No sabía qué
hacer con ciertos versos
que tengo desde
ignoro,
que una vez
escribí, que copié y envié,
y hoy duermen con
hartura su mediocre
en mis archivos
saco.
En ellos han
crecido,
con lentitud y
furia resabiada,
altos mohos de
penas,
fecundas humedades.
fecundas humedades.
Tengo entre
manos
ahora los cuarenta
folios desempolvados
donde habitan.
Estoy, 20 de
octubre,
sentado bajo el
cielo
de un olmo, en
un tupido
banco de verdes sombras,
donde leo,
releo,
cuanto escribí
y su daño.
Tramo qué
hacer: sopeso
que estos
poemas brunos,
trufados con
olores a heptasílabo
henchido,
algodonoso,
zurcidos con
oficio de fatigas,
donde el
lenguaje oculta más torpezas
de la que vivo
y amo,
en pedazos
caminen a la llama.
Jamás sean de
nadie
aunque el
invierno dure,
aunque el
guardián se duerma,
aunque rueguen o
lloren
o busquen compararse.
Bajo el olmo he
jurado, rejurado,
que por mí no
serán
un caduco
pregón o tinta insana.
Estaba
decidido,
ya sabía qué
hacer con estos versos,
ya estaban en
los bordes
exactos de lo
que arde, casi a punto…
cuando llamó
Visor,
ya saben, Chus,
que le gustaban.
5 comentarios:
Pregón sonoro, actual y sana tinta y como no, los versos al espacio, que insano es, después de tal trabajo, que el olvido al feliz poema extinga...
Uff, veremos si es posible lo que propones. Le he pedido el Melilla a cambio. No sé, no sé.
El Melilla como mínimo. Un abrazo, querido Paco.
Javier
Qué menos, Javier, pero con el compromiso futuro del Loewe. Un abrazo amigo.
Curiosa manera de contar la vida de unos versos y su ilusión de ser. Un abrazo
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