sábado, 8 de enero de 2011

¿Existe la belleza sin horror?

Fotografía de Julia Caro

Hay que reconocerlo, son atractivos. Tienen glamour. Un halo envuelve sus nombres y su obra. Todo se vuelve más transcendente. La pasión por el detalle. Los versos se tornan incisivos, aumentan hasta el cric las intenciones, sus silencios son frío. Es obligado hallar los síntomas que. Sentir ineludibles sus finales, abocados. Se nos hacen sombras imprescindibles, a posteriori, claro. Los poetas suicidas. Carne última que atrae.

Han llegado hasta la estantería colmada de Pedro A. González Moreno y han movido sus baldas. Han gritado la noche, sus razones. Lo hicieron antes con otros, tentaron a otros para ser contados y encontraron tímidas respuestas. Ahora sí. Alguien ha puesto en orden los orgullos helados. Alguien ha mirado y ha escrito cuanto oía. El rumor de los caminos solitarios. Las evidentes contradicciones de las nubes. El fragor de los sables y el cuello de las aves. Con una estructura espiral, de sinfonía: anuncio, obertura y desarrollo, ha ido el poeta ordenando veinticinco provocaciones.

Anaqueles sin dueño es un libro del que los poetas-suicidas se han apoderado. Ellos, pero no sus voces. Sus voces, atravesadas por el frío de la cordura, han sido agarradas hasta las vísceras por la mano del poeta que las cuenta y remira, con minuciosidad, hasta encontrar la pausa en los incendios que habitaron. Pero no sus voces, porque es Pedro A. González Moreno quien impone a los habitantes de las baldas su compasivamente rigorosa forma de contar. Su forma de sentirlos vivos y suyos, de sentirse compañero y acompañado. El poeta procura situarse, en las más de las ocasiones, en el instante de la derrota, en la culminación. En el momento de la más posible y perfecta cordura, en la verdad y/o la belleza de entrar en el cieno del poema final.

Recomiendo acompañar con atenta lectura los poemas que rodean a Cesare Pavese, a Silvia Plath, a Anne Sexton, a Salgari. A Georg Trakl: el horror, la belleza del ángel blanco. El postrer trago de Thomas. La taberna proletaria de Maiakovsky. Todo el mundo lírico de Pedro A. González Moreno, bien conocido por sus múltiples lectores, está fundido con el objeto de su atención. Nuevo y reflexivo. Turgente y látigo. La muerte antecede, como la memoria, a la vida, dulce envenenadora; el mar desamueblándose, dejando a la caricia sin objeto; la turbia claridad de la elegancia. El tiempo como ruido, siempre.


Los pájaros de la locura



"Donde tú vas se vuelve otoño y noche”
GEORG TRAKL
´






Sobre las piedras blancas de Cracovia
picotean los pájaros las secas
osamentas de un sueño. Alguien ha visto
manadas de caballos galopando
sobre el agua del mar. En las paredes
de algún psiquiátrico han escrito un nombre
con sílabas de sangre. Las muchachas
abren sus cuerpos y la luz florece
en medio de la nieve, mientras a alguien
le estalla el corazón por sobredosis
de cocaína y frío.
                              Quizás no haya
belleza sin horror.
                               Los nidos arden
y por el aire de Cracovia vuelan
desbandadas de pájaros. Los muertos
se enfrían en la acera, pero nadie
viene a cerrar sus párpados. Un niño
se ha asomado a la lluvia porque quiere
crecer deprisa; y otro, con un sable,
cercena el cuello de los cisnes. Nunca
existe la belleza sin horror,
pero ha de haber un puente, alguna hebra
que suture el abismo. Entre esos pájaros
que picotean cráneos de muchachas
 y esa luz que florece entre sus muslos,
tiene que haber un puente de cordura.

O tal vez la verdad y la belleza
sean nombres diferentes del horror:
sus más hermosas máscaras visibles.
.

2 comentarios:

José Luis dijo...

Esta entrada te ha quedado redonda, en serio. Magnífica la crónica/reseña del libro de Pedro (que comparto) y estupendo el remate con la elección de ese poema Trakl, verdaderamente clarificador.

fcaro dijo...

Amigo José Luis, es una simple impresión después de una lectura más. Me agrada que haya coincidencia. Hay mucho saber en el libro.