martes, 4 de agosto de 2020

Pedro Torres y “Las enseñanzas de don Juan” o El acto de explorar lo que somos

Pedro Torres



No es un libro huérfano, ni mucho menos anónimo. Aunque así lo haga sospechar la ausencia del nombre de su autor en la cubierta y en la portada. Hay que esperar hasta el final del prólogo para leer su nombre. Un generoso prólogo donde el autor, a más de explicar la génesis del texto y circunstancias, se aplica primero en abominar de ciertas modas editoriales para luego y pronto acudir en defensa de los libros que se “sostienen solos” por su contenido.  Como sin dudas desea para este “Las enseñanzas de don Juan”, nombre de sonoras reminiscencias en el Castañeda de nuestra juventud.  El libro –nº 49 de la colección Añil Literaria– es obra, digámoslo alto y claro, de Pedro Torres, almagreño de estancia y natal en el Campo de Montiel, territorios manchegos que circundan por el sur la llanura, sujetándola. Y hombre que vive a gusto en los aledaños de la cultura escrita. Todo nació como un empeño durante diciembre de 2014: encarar, declarar y fijar desde su difusión virtual el ambiente y los temas que una tertulia–entre real y supuesta– de vinos y domingo se encargaba de aventar oralmente. Pedro Torres es un profesor amante del escribir, pero sobre todo del buen escribir, del escribir con atención y sin descuidos, sabedor como es del tesoro de la Lengua Castellana, que dijo Covarrubias. Y buen aficionado a los blogs literarios (Eduardo Moga y Álvaro Valverde entre otros), a pesar de la decadencia de un modelo a mi juicio exquisito que, apartado de las violencias y fugacidades de las redes, combina permanencia, difusión, equilibrio y sosiego.

Es el asunto, que en la fecha antedicha y en su consecuencia, apareció un blog ­–ya clausurado, no busquen– con idéntico título al del libro de ahora y signado por un tal Juan Rojo Almagro. Una firma con aroma, desde lejos, a seudónimo. Rojo por el color de la tierra y Almagro porque la ciudad pretendía ser centro de interés del mismo. Con prontitud se desbordaron las limitaciones iniciales. Las preocupaciones de don Juan y los demás contertulios trajeron los temas que importan: las personas, las artes, la literatura, el buen vino, el sello de lo manchego, las contradicciones de la política local, regional y vaya usted a saber, los problemas de la gente y de la tierra, los pasados que enseñan y los futuros que aguardan, las nuevas corrientes de opinión, los ismos desbocados, la poesía, las sedosidades… y lo intrascendente, que es a veces lo que más bandera hace de cada uno de nosotros. Sin faltar nunca ese gramo de sal que suele dar al guiso de las conversaciones la bien digerida erudición. O el toque de pimienta de las últimas lecturas. Sin congregar multitudes, el blog fue arracimando en su rededor miradas y voluntades numerosas y fieles. La mía fue pronta una de ellas. Confieso que esperaba su complicidad provocadora en las tardes de los domingos. Trasmitía la sensación de que estaba escrito desde la alegría espontánea del vocero que dice aquello que sabe, debe y le apetece. Y lo dice bien.

“Las enseñanzas de don Juan”, nacido libro a una propuesta de Alfonso González-Calero, manchego de pro, editor y hombre de bien, recoge una selección de las más de 300 entradas que el blog tuvo a lo largo de cinco años. Realizada por el propio autor, según sus palabras, ha intentado desalojar con ella los temas más coyunturales, los más localistas o, haciendo lugar a la coquetería, los que pensaba de trazo menos logrado. Pero “Las enseñanzas de don Juan” es algo más. Leído ahora y contemplado en su conjunto, es en primer lugar una rendición de cuentas de una generación, hoy en edad de tertulias, que vivió activamente los tiempos de la Transición. Y los sintió como un compromiso con ellos mismos y con la Historia del España, tan maltratada, como una oportunidad imposible de malograr. Algo de lo que se muestra moderadamente orgullosa. Porque cree que aquello granó en años de libertad y bienestar, años que no pueden ser oscurecidos por lo accesorio que acarrean las vilezas o ambiciones políticas del diario vivir. Visión esta compatible con el difuso malestar por una tierra, la nuestra, que no termina de lograr lo que merece, que amasa su cotidianeidad tanto con la harina de la falta de conciencia ¿social?¿ regional? como con la levadura de cierta apatía en ambiciones culturales y de otro tipo, asuntos ambos que lastran su autoestima, su decisión y su protagonismo. Digo aquí que este libro está escrito desde el amor tranquilo a la tierra que se pisa cada día, la que nos sostiene y consiente, y que alza su decir desde el rasgar la piel, las heridas y la costra de lo manchego. De lo castellano-manchego si ustedes quieren. También desde la voluntad de concilio con la verdad y sus múltiples maneras de presentarse, pero en la consciencia de que ni su pasado ni su futuro han dependido ni dependerán exclusivamente de nosotros. Siempre tierra de paso. ¿Cuándo de peso?

A su autor, a Pedro Torres, a quien poco he tratado, pero tanto admiro, suelo escribirle que es el único lector de poesía no-poeta que conozco en nuestras cercanías, donde ni los poetas se leen unos a otros. Lo digo como anécdota, pero como nota reveladora de su singularidad. Él dice que debe haber alguno más. Y yo no lo dudo, pero. El libro que nos entrega es un ágil testimonio de variados y ciertos intereses, que investiga con inteligencia en nuestro estar y hacer. Libro de volandera lectura, divertido, mordaz a veces, irónico y develador, sano, respetuoso con las personas, no con vicios ni costumbrismos, denunciador de intereses espurios –le desvela el asunto de las inmatriculaciones de la Iglesia, en especial la de las Calatravas almagreñas–, cuestionador del turismo de masas, aventador del vino como lugar de encuentro, culto sin cultismo, radical en lo que debe permanecer y en lo que no merece tal. Quiero decir con estos apuntes que, escrito desde el corazón de La Mancha, va derecho a contar lo que somos y nos pasa dejando en segundo termino al autor. Vale lo que se dice, no quien lo dice ni por qué lo dice. Tal vez por eso su voluntad de continuar el juego de lo anónimo, aunque lo sabe imposible, omitiendo su nombre en la portada. Puede que le abrume la torrentera de nuevos nombres-autores que últimamente nos inunda. Lástima, porque Pedro Torres, nombre y apellidos calderonianos donde los haya, sí tiene que decir. Lo ha dicho y nos lo ofrece. Y sus lectores de antes, de cuando el blog, que lo seguimos siendo ahora en la nobleza antigua de la tinta y el papel, se lo agradecemos. Como lo hacemos con el editor y con la elegancia con la que resuelve la portaba el grabado de Ryuji Sato, a quien tuvimos el gusto de saludar tras la presentación que de la obra se hizo el pasado día dos de julio en el Marqués, bar de Almagro en plena Plaza y sede de la tertulia. No merecía otro escenario lo que don Juan tiene que decir, lo que Pedro Torres ha dicho a su través. Lo que hago mío en esta nota pública con la que busco compartirlo. Y es que “Las enseñanzas de don Juan” no es solamente un libro que se sostiene solo, sino que ayuda a que nos sostengamos. Con su lectura, claro. A lo que animo.



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