Los poetas no viven en una ampolla de cristal. Digo algunos.
Los poetas andan las rúas atropellados por
multitudes. Y en otras ocasiones calles de par en par vacías. Hay poetas que buscan
lo bienhechor de la soledad y la soledad se les aparece con las fauces abiertas.
Hacen faltas zapatos apropiados para sendas sin guía. Los senderos que te
arropan y los del viento helador. Lo digo por Raúl Nieto de la Torre, poeta que nos ha sorprendido con un libro
tejido de hombre solo y de desconfianza, de ternura triste y débiles amparos.
Un libro diferente al decir que acostumbraba. Hierro candente a la doma, selva que desbrozar. No suelen transitar por ahí los poetas espectáculo, eso que buscan
construir sobre la paradoja y lo sobreentendido, sobre la complicidad de los
socio-político o para el búcaro sospechoso de la emoción. Es difícil escribir desde el
individuo tomado en armas por la soledad. Ese vaho agrio. He leído Leopardo, el poemario editado recién por Tigres de Papel. Y no hablo de un poema, aunque uno comparta, hablo del color, del
bronce sin eco, de un voz que regresa a su origen apenas emitida. No es un
libro escrito con las tripas. No hay contención, pero tampoco desborde. No es un desahogo. Es un
libro para saberse sin disimulos, para hablarse sombra frente a sombra. Escrito por un
poeta que sabe que la poesía existe porque ha conversado con ella. Y porque se juraron no traicionarse nunca.
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Enséñame a aprender lo muerto.
La vida es una piedra que se convierte en mariposa
o cae al suelo.
Enséñame a que no caigamos, a que no sea
la vida un cuerpo mudo en un pasillo.
Pero has de saber
que la primera piedra
había salido de mi mano
antes de que llegáramos al mundo.
antes de que llegáramos al mundo.
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