Arde, arde Madrid en actividad poética. El
derecho a escribir y a leer en público echa llamas. Nada que envidiar a otras
ciudades. Y aún nos queda POEMAD, que este año viene más descentralizado
y más internacional. Poco a poco adquiriendo la talla de un vero Festival y no
un mero gesto de voluntades.
Elisabeta Botan, Margarita Todorova, Ricardo Virtanen, Álvaro Hertnando y Gragorio Muelas |
La pasada semana estuvimos ocupados en las
cosas que pasan en la calle, ya saben los consuetudinarios eventos. Vino Gregorio
Muelas, miércoles 9, todo tensión ilusionada, a presentar el nº 6 de Crátera,
la ecléctica revista valenciana de poesía que dirige junto a otros dos amigos.
La que se goza con las impresionantes portadas que Juan Carlos Mestre
les regala. Un don. Dijo que tienen más de 50 suscriptores y varios encargados
de secciones internacionales. Con algunos de ellos departimos a gusto en la
chueca librería Nakama, pequeña y tierna a un tiempo. Les vi futuro. Tienen más
acompañantes que subvenciones. Y eso es sano. Nadie a quien echar culpas cuando
llegue el momento del cierre.
(Foto: Jesús Cogolludo) |
De allí salimos presto. Y prontos a escuchar a Zhivka
Baltadzhieva, nuestra poeta búlgara, que por fin ha logrado reunir, en la
colección El Levitador, de Polibea, sus poemas en torno a la represión familiar
sufrida. Llegamos tarde, nos perdimos las palabras de Verónica Aranda,
pero no la lectura –verdadera, tensa, humilde y susurrante– de Zhivka. Uno
piensa que a veces la poesía puede ser verdad y no un juego de lenguaje y
espejos para iniciados. Llegamos tarde, pero a tiempo de aprender ciertas
lecciones de cosas. Que se decía. Uno está últimamente poco receptivo a que le
enseñen, pero siempre en disposición de aprender.
(Foto: MCBarri) |
Al día siguiente sí que llegamos a tiempo
para escuchar a Miguel Galanes, poeta de inequívoca personalidad. Tanta
tiene que no quiso presentador y fue su actual editor, Pablo Méndez,
quien improvisó algunas palabras. No entendí de ellas la razón por la cual para
enmarcar (y remarcar) la manera reservada que tiene hoy Miguel de acercarse al
hecho y al acto poético, tuvo que poner en cuestión otras costumbres, otros
modos. Cosas. Miguel Galanes y la editorial Vitruvio presentaron un libro
amplio en las dimensiones, extenso en su paginación (345 páginas) y ambicioso
en su trazado. Bajo el título de La vida a contratiempo, reúne en un
volumen tres libros del autor: Secreta aventura, New York Stress
y Luces y sombras de ciudad: Madrid. Viene de lejos esta voluntad del
daimieleño para asociar sus títulos en trilogías. Leyó Miguel con sosiego
concentrado y enorme seriedad. En concilio buscado y obtenido con los
asistentes. Numerosos. A nuestro parecer nunca ha tenido la palabra sensismo
más sentido que el jueves 10 de octubre en el Centro Riojano. Es Miguel un
poeta de sensaciones a flor y ras de piel, provocación a las que se entrega de
inmediato mientras pone la palabra al servicio de tal sacudida. Como
contestación, como necesidad y alivio. Y es también un libro escrito sobre
tierra manchega, sobre asfalto y sobre adoquines. Poemas andados verso a verso.
Nada de extrañar este así sabiendo la afición de su autor a lo peripatético.
Poemas en donde la realidad, las lecturas, los prejuicios y las motivaciones
dialogan, se retan, se enmascaran y/o se revuelven. Eso nos pareció. No es un
libro habitual. El poeta tampoco lo es.
(Foto: MCBarri) |
Por si Madrid se apagaba, estuvimos,
espectadores, en el encuentro de poesía iberoamericana que organiza Alfredo
P. Alencart en Salamanca. Buen ambiente. Nuestro impagable Francisco G.
Marquina recibió el premio Francisco de Aldana a su combate poemático y
psicológico con la figura de un Dios que existe, como nos recordó. Por allí
estaba el poeta ecuatoriano Iván Oñate, al que pudimos saludar y al que
escucharemos el próximo lunes en Madrid, en el Comercial, con motivo de la
inauguración del curso en la Tertulia Hispanoamericana Rafael Montesinos. Arde
Madrid.
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GLORIETA
DE LEGAZPI
La
sangre no llegará al río,
pero
ver como pude ver aquella mañana,
en
compañía del pintor José Lucas,
las
salas de despiece en el matadero de Legazpi,
no
sólo me transportaría a las regueras de la sangre,
los
estómagos por el suelo, los menudos, las tripas,
las
cabezas pendiendo de un gancho,
las
manos y las patas en sangre sobre una mesa,
las
pieles vueltas y los entresijos
y
los gatos por los alrededores husmeando,
los
matarifes con sus monos azules y sus botas
de
goma, el cuchillo y los ganchos de hierro de tirar,
y
las canales frías, colgadas y descuartizadas,
desprendiendo
ese vapor nauseabundo
que
distinguía la carne caliente
del
ambiente gélido en el matadero municipal
en
las mañanas de invierno en Lemiday
sino
que los balidos, los mugidos y los chillidos
fueran
un único aullido de lamento y protesta
por
haber nacido y verse en el sordo ambiente
de
unas voces alzándose entre tanta sangre
como
la costumbre y el trabajo de otra forma de vida.
La
sangre no llegará al río,
pero
era una y líquida y la misma
corriendo
por las venas de mis ojos
y
al descubierto como el cuchillo del matarife.
La
sangre no llegará al río,
pero
los ladrillos aún siguen estando rojos
y
en pie como parte del artesonado de una historia
que
cambia, ríe, se divierte y llora
en
un triste y desgarrado lamento.
Miguel
Galanes
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