Reescribiendo la cita de Wittgenstein podríamos decir que los límites
de mi lenguaje son los abismos de mi mundo. Pero sólo después de haber
concluido la lectura de Voces en off, la nueva propuesta de Alejandro Céspedes. Golpe de puño sobre el tablero de la conformidad poética. Alejandro abandona definitivamente, tal vez
para siempre, el poema exento. Basta, parece decir, de cápsulas. Abre su voz al grupo,
a los títeres que pueblan, a la niña que indaga. ¿El lenguaje es la frontera de
la incomunicación o su posada? ¿El lenguaje nació del desamparo o el
desamparo es su finalidad? Céspedes mantiene tensionado el planteamiento a lo
largo de 171 páginas. Un texto escrito con hilo de guión para una propuesta
escenográfica. La muerte del verso ya viene de su libro anterior. La poesía
camina en lo telúrico, en una niña que borra en el encerado el relato y la fórmula de los
sueños que el matemático escribe. Voces escritas sobre un filo. La poesía es un coro
que advierte y sentencia. Lo estable está abocado al desequilibrio, lo inestable
busca su reposo. La pugna, el accidente perpetuo, la catástrofe como identidad.
El caos, los contrarios, la incomprensión y la herencia como elementos necesarios en la búsqueda permanente de un nuevo orden. Todo permanece al acecho, todo lo nuevo se pliega sobre lo que
fue. Y lo que fue y todavía es sobre lo que será. El dentro dialoga con el afuera, son dos delirios, dos recuerdos
superpuestos. Y lo observado no es sino el lugar donde la crisis germina y crece. Nada mas necesario, nada más
inservibles en esta realidad que los sueños. Que ser sueño. Ese motor sin posible acomodo. Inasible. Invencible. Y sin
return.
Tras la lectura de Voces en off (Amargord. 2016), tras
su provocación, uno sabe que todos los caminos están abiertos, porque hay
poetas que no duermen ante su ordenador, ni les distraen las nieblas, poetas que sufren
y/o gozan la rebeldía.
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Pero en el escenario todas las casas que arden lo discuten.
Dicen que no con gestos,
saben que la existencia son unos pies hechos con seres
enredados
que se apilan debajo, encima, a izquierda y a derecha y nunca
hay
entre ellos intercambio posible.
Hace tiempo que la verdad fue derruida.
El padre de la niña lleva puestos los zapatos del padre de
su padre
y por eso hace siempre el mismo itinerario.
–He aquí un hombre que
se enfada con su calzado cuando la culpa
la tiene el pie… (Murmura
Estragón)
Un pantalón vacío y sin zapatos camina por las calles sin
saberlo.
Sombras sin propietarios se camuflan en los suburbios de la noche.
–Ven a mí, todos estos
no son más que carcasas.
–Rosebud, Rosebud… ¡Ah…!
¡Cuándo, cuándo, cuánto falta!
–No tengas miedo. Ningún
átomo de mí te pertenece. Yo soy el viaje.
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