jueves, 27 de septiembre de 2018

Un poema de Fernando José Carretero: The lady of Shalott

       


    El libro se ha publicado en la colección Añil Literaria de Ediciones Almud, Ciudad Real. De la misma ciudad es Fernando José Carretero, su autor. Se titula El cuaderno iluminado (En la galería de las rosas) y es una colección de sonetos blancos. Sonetos que atraen por el rigor de su construcción y por la voluntad de un lenguaje rico en densidades, en colorido, en referencias. Hace años se llamaba culturalismo a una manera parecida de levantar poemas. Dice su autor que le ha llevado tiempo y deseo su escritura. Que lo que ha dado a la luz es una selección entre muchos otros trabajos. Y que le ha hecho feliz, aunque ya está en otras cosas. Pero el resultado de su entrega ha sido una sorpresa multiplicada entre los pocos lectores que la poesía congrega. Es un libro raro y agitador, distinto en sus intereses a lo que le circunda. Los poetas manchegos parecemos estar en otras cosas. Ha removido y conmovido. En su edición, cuidadísima en otros extremos, el libro debería estar enriquecido con los grabados que exige: paisajes, ciudades, libros, mitos, películas… tal vez la economía pudiera decir de ello. En su defensa, el autor está dando en Facebook, puntual y cadenciosamente, noticia de las provocaciones que motivaron cada poema de este libro milagro. Lo que no hace sino aumentar nuestro interés.
Traemos a "Mientras la luz" el soneto XIX acompañado por los mismos materiales –imagen y texto- que el autor ha facilitado a la red. A la que remitimos.



Conocí la balada de Alfred Tennyson gracias a la bellísima canción que a partir de ella compuso Loreena McKennitt (y que tuve el placer de escuchar por primera vez en aquella mágica, hermosa, dolorosa película de principios de los noventa titulada Léolo, de Jean-Claude Lauzon, que si no has visto, lector, nunca te recomendaría lo suficiente). La dama de Shalott vive oculta en la torre que hay en una isla del río que fluye hacia Camelot presa de un inquietante hechizo: no puede mirar directamente al mundo exterior. Dedica el tiempo a bordar cuanto de él contempla reflejado en un espejo. Y así un día ve a Lancelot, y decide ignorar la maldición e ir a su encuentro. Deja la torre y en una barca navega río abajo hacia el castillo de Camelot. Pero muere antes de llegar allí. Grande fue la repercusión de este texto en el ambiente artístico británico del XIX, en particular entre los prerrafaelitas y sus continuadores: Holman Hunt, Rossetti o Waterhouse entre muchos. Escribí “The Lady of Shalott” como homenaje a la bella balada de Tennyson -y la canción de la McKennitt también-, a la cuantiosa pintura que inspirara y a todo aquel viejo mundo artúrico. Otra vez en mi poema la “figura” que debería habitarlo ha desaparecido, mas no sin dejar un rastro que puedas, lector, seguir. La imagen que lo acompaña es uno de los estudios de Waterhouse para su famoso cuadro de 1894. La canción es la de Loreena McKennitt: es larga, pero merece la pena (https://www.youtube.com/watch…).

XIX

The Lady of Shalott
(Alfred Tennyson)

Lo que queda del sol tras las ventanas
se enreda en los cristales y la brisa,
en las nubes que al sesgo de su roce
son fuego amoratado y fugitivo.

Por la alta galería de la torre
el espejo prolonga -plata muerta-
cierto fondo de ausencia en los tapices
y el frío entretejido en sus bordados.

El aire esparce alondras por el cielo.
Y el desvalido azul de las violetas
flanquea la deriva del esquife.

Y el crepúsculo es sangre sobre el rio,
sangre que tiñe brisas y cristales,
sombras de sangre que espesa entre la espuma.


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