jueves, 7 de febrero de 2019

Dos poemas de Eugenio Arce y Alfredo Sánchez


      Son poetas, manchegos y amigos. Viven en Ciudad Real y tienen origen vital en el Campo de Montiel. Ambos han publicado durante el presente curso. Eugenio Arce Lérida su sexto poemario Y los versos, besos son (Lastura, 2018), casi al tiempo que Alfredo Sánchez Rodríguez imprimía el primero, Cuaderno de Campoamor, con el que ha obtenido el premio Marcelino Quintana en tierras canarias.


      Es Eugenio poeta de largo recorrido, comprometido con el hacer de la palabra como modo de acercarse al hombre, al enigma de lo humano, al misterio del individuo como ser en sí, en otros y para otros. Toda su obra está roturada por el temblor, la congoja y la esperanza que acompañan al hombre en su existir. Toda su obra por el imperativo de la búsqueda, por la exigencia en encontrar el vector que dirige la voluntad humana hacia la virtud. Tradúzcase virtud por bondad, verdad y belleza. Poeta de lo humano, de la poesía al servicio del hombre, de donde nace y hacia quien transita. Sabe que la creación es un acto del lenguaje, y lo cuida, y lo ordena, pero sabe que su finalidad no es quedarse en sí mismo sino la de provocar en el hombre las preguntas y mover a la reflexión sobre el oficio de vivir. A veces hay en su hacer un punto de melancolía o de desasosiego, de tristeza o de inquietud, porque de lo insatisfecho, de los instantes incompletos, están hechos los hombres. Los poetas también. Yo nunca fui un tahúr ni me enseñaron / a jugar a las cartas / marcadas; de ahí nacen/ algunos de mis ríos turbulentos, escribe. Y a nosotros, leyendo …Y los versos, besos son, nos ha parecido escuchar la voz, lejana y cercana a un tiempo, de Nicolás del Hierro. También su estatura moral.



      Alfredo Sánchez debuta en papel, con lo que ello conlleva. Viene de la música, de la composición, de las canciones, y ello se nota en la estructura leve, ligera, de algunos de los poemas que nos ofrece, pero llega pleno de madurez a contar lo que ha visto en la tierra que cuenta nuestros pasos. Textos escritos, según su decir, en presencia del mar, el poemario Cuaderno de Campoamor habla de plenitudes y zozobras. Plenitud de un amor en plena sazón, que lo conforta y serena. Un amor cantado con el sosiego de lo bien hallado; lo que subraya su intensidad, su fluir necesario. Por completar contigo/ tantas otras mitades que me faltan, escribe en el poema “Dormir solo”. Los desgarros aparecen nada más volver la vista atrás a lo andado, a lo navegado, a lo vivido: ausencias y dolor, suciedad y frío, desasosiego… episodios e instantes contados con la claridad que conlleva el cuidado, sin retorcimientos, del lenguaje, una de sus señas de identidad. A la poesía, es bien sabido, no se llega ni pronto ni tarde, sino cuando ella nos abre las puertas. A la poesía ha entrado Alfredo Sánchez Rodríguez, y lo ha hecho con humildad y timidez, pero con paso firme. Anotamos que para abrir sus poemas ha usado numerosas citas de poetas manchegos contemporáneos. Como fe de origen. Bienvenido.

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 Hasta que los jazmines
 
A Isidro Sánchez, me honro
con la amistad de este profesor emérito

Luchar contra los astros que pretenden
modificar el curso natural
que llevan nuestros ríos.
Pelear cada día
para impedir que anulen
nuestros sueños más íntimos.
Resistirse a las fábulas
que intentan conseguir la mansedumbre
de los inconformistas.
Negarse a lo imposible,
a lo que ya está escrito
como el irremisible porvenir
de los que son más débiles.
Proclamar la justicia necesaria
y huir de la vorágine
que nos va consumiendo.
Poner mis emociones
en pie de una pacífica contienda,
hasta que los jazmines sean libres
para exhalar su aroma,
a pesar de las zarzas que los cercan.
En vuestras manos dejo
esta invisible flor
cuyos pétalos son la semejanza
de mi desnuda luz.

Eugenio Arce Lérida

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 Una silla vacía

 
Lo que hemos perdido
jamás nos será devuelto.
COLD MOUNTAIN

Una silla vacía
en la mesa común
abre un hueco a la ausencia
fatal, irremplazable.

No ha sido nunca fácil
poder verla ocupada
al tiempo que las otras,
siempre mudo testimonio
del dolor sin más causa,
gratuito, incomprensible:
el desprecio, el desaire
constante y pertinaz
del libre alejamiento,
voluntario y doloso
infligido sabiendo de su daño.
Y a la postre barato,
pues nunca se quitó
–como era merecido–
la silla de su mesa
esperando a su dueño.
Pero su hueco pesa
ahora como lápida
fría, definitiva,
y se hace más gigante
su terrible evidencia.

Alfredo Sánchez Rodríguez

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