Sucede que a veces la vida golpea que yo no sé, y en tan cesarvallejo destino vivió durante unos años el poeta Juan José Alcolea. Juanjo estuvo viajando cada cierto tiempo a la quietud de su Socuéllamos infantil y juvenil a cuidar la soledad última de quien le diera vida, la que a veces golpea. La lluvia, arisca tantas veces con la tierra manchega, y la palabra eran rumor compasivo. Allí, en la desvencijado laberinto de las sensaciones, escribía y guardaba estos Cuadernos.
En el pasado diciembre han aparecido recogidos -anudados y libres- los poemas aquellos. Han sido editados por la Diputación de Ciudad Real, prestos para ser ofrecidos. Ha querido el sino que aparezcan al mismo tiempo de "Hay un cuerpo desnudo sobre el lino", otro de sus poemarios, el que ha recibido el premio Pedro Marcelino Quintana en Arucas, Gran Canaria. Dos libros paralelos que acreditan, dos libros que permiten cotejar la velocidad con la que el poeta evoluciona hacia una poesía cada vez más esencial. Pero sin traición a las maneras con las que siempre ha ejercido. “Cuadernos de Socuéllamos” es Juan José Alcolea en primera persona.
Hay en los "Cuadernos de Socuéllamos" el temblor temeroso de lo cierto, de aquello que se sabe íntimamente verdadero y debe caminar entre la vida y sus antifaces, sin otra voluntad que la de no ser arrasado, que la de encontrar el hueco necesario para que la intimidad de lo cierto germine en nuestra conciencia. El poeta cuenta. A veces cuanto ve: el tiempo último, los penosos recuerdos, el agua fértil; a veces cuanto del rayo le emociona; a veces su discusión con una palabra que se esconde o se le ofrece.
Tiene el libro un toque de distinción: cada poema, tras su cierre, contempla el momento, a modo de contrapoema, que lo vio surgir. Sobre esta originalidad, alguien ha dicho en el prólogo “Ahí, en cada cierre, están los instantes, las provocaciones, la luz y la estación, la hora de reloj y de ternura que acompañó la estatura del poema cuando éste se levantó. Socuéllamos siempre, las uvas desventradas del otoño, la lluvia que se aferra, la parra extenuada por el patio, la infancia gateando lejana por las últimas higueras. Socuéllamos de Aurelio, hermano de la ausencia, y de la madre. Recogido Socuéllamos, que ahora es visto tras la paciencia de los cristales, ya no tan claro, tan recorrido, como aquel que le guardase sus años de albahaca. "En Socuéllamos, nueve del doce, / ha llovido / con paciente ansiedad / toda la tarde”.
El libro no está en librerías. Pero está, en la voluntad del poeta, a disposición de los amigos. Sobre todo una vez que sea presentado. Aquí se anunciará: estad atentos.
Yo quisiera haber ofrecido a los lectores el poema Llueve, que cierra el libro y del que soy devoto, pero está ya extendido por la red. Este Ahora, que le precede en el libro, capta el momento final de los desvelos.
.Ahora
Ahora,
que está en el entredicho la memoria,
que todas las hectáreas preguntan
los muertos que les caben en el pecho,
tú,
Elías Alcolea,
nacido en Socuéllamos del 15,
no sabes cuántas veces te mataron
ni cuánto azul al cielo le manchaste.
Tú, que buscas sin buscar a ningún lado
y no sabes la ciencia de tu nombre,
me miras, dices: ¡Padre!
y me derrotas
en el ayer-mañana de tu invierno.
Que está tu mano ajada por la mía,
y no quieres volver a asir la bruma
sin lázaro en su sombra que te guíe
ni piel que te adormezca en la caricia.
Las rotativas
prosiguen su labor.
Yo me pregunto:
A ti
¿quién te rescata los recuerdos?
Ya te has dormido,
me suelto, lentamente, de tu mano
y enjugo el foso abierto
de mis lágrimas.
En Socuéllamos, uno de enero de 2009,
doy por cerrada esta puerta
de voces por mi casa.
No sé si supe, padre,
borrarte algún silencio
de las manos.
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4 comentarios:
este post se me ha pasado volando..
Sucede que hay inviernos
que gritan en los muros,
madrugadas
a punto de empezar a ser memoria
y besos por morder
entre los labios.
Sucede que la luz
sabe del aire,
de pecios sin cerrar,
de las preguntas.
Sucede que hubo un rastro
de tierra por las manos,
la voz a medio abrir
y, entre los ojos,
una lluvia dulcísima de Mahler.
Gracias, Paco, por traer hasta aquí el viento y la memoria, por dar noticia de este libro imprescindible, de esta consumación de la palabra. Y gracias también a ti, Juanjo, por dejarte la piel y el alma en cada verso, por enseñarme a mirar como tú miras, desde todos los surcos, por ser verdad y luz y madrugada.
Gracias a los dos, siempre.
Ana Garrido
Espupendo poeta y mejor persona Juan José Alcolea.
Quiero el libro: Estaré atenta para saber cómo poder tenerlo.
Respuesta a Paco Caro, Ana Garrido y Bletisa.
Hay experiencias que, aceptadas, marcan inevitablemente tu destino y dibujan en gran medida la historia de tu vida. Esa aceptación y el intento de recobrar y dar fe de la memoria que mi padre iba perdiendo y de la que yo, en su momento habré perdido -qué duda cabe-, son algunos de los motivos que originaron este libro. También la soledad emocionada y el tacto del amor llegando a invierno. Desde estos mimbres creo que el libro adquiere su sentido, su razón de ser y su, tal vez, deslavazada factura.
Debo su titulo a Francisco Caro, que siguió paso a paso las huellas del mismo. También a él debo su prólogo, imprescindible para saber, para entender de las razones, de las raíces y las formas.
Agradezco la afectiva entrada que aquí me dedica, agradezco su lectura atenta y su censura siempre constructiva y amigable, y agradezco, enormemente, la labor que aquí efectúa.
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Gracias, Ana, por tu emotiva entrada, gracias por este poema que capta perfectamente
-desde tu inigualable manera- la solitud en que nació este libro, en que fueron dejando un rastro de tierra entre mis manos esos versos de lluvia y de madera, de ausencia y de silencio trasgredido. Ya sabes de mis deseos a la hora de su presentación y su regalo.
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Reencontrada Amparo, en cuanto tenga tu dirección, amiga mía, será tuyo este libro al que tú y tantos otros y otras disteis impulso en su paciente edificación.
Un abrazo a los tres, y muchas gracias.
J. J. A.
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