Ignacio Sánches Foto: Vitruvio |
Vienen en llamar Poetas de la Transición a aquellos
que nacidos tras 1975 comenzaron a entregar alrededor del cambio de milenio. Y a los que pronto, casi a la carrera, se les dedicaron antologías que fijasen
sus nombres (y el de los antólogos que los buscaron). Los que llegaron más tarde con su primer libro a la edición han quedado fuera de ser revelaciones repetidas. Lo afirma Pedro A. González
Moreno en el prólogo a Calle del Reloj, de Ignacio Sánchez (1978). Es lo que sucede a nuestro autor de hoy, que coetáneo de tantos de aquellos se halla en un reciente segundo paso editorial, paso que nos llega con
la negra y austera cubierta de los vitruvios. De quien es gentileza. Nos
aseguran que su tercera entrega ya está anunciada.
Es el caso que cuando se elige bien a un prologuista y este
hace bien su trabajo resulta difícil para los que llegan después encontrar ranuras
nuevas por donde entrar en la obra y argumentar sin daño. Efectivamente,
confirmamos que Calle del Reloj se afana por vivir en los alrededores de los
inasibles. Concretamente de dos: de la luz y la memoria, inasibles a los que el
autor enlaza y hace danzar al ritmo de una música que no puede ser otra que la suspensión del tiempo para una limpia contemplación. Ignacio, absorto su verso en tal melodía, procura que nada disturbe
la pureza del acto; el camino místico hacia la unión que ambas se procuran. Dueño
de unas formas que proclaman sus numerosas lecturas, habitan sus versos una
cadencia y un ritmo desacostumbrado en los tiempos y las edades que nos cercan.
Lejos de las desarmonías con que muchos desprecian la tradición, hay un cuido
exquisito en el decir. De tal manera que el deslumbramiento que, como aura,
acompaña el discurso de todos y cada uno de los poemas, encuentra su marco
natural. Y lo potencia.
Duda el poeta en los paisajes. Si el título nos remite a un
escenario urbano, que luego apenas esboza, es en el monte abierto, tan de san Juan,
donde la aparición del alba alcanza su máxima expresión develadora: el temblor
de los posibles acontecimientos. Libro íntimo. Libro de mirada y de sosiego.
Libro de búsqueda, hacia el encuentro, del yo personal memoria y del yo poético luz. Sin presencia de otros ni de otra realidad.
No hay en él cómplices ni enemigos. El poeta está solo ante la luz que llega,
solo ante la memoria de la luz, solo ante la salvación que presiente. Poesía de
corte sereno, sin apenas presencia de metáforas, en donde la sugerencia de las
comparaciones se muestran suficientes para elevar el poema hasta la altura de
un poema. Es Ignacio un poeta novedosamente clásico y claudiamente celebrativo.
Un autor que pretende asomarse sin hacer ruido al tráfago de la tinta y los
escaparates. Ignacio Sánchez pisa la luz que espera con la misma levedad
humilde que tiene su sonrisa. Tal vez crea que la poesía debe servir primero a
uno mismo y después, si es posible. a los demás. Y puede que no esté
equivocado.
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El aire se vacía de memoria
y todos los espejos
se apagan en la tarde.
Hay nombres que enmudecen
como un brocal sin agua,
y días ya caídos
que el viento ha dispersado.
Vivir es ordenar lo que ya no tenemos.
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Ya solamente queda
la turbia luz del aire tras la lluvia.
El día tiene ahora este color
enfermo de periódico
mojado y ya inservible.
Déjame algún recuerdo
con que vestir tu ausencia
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