viernes, 21 de marzo de 2014

Un poema de José Watanabe. Piedra de cocina

Clínic de Mientras la Luz. El jefe nos ha encerrado durante una semana con el maestro José Watanabe. En un principio la cosa no parecía demasiado grave y ofrecía la gracia de un desenganche temporal. Basta de correr, nos dijo, reflexionemos un poco. Abandonemos escuchas y carreras, crónicas y desengaños y hagamos meditación. O cuanto menos, lectura meditativa. El escenario insular y talayótico vino al pelo. La becaria iba preparada para el yoga. Pero no. Desde la hora primera estuvimos trabajando con el tomo de Pre-Textos que recoge su obra completa. Este poeta peruano de padre japonés murió un 25 de abril. Han sido unos días de lecturas comentadas y discusiones, de tomar notas, a miles, sobre un hacer distinto. Días, días. Cuando ya el avión amenazaba, dijo el jefe: Déjenlas en dos. Costó demasiado. Cumplimos: a) la humilde valentía de los temas sobre los que es posible levantar el edificio del poema: el cuerpo, los hermanos, el agua, las piedras, los animales... siempre bordeando y nunca cayendo ni en la fábula ni en la moraleja. b) La inmensa seriedad con que se toma el hacer poético, sonorísimos versos sin medida, al tiempo que libera a la poesía de cualquier tentación trascendente, tan típico en nuestros peninsulares. Oí bramar calladamente al jefe: Eso ya se sabía antes de venir, lástima de inversión. La becaría echó un cable: Jefe, gracias por traernos a la isla, al escenario final de El corazón del lobo, ¡qué emoción! 
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Piedra de cocina

I

Esto sucede en la cocina cada domingo: 
mi hermana secciona en presas 
    tiernos cabritos y conejos. 
Los animales, despellejados sobre la tabla, 
      proverbialmente vivaces y elásticos, 
parece que guardaron memoria de su muerte 
        que aquí se prolonga.

Mi hermana, en su crueldad funcional y sin pesar, 
      compromete a una piedra, la hace cómplice. 
Es un canto rodado negro 
con el que golpea el lomo del cuchillo. 
Las presas adobadas 
      se hacen en el fuego manjar familiar, tribal, 
que en la mesa bendecimos 
con vino 
             y sin escrúpulos.

II

Es más fácil coger un cuchillo de día que de noche, 
o una taza, o un azucarero. 
De día las cosas son dóciles, se avienen 
          a nuestro dominio. 
De noche, en el silencio y la penumbra, nos resisten, 
tienen otro peso, decantan su porte, aunque algunas 
          se revelan más fáciles.

Esta noche distinguí en la cocina 
el canto rodado negro. Era 
un pequeño animal que se abrazaba fuertemente a sí mismo 
o se devoraba hacia dentro 
          en su apretada intimidad. 
No era la piedra dura que golpea el lomo del cuchillo 
y destaza 
          los animales de la comida. 
Yo la oí llorar y era blandita.

4 comentarios:

Leopoldo Espínola dijo...

¡Qué fácil resulta para los buenos sacarle el jugo poético a cualquier objeto! Anoto en mis apuntes la nueva lección, Maestro. Gracias y un abrazo.

PD. Espero que todo vaya bien con la salud, estas ausencias prolongadas asustan.

Manuel dijo...

Ya decía yo que me hacía daño al golpear el lomo del cuchillo con la mano!. Así que se usa un canto rodado?. Lo que se llega a aprender yendo de tu mano, querido amigo. Cocina o poesía, que de todo hay que comer.

Un abrazo.

fcaro dijo...

Gracias Leo, todo marcha espléndido. Los buenos poetas nos plantean siempre nuevas apuestas. Un abrazo.

fcaro dijo...

Manolo no vuelvas a darle con el dorso de la mano. Usa una piedra negra, de obsidiana. NO hay carne que no ceda a su impulso. Y no la toques por la noche. El poema ya está escrito.