jueves, 20 de junio de 2013

Melocotones. Un poema de Manuel Juliá





Por muchas causas. Porque Hiperión le abrió sus puertas, tan cerradas para todo aquello que no sea libro premiado o traducción. Por las críticas recibidas del profesor Morales Barba, del intuitivo Ramón Tamames, del solitario Dionisio Cañas (en El Mundo). Porque recién ha presentado su libro en La Central del Raval (Barcelona) de la mano de Corredor Matheos. Porque me habló con entusiasmo de la poesía de Dorothy Parker momentos antes de ofrecer su voz a Lur Sotuela. Porque su labor como gestor no puede cegar su mena de hacer poético. Ni debe. Porque El sueño de la muerte es su mejor libro, el más arraigado con sus orígenes, con los puentes de niebla que supone atravesar la vida. Por atreverse a soñar la muerte tras tanto visto, tras tanta ausencia llamando. Por un verso que escapa del corsé de lo castizo. Por beber de los mejores aires de la mejor poesía anglosajona sin olvidar la emoción. Por usar sabiamente el adjetivo. Por muchas causas, este poema de Manuel Juliá (Puertollano, 1954) que titula Melocotones. 


MELOCOTONES

Hoy estoy triste, quizás no pueda subir en este momento
a través de las calles sin luces
a las primeras lluvias del colegio,
estoy triste porque escondo en los sueños
de una habitación quieta en el papel amarillo
una imagen que está sola, velando
los recuerdos que aún no la abandonan,

y por eso no puedo hacer otra cosa que pensar en ti
mientras llevo un albaricoque a mis labios
como si tuviera sangre, y cuando lo muerdo
pienso que estás enfrente, que me lo arrebatas,
que con una inmensa dulzura lo desnudas
para que pueda consumir su carne
con el olor de tus dedos,

estoy triste porque hay una soledad
en el vestíbulo magullado, una soledad sin alma,
algo parecido al silencio de la ropa sucia,

y un álbum que se abre y una ventana que se cierra,
una inmensa piedad herida en cada una
de las fotografías que observas callada
meciéndote en el sillón,

la casa derrumbada es un mundo recién vivo
que tiene tu ternura y tus ojos pequeños,
tu alma de pan blando, de vino dulce,
tus labios delgados dentro de una manta
alrededor de mi congoja interminable, madre,

hoy estoy triste porque vuelve a salir el sol
sobre el mundo aunque ya no haya mundo
y tu mirada en el comedor
observa como recojo mis juguetes, siguen vivos,

y los árboles siguen moviéndose
en una llamada de auxilio imperecedera
y no encuentro tus brazos, el sol y el viento
siguen su viaje por la bruma buscando
palabras viejas para dormirse en ellas.

3 comentarios:

Isolda Wagner dijo...

Enorme poema.
Gracias Paco, por traerlo.
Un beso.

fcaro dijo...

Estoy contigo, Isolda.

Faro dijo...

¿Que es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía es esto que acabo de leer. Te lo dice un niño que nunca tuvo juguetes.