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martes, 8 de septiembre de 2009

BRINES en Valdepeñas

Julián Creis, Paco Brines, Jesús Martín, Carlos Marzal


Domingo y 6 de septiembre, calor de julio. El indomado empotro, las alturas, las lindes del esparto que cierra las tinajas. La espera. El murmullo. El lento declinar del mediodía. La sorpresa de Maruja. La voz, el timbre, la voz salvada de Julián Creis.

Ha llegado Francisco Brines, a sus 77 años, a leer.

La tertulia del A-7, sostenida aún por Agustín y por Matías, ha logrado que Brines y Marzal muden de calor, de luz. De Sorolla a Antonio López. Marzal habla de Brines, maestro, padre, amigo; poeta de lo elegíaco, del pálpito, de los sentidos. Lee Brines, emocionan sus muros de Arezzo, pero más aún cuando oscurece el bosque. Un ángel toca la guitarra, otro canta. Silencio. Un mural sobre el barro desierto de un tinaja. Versos que quedan (solos).

Tempo justo. Calor. Los de A-7, el de A-7, anuncia el traspaso de la bodega, del escenario mítico, a manos municipales. El munícipe mayor asiente. Veremos. Vino, por favor. Aire, ágora, por favor.

Patio empedrado, sombra de ailanto, de porche estrecho. Sol, plomo, en sus arrabales. Charla. Ágora fresquísimo, peleas por. Hablo con Corredor Matheos, vivaz, espléndido a los 80, con Manuel López Azorin, al que se llevan, con Isabel Villalta, compañera, con Lostalé un suspiro, veo a Teo Serna, que escapa pronto, escucho a Santiago Aguaded, ganador del Juan Alcaide 09, como con Tano y su mujer herida, con María José Maeso. Sé que a lo lejos está José Luis Morales. Calor.

Hay un helado, hay un brindis final con el soneto de Paco Creis que invita. Casi las seis. Madrid. Madrid más cerca, más cerca, más...


OSCURECIENDO EL BOSQUE


Toda esta hermosa tarde, de poca luz,
caída sobre los grises bosques de Inglaterra
es tiempo. Tiempo que está muriendo
dentro de mis tranquilos ojos
mezclándose en el tiempo que se extingue.
Es en la vida todo
transcurrir natural hacia la muerte,
y el gratuito don que es ser, y respirar,
respira y es hacia la nada angosta.

Con sosegados ojos miro el bosque,
con tal gracia latiendo
que me parece un soplo de su espíritu
esa dicha invisible que a mi pecho ha venido.
Cual se cumple en el hombre
también se ha de cumplir la vida de la tierra;
la débil vecindad que es realidad ahora
distancia tenebrosa será luego,
toda será negrura.

Miro, con estos ojos vivos, la oscuridad del bosque.
Y una dicha más honda llega al pecho
cuando, a la soledad que me enfriaba,
vienen borrados rostros, vacilantes
contornos de otros seres
que con amor me miran, compañía demandan,
me ofrecen, calurosos, su ceniza.
Cercado de tinieblas, yo he tocado mi cuerpo
y era apenas rescoldo de calor,
también casi ceniza.
Y he sentido después que mi figura se borraba.

Mirad con cuanto gozo os digo
que es hermosos vivir.

F. Brines

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