sábado, 8 de septiembre de 2018

Huida. Un poema de Manuel Cortijo Rodríguez



Manuel Cortijo Rodríguez
  
     Titula Manuel Cortijo Rodríguez con la palabra Estancias su tercer poemario. Los anteriores fueron Memoria de los usado (2012) y Los dones de la luz (2015). Estancias, lugares donde morar, donde el espíritu busca reconocerse y el cuerpo halla sosiego. Es Manuel Cortijo poeta de ritmo intenso y muy capaz de sostenerlo en la construcción del verso, durante el hacer del poema. Siempre lo ha sido, pero en este Estancias, editado por Huerga y Fierro, alcanza su cenit. Es imposible para un lector avisado no remitirse durante su lectura a lo mejor de Rosales, a Claudio e incluso a Eladio Cabañero como rumor lejano. Rumor que no estorba ni la claridad ni la frescura de su discurso. Pero el libro, dotado de enorme personalidad, es algo más que su atrayente forma constructiva, que su voz potente y definida. Su corpus aparece dividido en cuatro territorios: tras la palabra y el tiempo como escenario iniciai, el mar –paisaje vocación– conforma la segunda estancia; la tercera se articula alrededor de la casa recordada y perdida, para finalizar volcándose en el amor como redención, como justificación y destino.

      Una brisa elegíaca y al tiempo celebrativa recorre el poemario, en donde la primera persona del yo poético se convierte en un sujeto lírico poderoso: agente a veces, a veces contemplativo. Pero siempre dispuesto a entender la existencia como una debilidad consentida y una aventura fugaz, a las que sólo la autenticidad del vivir, a pesar de los daños cotidianos, la fe en la palabra como senda y la memoria como conspiración son capaces de ofrecer refugio íntimo, cobijo ante lo incierto y lo seguro de su horizonte final. Hay también la presencia del tiempo como juez inflexible, más evidente en las estancias en que el poeta, siempre deleble, se enfrenta con la seguridad del mar. Y hay un tiempo testigo que recuerda y vigila. Como cuando aquel niño, que ya es vida pretérita, aparece recogiendo sus últimos enseres en lo que fue su casa: vuelvo a entrar otra vez para buscarme/ en las ropas gastadas. Así mismo es posible encontrar –derramada con precisión en las páginas– una afinada percepción de lo intangible, algo muy propio de su enorme sensibilidad como poeta. Del mismo modo que, concentrada en los últimos poemas, la canción del amor golpea presentes, pasado y futuros: dos sueños rotos, no: un solo sueño, dice.  Una reposada lectura nos indica que la tentación de lo ardido, el afán de la luz más alta, la claridad que nos desvela apenas poseída y los devastados caminos que el tiempo ofrece, son cardinales indispensables en este habitar lo perdido y lo esperado que supone Estancias.

      Señalemos que nuestro autor dedica bastantes de los poemas a mujeres significativas para él, tanto por su amistad poética como personal. Así como el acierto de abrazar las citas, de poetas bien leídos, incorporándolas en el interior de los poemas, haciéndolas suyas, vividas. Por último, decir que el libro viene precedido por un magnífico prólogo de Juan Pedro Carrasco García en donde se señalan los senderos por los que caminar mejor y con más provecho el poemario.
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HUIDA         

Preciso me es salir, irme allí afuera,
irme un punto de mí
a decir lo que puede decir lo luminoso, 
el cristal que se cumple en unas lágrimas
no lloradas aún
por el dolor de todos mis pecados,
dar salida y escape y claridad
a unos ojos que piden
las más altas purezas de la luz.

Esta mañana salgo a la costumbre
de acercarme a la vida, y necesito
que mis ojos encuentren una visión más alta,
una visión de allí,
donde nada se oculta,
donde los versos no tienen escape,
no mudan en lo blanco
ni en lo negro se borran,                                
no como estos que parecen
tener fuego en los pies:
son más veloces hoy que de costumbre,
y no puedo alcanzarlos, ser en ellos
ese rastro de mí que se me pierde.
Corren los versos más que yo,
y aunque tengo su música se escapan,
me niegan la fortuna de atraparlos
a mí que tantas veces los tuve sin moverme
del sitio donde estaba
abierto entre lo abierto
mi corazón, tentando lo más puro
de una cierta armonía.

Preciso me es salir, irme allí afuera,
irme un punto de mí
a decir lo que puede 
decir lo luminoso, aún sin desbordarse,
el cristal que se cumple en unas lágrimas 
no lloradas aún por el dolor
de todos mis pecados,
persiguiendo unos versos muy veloces,
que parece no quieren entenderse conmigo,
que nada hacen por mí, me dan la espalda.

Esta mañana toda
mi alma se alimenta de codicia.

10 comentarios:

Mayusta dijo...

Gracias. Gracias a los dos. Ante tales palabras a uno de dan ganas, como a San Buenaventura cuando escuchó la precedente lectura de la tesis del santo de Aquino, de romper discretamente sus torpes cuartillas... ¡Qué luz, por Dios...!

Javier Díaz Gil dijo...

Hondo, reflexivo, necesario Manuel Cortijo. Un abrazo, Paco.

Unknown dijo...

Maravilla

javier delgado dijo...

Excelente poema con claros aromas de la generación del 50. Una suerte de continuidad!

fcaro dijo...

Miguel, Cortijo es un grande maravilloso.

fcaro dijo...

Sí, Javier, así es Manuel Cortijo.

fcaro dijo...

Tinte de auténtica poesía, Javier

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Manolo, para mí siempre eres mi amigo. Ya sabes, Manolo, siempre. Cristina Cocca.

fcaro dijo...

bien lo sé, Cristin