sábado, 18 de febrero de 2017

Davina Pazos escribe, gesta cadáveres


 Cinco puñaladas en flor
(Para Davina. Con ocasión de Cadáver para un libro.)

      Dije con ocasión de Voces, su libro anterior, que Davina Pazos, ecuato-española, es poeta hasta la raíz de las batallas, belleza que duele, sugeridora, luz urgente, pómulos donde el presagio anida y hoy añadiría: mujer con olor a dama negra entre campos de dalias y luminarias de acero. Porque Davina vive transitada por el ansia de la frontera que separa la muerte de la carne y la vida del amor. Esa oposición de contrarios. Eros y Tánatos con voluntad de madeja. Es poeta que juega con el hambre de la noche. Y el azul del amor.

      Sometida por voluntad y decisión, al imperio enamorado de las vegetaciones, al dolor resignado de las hojas, a los hervidos círculos de las lentejas, al sueño subterráneo que a los tubérculos atormentan, sueña la muerte de la carne. Vehículo inútil de las emociones. La carne con su cerco de epidermis estorba en el poema. Es preciso apretar con fuerza la materia por la cruz de la garganta, cegar los tránsitos, lograr con la mudez el grito de la poesía. Todo poema es un crimen. ¿Es preciso borrar de la hoja de acero que lo escribe las huellas dactilares?


      Asesinar. Vivir en la certeza de la creación. Ser Díos a la inversa. Tal es el camino. Convertir el acto de morir en una obra refinada. Solo la voluntad de obtener, de procurar, placer convierte el oficio en arte. Lo execrable es la rutina. Es preciso matar como se escribe, como un acto de conciencia, pues ambos confluyen la plenitud de la belleza. Recuerden a Omar Kayyan, persa poeta y su amistad con Hassan, el viejo de la montaña, el primer assasins. Una finísima lámina separa lo sublime del horror. Es preciso conocerla. A un lado, el poeta y su culto; al otro, un vulgar criminal de a 30 años.

      Davina lee con aceros. Davina afina su decir. Lo pule. Lo aguza. Lo ancla en intenciones para que no yerre. Aquí más que en ningún otro de sus libros se aúnan mano, cerebro y corazón. Escribir, matar, deben acercarse a la perfección del hacer y el decir. Y en este solo poema fragmentado –qué bien edita Lastura– lo consigue. El yo poético hace masculino al protagonista, el que dice. Soy un hombre entregado./ Me deleito en mi obra, la disfruto/ y a cada uno doy lo que merece.  Quiere decir: la forma de muerte que merece. De eso hablamos. ¿Por qué hombre cuando el único asesino es ella… la vida? No es justo, no es cruel. La vida mata, escribe JL Morales

      Carne lívida sobre la que escribir. Boca en boca donde la sangre mana. Luz de acero que perfora y enmudece. Vino tinto vertido en los pozos de la llaga. La lentitud eterna donde vive el instante. Las fauces abiertas de lo oscuro y el sur fatal de Borges. El alivio de la penetración y la tensión de lo anónimo. El fulgor de lo urgente. ¿No es esto poesía? Las horas también matan y son nuestros oráculos. Tomás de Quincey, Jonathan Swift, Allan Poe, José Mª Fonollosa lo supieron. Y lo cantaron. Cómo no tú, dama negra, que habitas los alrededores de su aliento. Exquisito cadáver para un libro de sangre y de papel.

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XXXIII

Llega la noche y algo en el poeta
se enciende y es delirio,
sinfonía de luces y de sombras
despiertan en el alma
las ganas de matar,
hallar el huéped perfecto de mi filo.

Decía, tuve ganas, sin más,
de dar con alguien
que llegue tarde a casa
por caminos desiertos,
algún triste
que vaya a caminar por aliviarse
o vaya al cine solo
o llore solo
o busque a quien cortarle la garganta.
Qué ironía.
Dos que saquen los cuchillos a la vez,
dos con ojos incrédulos
y espanto,
dos con el mismo oficio
y con las mismas ganas.

1 comentario:

JOSÉ LUIS MORANTE dijo...

Gracias por descubrirme a Davina Pazos, ya busco el libro querido amigo; Latinoamérica sigue siendo la estación más renovadora de nuestro idioma y está llena de estaciones por descubrir. Un fuerte abrazo.