viernes, 10 de septiembre de 2010

El viento me hizo: noticia última de Miguel Galanes

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Calladamente, con discreción intencionada, con suavidad, apareció a finales de la pasada primavera la última entrega de uno de nuestros poetas actuales más señalados y seguidos. Hablo de Miguel Galanes y de su noveno poemario “El viento me hizo”. La edición ha sido realizada por la editorial madrileña Huerga y Fierro dentro de su escogidísima colección Signos que dirige Ángel Luis Vigaray.

Miguel Galanes cierra con este libro su tercera trilogía: “La vida de nadie”, comenzada con “Añil”, editado por la BAM a finales de los noventa, y continuada con “La vida por dentro” en el pasado 2007. Casi quince años han sido precisos para que el poeta manchego haya completado un proyecto que se ha ido realizando con extraordinario rigor, pasada ya la hora de las urgencias y consciente el autor de la necesidad de lo intocado en la mirada que dirige sobre los espacios que le habitan y/o le circundan.

Siempre se ha movido el poeta en la zozobra, en la inestabilidad de las sensaciones, en la imposible certeza de la observación y por tanto en la fugacidad del conocimiento del individuo frente a las cosas, en la siempre cuestionable objetividad de las cosas, a las que busca e inquiere. Ya en “Añil” inició el regreso al paisaje de su infancia, unos parajes entonces desolados por la falta de agua, un paisaje para él necesario, pero también imposible para el consuelo, para el equilibrio buscado. Con “La vida por dentro” siguió escarbando, y sin abandonar el paisaje campesino y sus gentes, incorporó una mirada interior cada vez más poderosa, mas ascética, capaz de renunciar a tanto cuanto perturbe. Una intención de despojamiento. Un yo poderoso reclamaba su capacidad para enfrentarse al mundo, tanto para la pregunta pura como para la desnudez de la respuesta. Un yo que deseaba instalarse en la indagación de ese territorio de cieno y esplendor que supone el lugar exacto, si es que existe, entre el ser y el estar, objeto de su búsqueda personal y poética. “Este juego va a cuenta de mis días. / Conozco su final, pero hoy fluye / otro río ante mis ojos, que sólo desean / ver en lo que pienso.”

En el recién y sigilosamente aparecido “El viento me hizo” hace explosión la subjetividad de esa mirada interior que se venía anunciando. Es para mí el libro más descaradamente personal e íntimo de su autor. Es el punto de llegada en esa progresión hacia la serena ebullición interna; no como estéril ensimismamiento del poeta, sino haciendo de él como individuo el interlocutor necesario a los interrogantes que desde el mundo, desde las cosas y sus gentes, le convocan. Dividido en cuatro apartados, está precedido de un prólogo en el que Miguel Galanes admite y proclama que han sido las palabras el viento que siempre lo envolvió, y que siempre se dejó arrastrar por ese viento en la búsqueda del lugar, literario o vital, donde existir, que no es sino el territorio donde estancia y conciencia puedan ser éticamente compatibles.

La poderosa presencia del paisaje, cómplice necesario, se hace más evidente en el segundo capítulo, “Elogio de la ruina”. En el tercero, el poeta se inaugura con unos sonetos desacordados -de pleita, me atrevería a decir-, huérfanos de rigidez, arriesgados, atrevidamente personales, cuya sola forma hace más intensa la reflexión poética y moral que envuelve al libro. Reflexión planteada por la primera parte, titulada con acierto “Acordes de jazz para Jim Thompson”, con versos que transitan en desgarro rítmico y vivencial; reflexión que acentúa un desasimiento casi místico, moralmente comprometido con la pureza de la intenciones. Hay en esta parte un discurso persuasivo de saxo y voz, atento a la denuncia y al descreimiento, al desengaño (tan patente en el poema “Nadie”), que pide, y casi siempre obtiene, un contrapunto de tensión y de rabia en versos como instantes, como solos inmediatos de trompeta. Simplemente la vida y sus cuestiones, las hipótesis de su inutilidad, el morado canto del hombre después de traspasar el medio siglo.

El tiempo, los otros, el campo humanizado de la tierra calatrava, la palabra, el conflicto, las preguntas, el cansancio y los propósitos. Tan cercano todo. Y a veces tan lejano. Es en la última parte, la titulada “El viento solo”, donde el poeta hace confesión de su actitud ante la vida, de su activa contemplación. Es aquí donde se atisba la posible fusión del yo con las cosas, de las cosas en el yo, como solución posible y aceptada del diálogo emprendido. Nada y nadie son palabras que imponen su presencia. No es casual para los que conocemos su acercamiento a la poesía oriental que el último de los poemas esté dedicado a Corredor Matheos.

Harían bien los avisados lectores de poesía, numerosos o escasos, en no perder de vista este poemario aparecido de manera tan callada, cuya forma de llegar a las librerías tal vez pudiera ser reflejo de la situación emocional del poeta. “De cara a la pared la sencillez del vivir / mira al infinito, allí donde la ausencia habita / y la protege del mundo el silencio / de todo cuanto ama…”
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1 comentario:

Marian Raméntol dijo...

Otra excelente lectura que anoto cuidadosamente, y nuevamente gracias!

Un abrazote
Marian