pasar nubes, los nombres, y el
calor que antecede a cada daño con esa
aceptación de quien navega en un
dios nunca escrito, ese dios
que se oculta, desdeñoso, en la avenida densa del verano con el
mismo temor delicuescente con el que
el día, Latus, barnizó sin
clemencia la extensión de tu carne hasta
hacerte creer otro y alado con la
congoja de las tardes largas, y ese
sol entre llamas, sin recuerdos, ese sol que
te huye, ese sol último
que lame los tejados has visto un mar de rastrojos venir, has visto al tiempo transitar, y al pasado fluir torrente abajo has visto a un hombre equivocarse al escribir poema (y es su culpa) mientras llega septiembre...
Por escapar de la escritura buscaste
en microscopios, Latus, en el
rumor de cienos y en arterias, en los
nombres que mueren y no mueren, entre sabios que miden edificios o pesan
las desgracias, en
dádivas de azufre buscaste
en adoquines, en la catástrofe, por las
gasolineras que
vomitan a litros los errores, en
tardas devociones que nacen insumisas, en los
futuros timbres y alquitranes, hasta en
las albahacas cortadas
de aquel pubis… y en romanas arenas buscaste
entre los restos de los confesionarios, en
riberas y andenes, en exvotos, por
tibios infinitos, por las
alcantarillas de los supermercados, en senos
centinelas, buscaste
en redivivos mataderos y en
oasis de mármol buscaste
por las altas alegrías, en
salinos pronombres, en emplomados salmos, en
almanaques que,
turbios, confundían los
sábados con pérdidas, en el
afán de las
camas estrechas, en un libro de Elytis, en
poetas que fueron humillados buscaste
contra el tiempo de quien
desea y contra tu
lengua tantos días mutilada, y no has logrado olvidar
el recuerdo, Hellas, que aún persigues.