Cielos de Toledo (2006) fue su primera obra juntos. Han vuelto a hacerlo. Él es Ricardo Martín García, ella María Antonia Ricas. Él fotógrafo, ella poeta. Si en aquella ocasión las imágenes se centraban en los crepúsculos que sueñan con la ciudad toledana, en esta ocasión el objetivo de la cámara se hace universal. La poesía de María Antonia ya lo era, guarnecida como está por los aromas de la música y la pintura. Su amor por Rothko. En esta ocasión los poemas buscan ceñirse, para inmediatamente elevarse, a los motivos sugeridos: paisajes, rostros, flores, pavimentos, arquitecturas, gentes. O tal vez en ocasiones el juego haya sido a la inversa y Ricardo haya deseado intervenir en los poemas prevenidos. En todo hay diálogo, ternura, tristeza y temblor. Tiene Mª Antonia una sensibilidad exquisita, capacidad para leer el alma de aquello a lo que se acerca. Plantas y colores. La memoria del agua. La bondad de los reflejos. La luz sanadora de las desdichas. Verso, prosa, fragmento, formas, curvas y lágrimas, telas y otoños en las páginas de esta edición delicada, en formato elegantemente apaisado, que ha realizado Editorial Cuarto Centenario bajo el título La mirada escrita. Palabra y fotografía han jugado a lo largo de la historia, y lo seguirán haciendo mientras hayas emociones erizadas como la de estos dos toledanos, pero creo que pocas tan bien resueltas. No conozco en persona a Ricardo Martín, sí a Mª Antonia, sobre todo en estos últimos años. Y es poeta de lo violentamente enjuto, de la revolución interior, inquisidora de los acasos y zahorí de óleos y rosas. Y es poeta que conoce las revelaciones de los objetos. Con ellos conversa. Invisible la piedra, se llamó su entrega anterior. Enamorada de su ciudad, vigila la corriente del Tajo, ese enigma artificial, con tanto mimo como inquietud. Y escribe. La pulcritud de su discurso contrasta con el desasosiego de las formas que nos inunda. En su lenguaje poético destaca la pureza de su trama, exacta y firme, poderosa herramienta contra los vacíos. Desde el verso fugaz hasta el versículo, desde la sentencia al poema en prosa. Y hay en toda ella alegría melancólica. Y hay un vaho oriental, bello y sereno, como de cerezos y fondos de lago en espera.
Traemos
de La mirada escrita estos tres
poemas
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Justo
antes de morir
parpadea
con
la mirada más preciosa.
Pero
no hay muerte
entre
los árboles no hay muerte,
tan
sólo repetirse
con
despedidas necesarias
para,
después, abril
y
su impaciencia.
(Jardín
Botánico. Madrid)
La
memoria suele ser algo con aristas pero, si guarda pájaros marinos, estos van y
vienen, se llevan peces tristes y traen, a cambio, coloreadas criaturas de
cuando creíamos en los dioses del mar.
(Llanes.
Asturias)
Hacia
dónde va quien ignoramos…
No
es asunto que pertenezca
a
la soledad sino más bien
a
la determinación de un paso
que
se dirige dónde
que
tropezará dónde
que
descansará dónde.
Por
eso me repites:
cuántos
se han cruzado con nosotros
y
no reconocemos.
(Dinan.
Normandía)
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