martes, 28 de julio de 2020

Vicente Martín: ocho años, compañero


       



           Hace ocho años hoy, 28 de julio, que vino a la tierra el cuerpo del poeta Vicente Martín Martín. Recuerdo el lento pasar, el sol tibio en la espalda dorando el camino hacia el lugar dispuesto para su cuerpo. Cada año recuerdo esta fecha. Y lo hago con el dolor de la perdida y el agradecimiento a la vida por haberme permitido conocerlo. Disfruté numerosos momentos junto a él y junto a Charo, su compañera y su mujer. Mis amigos. Poeta de fertilidad, de amor siempre joven por la palabra audaz y generosa, fue elegido por la imaginación y las imágenes como refugio salvador. Siempre fue poderoso y ágil en la ejecución del poema. Entonces lo leía y leíamos con las alas abiertas, hoy lo leo y lo seguimos leyendo con aquella emoción. Quien lo conoció no lo olvida. Ahora, hoy, hago cuenta que apenas si nos tratamos siete años, pero qué intensidad de amistad y obra poética. Nunca hubo rutina entre nosotros, ni algo parecido al frío o al distanciamiento. Recuerdo el último abrazo de despedida a la puerta de su casa, una tarde de mayo, después de un almuerzo a dos. Supe que no volvería a verlo. Él había comenzado a escribir en su juventud más temprana. Una vez, por esas fechas, me contaba, había coincidido con Luis Rosales y se había atrevido a enseñarle su mejor poema. Don Luis se lo devolvió con las tres cuartas partes de los versos tachados: Lo que queda es el poema, le advirtió el granadino. Jamás olvidó la lección. Luego vino el silencio público hasta que a mediados de la primera década del siglo estalló la gallardía esbelta de su decir, la provocación de contar la vida desde la tensión surreal y humana que su mirar le proporcionaba. Sus poemas atienden a las verdades contrapuestas, a ese saber lo que de ácido y tierno tiene el amor, por eso campan por los territorios del deseo y las renuncias, dialogan con las contradicciones. Al fin y al cabo vivir es pasar, se advierta o no, de un riesgo a otro riesgo. Y el buen poeta está para contarlo. Murió pronto, se nos murió a muchos muy pronto Vicente Martín. Hoy lo sé cierto y lo digo. Y le recuerdo desde la hermandad, desde el calor más próximo. Ocho años. Sabed que continúo sintiendo su afecto.


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Algo ocurre en el mar 
y nada tiene que ver con que en el bosque
se impacienten las olas o en las islas lejanas
relinchen los caballos
nada
con que cubran de incienso las mañanas sus márgenes
o aparezcan las nubes con sombreros 
de espuma recitando
versos de un miserere,
algo ocurre en el mar y yo lo he visto
sin bajar de mis ojos,
solamente
con mirarme en los tuyos y encontrármelos llenos
de acequias y estiajes
porque ¿sabes?, la luz tiene memoria y la memoria
se crece a medianoche
y está exenta
de vivir para siempre la impiedad de los viejos
laberintos de arena.

Te he visto caminar bajo una lluvia
ebria de acantilados,
he visto cómo exhiben las algas en tu pelo
signos de haber dejado en algún puerto interino
y a contraluz
tus pasos
y te he visto con ese afán intacto de quitarle
al viento las palabras 
y trepar al eclipse en que se acuestan
las cigüeñas andinas,
triste
como si el mundo
no tuviera las llaves de un océano
con que llenar de azul la inmensidad nocturna
de las horas siguientes.

2 comentarios:

Mayusta dijo...

Y la amistad, serena y permanente , en un gran corazón atesorada , avivando la llama del recuerdo...

Pedro Torres dijo...

Excelente. Debió ser grande la amistad y grande el hombre. También es grande el poeta; y los poemas, mientras alguien los lea con emoción, viven.