Son
poetas, manchegos y amigos. Viven en Ciudad Real y tienen origen vital en el
Campo de Montiel. Ambos han publicado durante el presente curso. Eugenio Arce Lérida su sexto poemario …Y
los versos, besos son (Lastura, 2018), casi al tiempo que Alfredo Sánchez Rodríguez imprimía el
primero, Cuaderno de Campoamor, con el que ha obtenido el premio
Marcelino Quintana en tierras canarias.
Es
Eugenio poeta de largo recorrido, comprometido con el hacer de la palabra como
modo de acercarse al hombre, al enigma de lo humano, al misterio del individuo
como ser en sí, en otros y para otros. Toda su obra está roturada por el temblor, la congoja y la esperanza que
acompañan al hombre en su existir. Toda su obra por el imperativo de la búsqueda,
por la exigencia en encontrar el vector que dirige la voluntad humana hacia la
virtud. Tradúzcase virtud por bondad, verdad y belleza. Poeta de lo humano,
de la poesía al servicio del hombre, de donde nace y hacia quien transita. Sabe
que la creación es un acto del lenguaje, y lo cuida, y lo ordena, pero sabe que
su finalidad no es quedarse en sí mismo sino la de provocar en el hombre las
preguntas y mover a la reflexión sobre el oficio de vivir. A veces hay en su
hacer un punto de melancolía o de desasosiego, de tristeza o de inquietud,
porque de lo insatisfecho, de los instantes incompletos, están hechos los
hombres. Los poetas también. Yo nunca fui
un tahúr ni me enseñaron / a jugar a las cartas / marcadas; de ahí nacen/ algunos de mis ríos
turbulentos, escribe. Y a nosotros, leyendo …Y los versos, besos son, nos ha
parecido escuchar la voz, lejana y cercana a un tiempo, de
Nicolás del Hierro. También su estatura moral.
Alfredo
Sánchez debuta en papel, con lo que ello conlleva. Viene de la música, de la
composición, de las canciones, y ello se nota en la estructura leve, ligera, de
algunos de los poemas que nos ofrece, pero llega pleno de madurez a contar lo
que ha visto en la tierra que cuenta nuestros pasos. Textos escritos, según su decir, en presencia del mar, el
poemario Cuaderno de Campoamor habla de plenitudes y zozobras. Plenitud de un amor en plena sazón,
que lo conforta y serena. Un amor cantado con el sosiego de lo bien hallado; lo que subraya su
intensidad, su fluir necesario. Por completar contigo/ tantas
otras mitades que me faltan, escribe en el poema “Dormir solo”. Los
desgarros aparecen nada más volver la vista atrás a lo andado, a lo navegado, a lo vivido:
ausencias y dolor, suciedad y frío, desasosiego… episodios e instantes contados con la claridad
que conlleva el cuidado, sin retorcimientos, del lenguaje, una de sus señas de identidad. A la poesía, es bien
sabido, no se llega ni pronto ni tarde, sino cuando ella nos abre las puertas.
A la poesía ha entrado Alfredo Sánchez Rodríguez, y lo ha hecho con humildad y timidez, pero con paso firme. Anotamos que para abrir sus poemas ha usado numerosas citas de poetas manchegos
contemporáneos. Como fe de origen. Bienvenido.
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Hasta que los jazmines
A
Isidro Sánchez, me honro
con
la amistad de este profesor emérito
Luchar
contra los astros que pretenden
modificar
el curso natural
que
llevan nuestros ríos.
Pelear
cada día
para
impedir que anulen
nuestros
sueños más íntimos.
Resistirse
a las fábulas
que
intentan conseguir la mansedumbre
de
los inconformistas.
Negarse
a lo imposible,
a
lo que ya está escrito
como
el irremisible porvenir
de
los que son más débiles.
Proclamar
la justicia necesaria
y
huir de la vorágine
que
nos va consumiendo.
Poner
mis emociones
en
pie de una pacífica contienda,
hasta
que los jazmines sean libres
para
exhalar su aroma,
a
pesar de las zarzas que los cercan.
En
vuestras manos dejo
esta
invisible flor
cuyos
pétalos son la semejanza
de
mi desnuda luz.
Eugenio Arce Lérida
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Una silla vacía
Lo
que hemos perdido
jamás
nos será devuelto.
COLD MOUNTAIN
Una
silla vacía
en
la mesa común
abre
un hueco a la ausencia
fatal,
irremplazable.
No
ha sido nunca fácil
poder
verla ocupada
al
tiempo que las otras,
siempre
mudo testimonio
del
dolor sin más causa,
gratuito,
incomprensible:
el
desprecio, el desaire
constante
y pertinaz
del
libre alejamiento,
voluntario
y doloso
infligido
sabiendo de su daño.
Y
a la postre barato,
pues
nunca se quitó
–como
era merecido–
la
silla de su mesa
esperando
a su dueño.
Pero
su hueco pesa
ahora
como lápida
fría,
definitiva,
y
se hace más gigante
su
terrible evidencia.
Alfredo Sánchez Rodríguez
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