Vive
en la Sierra Morena sevillana. En la maravilla coronada de castillo que es
Alanís, la tierra de Juan de Castellanos. Mima la poesía y le dedica su hacer. Las
fuentes de la luz, su último libro, recoge una selección de los poemas
elaborados durante los últimos ocho años, los mismos que tiene su hija Alba, a
quien dedica el libro. Leopoldo Espínola, ha dirigido durante muchos años la
Asociación Cultural Alas de Alanís, de la que fue uno de los fundadores,. Esta es su tercera
entrega.
Repartido
en tres estancias: No eternidad, Peldaños
y Las fuentes de la luz, Leopoldo Espínola indaga en los
interrogantes de su cercanía: en las gentes que le acompañan (Hoja de lectura)
, en las que le sugieren ("El zapatero"), en los aconteceres de lo significativo
("El oficio de zahorí"), en las lecturas atendidas ("Luz"), pero sobre todo en los
paisajes, las estaciones, los colores, los ruidos del campo, las aguas libres,
los indefensos aires, las lluvias que humedecen las memorias, los corazones
sorprendidos. Y si en los poemas de matriz tradicional resuelve con cierta
tensión enérgica, con verbo rápido, con pinceladas que marcan los territorios
de la elipsis, con capacidad en el diálogo entre la forma y el fondo del poema,
es en los moldes del haiku y el tanka donde alcanza el sosiego discursivo
necesario para decir con más precisa exactitud. La Naturaleza observada a
través de los metros clásicos de la poesía japonesa tienen en él una magnifica
posada. Frasea con precisión, evoca con sensibilidad. Los haikus se tiñen de
una subjetividad tan leve y tan profunda que no solamente no anula la validez
de lo observado sino que lo potencia. Y la transporta con suavidad. A veces
camina muy próximo a la espiritualidad con que lo hace Jesús Aparicio. Y es que
su asombro ante lo contemplado en muy parecido.
Sin duda que el poeta de Alanís se siente cómodo en ellos. Es entonces poeta tranquilo. Momento en que el
poema fluye sin que la necesidad de tensar el lenguaje, tentación propia de
poeta, lo perturbe.
Entrega esta en donde los poemas cortos, de impresión resuelta casi fotográficamente, se
imponen a los que prefieren el relato. Son un don amable para el lector que se siente
atrapado por lo sugerido, por las reflexiones o los paisajes interiores. Sin
duda que los parajes de la serranía influyen en la manera en que las cosas y
las acciones humanas –intuitivamente primero, intelectualmente después y con intención moral siempre– se acercan a las intenciones poéticas de Leopoldo
Espínola. Parecieran hechos a lo Claudio Rodríguez, en los paseos por entre
torrentes y jarales.
________________________
El
fin de toda
senda
comienza siempre
dentro
del caminante.
La
voz que teme
surcar
el mar se oxida
tras
sus barrotes.
*
Guarda
el ocaso
en
la tierra la sombra
del
buen amigo.
Amola
su hacha
el
tiempo en la arenisca
del
abandono.
La
verdad forja
el
poema. En el yunque
se
aguza el verso.
Junto
al arroyo
muere
de sed la piedra
seca
de orgullo.
Por
no inclinarse al agua
traga
su poso oscuro.
Colma
el poeta
la
fuente, en sus recuerdos
beben
los años:
sacia
la sed de un niño
que
trepó hasta sus caños.
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