miércoles, 26 de mayo de 2021

Carta pública a y dos poemas de: Rubén Martín Díaz

 




     Querido Rubén, han pasado los años. Once desde aquella primavera que nos vimos en la Tertulia Montesinos, a donde acudiste para estrenar tu reciente Adonais. Quién no recuerda tu El minuto interior, tan deslumbrante, tan exacto. Que prolongaste luego, añadiendo reflexión a la celebración, con El mirador de piedra. Tiempos de fulgor premiado. No has dejado de publicar desde entonces, pero cinco años son muchos para tus lectores. Fracturas es de 2016. Y lo sabes. Un tigre se aleja se ha hecho esperar, sé que estabas con él, sé que ha encontrado buena casa, Renacimiento, y cuidada edición. Te escribo, como puedes suponer, para dejar constancia de mi lectura, y te advierto que tengo dobladas bastantes esquinas superiores de las páginas. Es un libro complejo y limpio. Tu discurso es transparente, siempre lo fue, tu voz continúa intacta, pero tu mundo comienza ser otro, el de la constatación de la duda; ya eres un árbol que comienza a mirar con el mismo empeño hojas y raíces. Se nota. Estás nel mezzo del cammin di nostra vita y alguien ha tocado al llamador de la puerta. Te toca salir a abrir y has aceptado el reto. El tiempo es más inexorable en su furor calmado que el tigre salvaje de la juventud. Comienzas a tener pasado y la sabiduría de él. No todos los poemas, pero sí los esenciales del libro nacen de ahí. Sigue habiendo asombro, cómo no, y lo habrá (ese fabuloso “Eso que no se nombra”), pero la introspección, el asalto de la memoria íntima escarbándote –y hablo no de la memoria de escaparates, sino de la que roe y enriquece a un tiempo– ha puesto sus reales en la mesa de tus lápices, de tu pantalla, de tus provocaciones. Ese joven que corría (y corre) tiene dos hijos, a los que alimenta con leche de luna. Y ha cumplido 40 años. La juventud continua, no has caído en el pozo del descreimiento, pero ya es otra, aunque sigan en ti “las sombras que sin cuerpo deambulan/ por las altas ventanas de la imaginación”. Un tigre se aleja representa un magnífico testimonio de vida y actitud, de decisión ante la sorpresa. Son poemas construidos con tensión, desde lo contenido, pero abiertos al tránsito, a la oferta, tan escritos para decir al lector, como escritos para decirte a ti. Y eso es algo, llámalo en virtud sinceridad, que se nota y agradece. Si los primeros poemas acuden a explicarte tu estado actual: el tigre no calma su sed al mirarse al espejo; y los del segundo apartado beben de las cosas del mundo: qué magníficos “Imperfección”, a Andrés G. Cerdán y “Cicatriz”, es en el tercero donde he encontrado los poemas que acompaño, donde habita el corazón del libro: hablan con delicadeza de lo inexacto, de lo imperceptible, del roce del tiempo al pasar sobre la piel de las cosas, jamás encallecidas, todavía no encallecidas. ¿Es esa la materia de la poesía? ¿Es esa la sorpresa en la que continuas?

         Siguen después un tiempo y un amor nunca pasado. Dices: “Traes el frío hermoso de un invierno lejano/ que juntos compartimos,/ y eres tú misma el frío…” Aflora la nostalgia de la felicidad, los esplendores en la hierba vistos desde el sosiego. Camina lento el tigre que se aleja hacia las soledades de su futuro en búsqueda. Continúa el poeta encontrando la vida.

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ESO QUE NO SE NOMBRA


“La poesía es una visionaria y arriesgada tentativa de acceder a un espacio que ha desvelado y angustiado siempre al hombre: el espacio de lo imposible, que a veces parece también el espacio de lo indecible.

Como poeta, he buscado siempre ese espacio”.

                                                                     Roberto Juarroz


Quizá lo has visto demasiadas veces,
tal y como lo has visto
se va.
 
Un día fue en el Blanco sobre blanco
de Kazimir Malevich: melancólica nada.
 
Otro día en la prosa vibrante de la lluvia,
la fiebre musical de Janet Gardner
o las dotes de Malowe para la seducción.
 
El pez que es mecanismo y bajo el agua
difunde con sus branquias luz de cobre,
después desparece, deja un poso de niebla.
 
La noche en espiral formula oscuros números,
palabras inconexas y un enjambre de incógnitas,
y esa libertad, azul, precisamente,
esa atracción de no saber qué habrá más lejos.
 
La calle en la que fuiste lentitud de verano,
el portal de la edad, los amigos en curso;
no el hombre que disipa sus días en la herida
brutal de la alambrada que hace nudos de espinos.
 
Lo has visto al respirar con el ritmo pausado
y al comprender el pájaro que culmina su hueco,
al confundir la sal con un surco de espuma
y al quebrantar el tren las aceras del aire.
 
Tantas veces lo has visto y en tan diversos sitios
que resulta curioso no haber palabra alguna
para nombrarlo. Llámalo como quieras.
Lo importante es que vuelva,
que nunca se distancie
demasiado.
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TIEMPO DE QUIMERAS
 
Quisiera dibujar las formas vivas
del humo;
 
trazar con las palabras la ecuación
del cielo, su mensaje
de nubes y de fondos imposibles;
 
apacentar la lluvia con un gesto
tranquilo de la mano;
 
tocar tu corazón de arena blanca
forjada por estratos de coral;
 
beber el agua clara del relámpago
su líquida protesta,
su estruendo enardecido por la llama;
 
desmadejar las sílabas que el viento
anuda en el oído de Gizeh;
 
sumergir en la noche las pavesas
del incendio del día, las escamas
del pez del horizonte;
 
entumecer el sol con una lágrima
de los montes helados de Plutón;
 
corregir los niveles de las olas
que vienen a morir, pespunteadas,
como un velo de sal, a tus rodillas;
 
vadear la montaña más extensa
que pueda imaginar el ojo humano,
y abrazarla, sentir su dermis de piedra
 
y, dentro, todavía más profundo,
encogido en el útero de barro,
el sueño inverosímil de la vida.

1 comentario:

miguel ángel dijo...

Poesía - poesía. Impactante, para mí, el segundo poema con ese final...Enhorabuena.