A veces suceden cosas. Mientras, lunes y 13, bullían las calles,
las filas de quienes esperaban entrar en el Círculo de Bellas Artes, mientras
afinaban sus cuerdas Ana Belén y Miguel Poveda, mientras se colmaban las
butacas de la sala Fernando de Rojas con el corre-corre de las grandes convocatorias,
mientras Fernando Beltrán repasaba
un texto en maravilla –círculo de bellas
autes, dijo– y LA de Villena se
prometía no ser por un vez pesado, mientras todo respiraba ansiedad y espera,
mientras Maxi Rey instalaba la avidez
de su cámara –eterno trípode cojo–, mientras la poesía esperaba su gran fiesta
alrededor del nombre de Luis Eduardo
Aute y la farándula aprovechaba su Toda la poesía (Espasa, 2017) para
verse y elevar a coro que le queremos, que le querremos, mientras todo esto sucedía,
un poeta, también pintor, estaba a solas con su nuevo libro en la primera
planta de la exCasa de Fieras. Retiro, ya saben. Fernando Fiestas presentaba, leía, a un selecto grupo de amigos
fieles Palabras para otras voces (Lastura, 2017).
Allí estuvimos,
escuchando la seriedad de una propuesta que Fermín
Fernández Belloso supo recorrer y contarnos con esmero capaz. Tanto la editora, Lidia López Miguel, como el propio
autor señalaron que esta entrega es el inicio de un libro abierto al futuro, a su crecer. Obra en marcha. Son poemas que buscan anclaje en instantes
de otras épocas, en la posibilidad de la ucronía. Bordean con decisión los
senderos del abismo histórico y son manifiestos de presente. Poesía meditativa y poco complaciente. De serena factura.
Mientras Ana Bella López Biedma interpretaba junto a Fernando, en el Círculo, Cristina Narea junto a Luis Mendo seguían cantando a Aute, a quien también tanto y tan bien necesitamos.resaltar.
Mientras Ana Bella López Biedma interpretaba junto a Fernando, en el Círculo, Cristina Narea junto a Luis Mendo seguían cantando a Aute, a quien también tanto y tan bien necesitamos.resaltar.
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Jaisalmer según el poeta Maharawal Bathi
A la arcilla volvemos
en su contemplación
por cómo los sentidos
nos desorientan,
por cómo los lugares son más
amplios
en tiempos de sequía,
con un sol que dibuja los
perfiles.
Hace tantas semanas
que no llueve
que el mar tiene el color de las
derrotas.
En la hora de las preguntas inservibles,
basta que crezcan brazos como ríos
y le efigie del héroe no cambie de
sonrisa
para que las demás estatuas
sigan con la mirada su trayecto,
lo que late en los templos
de azafrán
y nos protege.
Lo demás es el cierre de los párpados
porque no somos ruido,
ni siquiera ese fondo
de las alfombras
para las gruesas lágrimas de los
dioses.
Natural es tener dos mil cabezas
y un solo rasgo
inquebrantable,
apenas una sílaba
para que nada evite
nuestro paso
ni las corrientes del aire.
A la orilla volvemos
en la hora de las preguntas inservibles.
Apenas el desdoble
de nuestro rastro,
por cómo los sentidos
nos desorientan.
Los verdes son el salto inesperado
rompiendo lo baldío,
los rojos ennoblecen,
el azul es la luz del sueño,
los naranjas, bostezos
sobre las celosías del palacio.
¿De qué sirve esperar desde el origen
para reproducir sus imágenes?
Siempre hay algo inclinado
que interrumpe el descanso de la
lejanía,
con forma de versículo.
Las voces,
los ojos moribundos de los peces,
la sed con rostro humano.
Siempre hay algo
de desventura
en los sueños de los monarcas,
porque todos los grandes edificios
se construyen después de
despertarnos.
En 1205 d.C.
y lejos de cualquier calendario redondo.
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