miércoles, 15 de junio de 2011

Voy terminando, vamos terminando

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Me quejaba, allá por los octubres, del escaso vigor de mi nueva temporada poética madrileña. Poco barullo y menos nueces, le decía a un amigo. Pronta a su fin, he de reconocer que el ruido ha ido creciendo y que, en ocasiones, alguna nuez se ha desprendido. Sobre todo al final. La consolidación de Vitruvio como editorial ha sido una de ellas. La poesía reunida de Fernando Beltrán: más que fruto, caricia; como el Ashbery nervioso de Julio Mas. Las cartas al 50% de su almohada de Rafael Soler y la alta voz de Elvira Daudet. También la inquisición sosegada de José Cereijo, el adelgazamiento espirirual de Mestre, la cueva de los hazversos... lugares, emociones, en donde algunos hemos podido encontrar refugio, micas de tranquilidad. De los premios, el reconocimeinto valenciano a Pedro A. González Moreno y sus poemas de voces últimas. Tal vez, y como nota discordante, el desatino al premiar, en cierta convocatoria metálico-poética, cierto libro invendible. Equivocaciones merecedoras de perdón piadoso.


Al final, en esta última semana, he visto colas de compradores. Fui testigo. Sí, colas para comprar libros de poesía, o libros casi.  El miércoles 8 en el Salón del Instituto Cervantes, Santiago Castelo, extremeño y abc, presentaba La hermana muerta, homenaje a Lola Santiago, su hermana, a quien traté, ya desaparecida. Público otro, numerosísimo. Luis G. Jambrina lo presentó, o mejor dicho lo fusiló. Leyó después Santiago. mucho y bien, remarcada la intención. Verso claro, directo, aunque también previsible. Enormes filas de compradores. No quise competir. Sí lo intenté el viernes 10, pero los ejemplares se agotaron; sí, sí, se agotaron en la sala de Mapfre donde José Luis Nieto Aranda presentaba su segundo poemario Rastros perdidos. Poesía tallada desde la melancolía, poesía del hombre acompañado y solo, poesía escrita desde el secreto de lo vivido. Paco Moral, ya como una rosa, y Alejandro Céspedes leyeron poemas de forma alternativa (y mejorable a jucio de Julio Mas, no al mío). Dos éxitos del motorista y editor Pablo Méndez, dos más para unir al de un tobillo muy pronto recuperado.

Miguel Montesinos Pañeda
De Mapfre al Ateneo con Rafa y LucíaMiguel Montesinos Pañeda, hijo y nieto de camborios, quiero decir de poetas y servidores de la poesía, se bautiza con El orden de las cosas. Abunda el público joven en la sala grande, colas ante la mesa -compré- atendida por Ángel Rodríguez Abad, que vendía expectación: ¿narración? ¿narración poética? ¿cuentos? ¿poesía? ¿provocaciones? Iñaki abrió fuego leyendo suavemente, como presentación, el prólogo. El periodiusta Ponce recriminó, al autor, no ser atléticomadrid, lo que encendió a los mous. Juanjo el editor -Polibea- lucía feliz. Tomó Miguel la palabra, negó la necesidad genética: escribo porque quiero. Sabe que es el inicio, que está dispuesto a escribir más y mejor. Que nada hay de su abuelo, y menos -sería peor, eso dijo- de su padre. Que nadie les culpe, pidió generoso ante la insistencia de la gente del coloquio -léase Emilio Porta- que le recordaba sus manatiales. Y leyó, leyó historias de cada una de las partes que conforman el libro. No pude quedarme para la firma: cuando salía, cerca de la medianoche, había colas inmensas esperándola, buscándola. Le dejé a Maxi, gratamente sorprendido de lo escuchado, mi ejemplar.

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Epílogo

          A Foni, compañero de disquisiciones


Escribir es lo último que hago.

Cuando la noche abraza mis hombros
yo escribo. Traduzco
las crónicas obscenas de la vida:
de los hechos a los versos.

Lo último que sueño es escribir.

Garabateo trazos
en una línea tensa,
quebradiza, parapléjica... Síntomas
de sílabas desgarradas.

Escribir es lo último que hago.
Mi fe
puesta en la noche (o en el día: siempre
                                               hay esperanza).

Lo último que hago es escribir
tantos remotos recuerdos que no quedan
rastros en el olvido.

Lo último que vivo es escribir.

                            José Luis Nieto Aranda.  De Rastros perdidos  
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