Ha muerto suave, como vivía desde que la conocí. Una mujer como pocas. Enamorada del hecho poético. Aprendió a recitar antes que a leer. Maestra, narradora, ensayista, poeta, mujer. Crítica con una sociedad que se alejaba de los valores cristianos. Que ella confesaba defender. Los de la justicia, los de la hermandad, los del hombre y su posibilidad. La conocí recitando a Bécquer un tarde en Arganda. Y desde entonces. Desde entonces su presencia amiga, su presencia pan, su armonía. Escribía y no publicaba. Nos hablaba de una novela que esperaba tinta, nos hablaba de Albalate de la Nogueras, nos hablaba de su casa, levantada en el XVIII, y de la que se sentía depositaria. Habitual asistente a las jornadas de poesía de Priego, allí trabó amistad con los poetas que ella consideraba maestros. Escribía. Editó con Vitruvio su primer libro Techo y raíces que incluye el poema XXVI, “Los alimoches”, poema que basta para saber de ella. Para saber de su amor a las gentes, a los olores y las costumbres de su tierra. Después, en la primavera del 2013, aparecería Los trabajos y los días, un friso hermoso de lo rural. Implacable en su certeza. Mujer y escritora de luz verdad, era posible reconocerla en la transparencia de sus escritos. Y era compañía horno, pensamiento, amparadora en su figura débil. Austera de costumbres, ajena al agua como bebida, frutal en las conversaciones, entendía el acto de vivir como solidaridad y búsqueda de la belleza. Era fácil encontrarla al reclamo de lo teatral, actividad de su entusiasmo. Digo también que en los últimos tiempos se ilusionó con los aires de renovación político-social que cundían circulares por el país. Aportó tesón y ganas. Por eso escribía, por eso el afán de su gran amigo Raúl Nieto de la Torre y la generosidad personal y editorial de Lidia López Miguel pusieron veloz empeño en que pudiera ver editado Tiempo en el tiempo, su última entrega. Poesía y reflexión. Justo esta mañana -21 y febrero- lo entregó la imprenta, justo esta tarde se fue. No pudo. La tristeza y la alegría de haberla conocido. De haber sido con ella comunidad. Cómo no haberla querido. Cómo no quererla siempre. Tendrá un acto recuerdo donde podamos reunirnos sus amigos, los del barrio, los de la poesía. Donde podamos reunir los afectos que ella repartió. Aurora. Aurora Auñón.
miércoles, 21 de febrero de 2018
Ha muerto Aurora Auñón
Ha muerto suave, como vivía desde que la conocí. Una mujer como pocas. Enamorada del hecho poético. Aprendió a recitar antes que a leer. Maestra, narradora, ensayista, poeta, mujer. Crítica con una sociedad que se alejaba de los valores cristianos. Que ella confesaba defender. Los de la justicia, los de la hermandad, los del hombre y su posibilidad. La conocí recitando a Bécquer un tarde en Arganda. Y desde entonces. Desde entonces su presencia amiga, su presencia pan, su armonía. Escribía y no publicaba. Nos hablaba de una novela que esperaba tinta, nos hablaba de Albalate de la Nogueras, nos hablaba de su casa, levantada en el XVIII, y de la que se sentía depositaria. Habitual asistente a las jornadas de poesía de Priego, allí trabó amistad con los poetas que ella consideraba maestros. Escribía. Editó con Vitruvio su primer libro Techo y raíces que incluye el poema XXVI, “Los alimoches”, poema que basta para saber de ella. Para saber de su amor a las gentes, a los olores y las costumbres de su tierra. Después, en la primavera del 2013, aparecería Los trabajos y los días, un friso hermoso de lo rural. Implacable en su certeza. Mujer y escritora de luz verdad, era posible reconocerla en la transparencia de sus escritos. Y era compañía horno, pensamiento, amparadora en su figura débil. Austera de costumbres, ajena al agua como bebida, frutal en las conversaciones, entendía el acto de vivir como solidaridad y búsqueda de la belleza. Era fácil encontrarla al reclamo de lo teatral, actividad de su entusiasmo. Digo también que en los últimos tiempos se ilusionó con los aires de renovación político-social que cundían circulares por el país. Aportó tesón y ganas. Por eso escribía, por eso el afán de su gran amigo Raúl Nieto de la Torre y la generosidad personal y editorial de Lidia López Miguel pusieron veloz empeño en que pudiera ver editado Tiempo en el tiempo, su última entrega. Poesía y reflexión. Justo esta mañana -21 y febrero- lo entregó la imprenta, justo esta tarde se fue. No pudo. La tristeza y la alegría de haberla conocido. De haber sido con ella comunidad. Cómo no haberla querido. Cómo no quererla siempre. Tendrá un acto recuerdo donde podamos reunirnos sus amigos, los del barrio, los de la poesía. Donde podamos reunir los afectos que ella repartió. Aurora. Aurora Auñón.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Gracias Paco por esta tan magnífica y llena de sentimiento nota necrológica de Aurora Auñon. Cuesta pensar que han muerto esos ojos tan vivos siempre. Un abrazo.
No la conocí personalmente, pero tus palabras, amigo Paco, hablan de amor, amistad (qué degradada palabra), valores, entrega, verdad, solidaridad, buena poesía...Tesoros que se van marchando con los mejores, dejándonos en la orfandad de demasiados y necesarios apoyos. Honremos su memoria repasando su obra y disfrutemos de quienes, ya doblada la esquina, aún nos ofrecen cada dia su ejemplo y sabiduría. Me uno al dolor de los amigos y reflexiono sobre tanto como perdemos poco a poco todo a todo...
Mujer,escritora,maestra incansable yo tambien la conoci el Priego y aprendi mucho. Se nos fue una gran mujer y deja un hueco imposible de remplazar. Formo partende mi y ahora de mi recuerdo. Aunque te hayas ido nos quedan tus palabras.
Doña Aurora, simplemente la mejor maestra que he tenido.
Recuerdo una de sus frases que, enfadada con nosotros, nos decía "os van a mojar las magdalenas como no espabiléis" ya de mayor esas palabras cobran mucho valor.
Descanse Doña Aurora que vivirá siempre en todos los corazones que regó con paciencia durante su docencia
Publicar un comentario