.
Martes, 23. Me cuentan que fue Aníbal de la Beldad, periodista experto en Medio Ambiente, quien ocupó la última silla vacante. El salón de grados de la UCLM en Ciudad Real estuvo lleno. Hubo estudiantes, profesores, amigos y curiosos. A partes desiguales. Como pocas veces ha ocurrido. El poeta Pedro A. González Moreno regresó a sus orígenes universitarios 32 años después. Leyó confiado, cuentan, textos que narran el combate entre memorias y erosiones, los paisajes que guardan el lugar de la herida. Todo es ya un poco menos injusto.
A 200 kilómetros, en la Moncloa montesina, Rubén Martín Díaz nos ofrecía el poema que celebraba el vuelo de las grullas sobre La Mancha. Esto lo cuento yo. Lo escuché. Llevaban razón quienes hablaron sobre la luminosidad de su palabra y del éxtasis del sosiego en el último adonais. Su lectura fue una línea de tiza blanca, levantina, sobre la conformidad de otros discursos. Me contó que Jesús Barrajón ya le ha invitado a sentarse en la misma silla que Pedro A. Estuvo escuchándole también Carlos Javier Morales, canario y principal responsable del milagro continuado que supone la página Poesía Digital, sabio conversador y ferviente, teoría y praxis, del hacer poético.
Jueves, 25. En Lopedevega38, escuchando a Luis Felipe Barrio, cantor y poeta. O casi. Dicharachero, madridista, lineaclara. Cívico y epicúreo se nombró. Leyó de su libro Paro, ya con años y tan de moda. Estuvo en los escaños Jaime Alejandre, su amigo, con el hazversidades de EGT por seña. No me reconoció. Como bien supuse. ¿Cuándo hallará su fin mi desventura?
Viernes, 26. El correo me trajo esta semana una antología del poeta sevimanchego Francisco Mena Cantero, voz de la insistencia humana, con quien deseo conocer, ser conocido. Que así sea. Los textos escogidos me afirman en la sinceridad de su palabra, contenida, clara, atenta. Y me trajo el cartero aussi, con retraso y por mandato de Juan José Alcolea, el número homenaje a Ángel González que se preparó en Alcorcón: un árbol de buen gusto. Están plantando otro que ha de llamarse Miguel, aunque barro le llamen, para este centeaño.
Tal vez por ese motivo me ofrecí a Maxi Rey para leer con él -junto a él y a Teresa en La Moderna de Pepe Hierro- las canciones del esposo soldado y el cuchillo del tiempo. Noche de viernes en la tertulia de Enrique Romero. Maxi estuvo entendido y radiante. Convincente. Después hubo festival anticrisis: masticatorios, vino, alegría, proyectos.
Tal vez por ese motivo me ofrecí a Maxi Rey para leer con él -junto a él y a Teresa en La Moderna de Pepe Hierro- las canciones del esposo soldado y el cuchillo del tiempo. Noche de viernes en la tertulia de Enrique Romero. Maxi estuvo entendido y radiante. Convincente. Después hubo festival anticrisis: masticatorios, vino, alegría, proyectos.
La cuestión hernandiana, bélica o amarilla, me privó de otra modernidad. No pude estar con Pablo Méndez casi a la misma hora y a la semiluz del pub de castellana 210, bajo el arcoluna de la portada. Hablaría de los impedimentos de Ana Frank y otras cuestiones, su último poemario. Me invitó. Una relectura atenta al blog del común amigo Antonio Daganzo me redimirá de culpa. Además del comentario de otros que hayan recibido ya la atención del libro. Mientras lo busco.
Estupenda crónica. Uno quisiera poder multiplicarse para poder estar en todos los sitios, especialmente en muchos de los que nombras y haber acompañado también a nuestro común amigo Pedro Antonio.
ResponderEliminarUn abrazo Paco
Javier