miércoles, 5 de noviembre de 2014

Tres poemas de Jesús Aparicio

 

Hay asuntos en el mundo de lo poético que admiten escasas discusiones. Entre ellos hay uno evidente, este: para poder separar a un poeta de un versificador con suerte, es preciso distinguir en quien existe mundo interior propio y una voz personal. Con la advertencia de no confundir mundo propio con obsesiones, legítimas también, pero de menor condición motivadora. Ni tomar por voz propia la habilidad en el uso del lenguaje. La motivaciones de Jesús Aparicio perduran más allá de las circunstancias y, salvando los matices propios que aporta el paso del tiempo, llegan a constituir un mundo interior pleno de luz y de sonoridad, quiero decir transparente. Transparente porque se muestra con la nobleza con que acude el pálpito exacto a la verdad. La voz de Jesús Aparicio es refleja, brota y vuelve, es manantial y desembocadura, aparece y regresa sin otro afán que mostrarse y demostrar el mundo. Fiel siempre a su contención, camina tan lejos de la avaricia y la lujuria de las formas como cerca de lo sincero. Y esto ocurre, voz y mundo en concierto, cuando la mirada del poeta sobre las cosas está ligada a las maneras hondas con las que se vive el mundo, como es el caso. Algo muy distinto a la pose, al acomodo circunstancial. Sólo al que vive en el silencio creativo, como vive Jesús, le es posible escuchar las armonías minúsculas que pasan desapercibidas a los que habitan, tal vez lo buscan, el rededor del ruido. En la vida pequeña se replican los universales. Es necesario encontrar el cielo y el infierno en el haz y el envés de una hoja. Jesús lo consigue porque tiene la paz del buen relojero, del que sabe que a través de la lupa monocular es posible contemplar y dialogar con el firmamento. Jesús es poeta atento a cuanto le circunda y le importa: lean Naturaleza y Palabra. Mayúsculamente escritas. Jesús Aparicio es poeta persistente en la elegancia de sus modos. Modos discretamente poderosos, penetrantes en las sugerencias. Escribe a menudo porque tiene causa. Escribe siempre que una hoja, el vaho del invierno o el rumor de la abeja le provocan. O cuando se pregunta por el milagro insondable del hecho poético.





   De su última entrega La paciencia de Sísifo (Libros del Aire. 2014) hemos escogido tres poemas que Mientras la luz quiere compartir con sus lectores.



Programa

Sobre el pico del águila nos seducen fatuos fuego
pero yo no les presto atención
mientras espero a ver como nace
la hierba nueva bajo el olivo.

El brillo del engaño no me ciega.
Llego arriba
cuesta abajo.
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Septuagésima séptima lección  

Esta mañana he desempolvado
el primer tambor que tuve en mi infancia.
Lo aporreo y castigo con un lápiz
huérfano de palabras.
Afortunadamente nadie dice
que esto sea música.

El duende es caprichoso y nos exige
trabajar la mirada
para dar con la luz.

En poesía no
vale todo y nada
es lo mismo.
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Acuario

Este pez de colores que no me reconoce,
en su acuario vigila mis entradas
y anuncia mis salidas
–garabatos de sombra entre algas verde–
con burbujas de olvido.

De vez en cuando derramo harina en su universo
y él nunca ha adivinado el nombre de su dios.

Esta mano
que es de ayer y no guarda recuerdo entre sus dedos
tampoco reconoce a su criatura.

El hoy recreado
entre dos desmemorias,
quién lo alimentará.

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