la vida.
(De Locus Poetarum)
No hay comentarios:
Publicar un comentario