.
Debo confesar que conocía el nombre de Toñi Álvarez, como a ella le gusta ser llamada, antes de conocerla personalmente. Lo conocí cuando obtuvo el premio de poesía “Pastora Marcela” en 2006 con El color de las horas. Solamente el nombre y su condición de asturiana. Tuve luego noticias de otros logros hasta la ocasión de tratarnos en persona cuando visité Gijón, allá por el mes de marzo, con motivo del premio “Ateneo Jovellanos”. Toñi, miembro del jurado, se mostró encantada con mi obra, Calygrafías, y por sus palabras sospecho que fue defensora de la misma en las discusiones propias de cada jurado. A partir de entonces estamos en contacto, y afortunadamente he podido disfrutar de dos de sus últimas obras: La raíz de la luz y A pesar de las sombras, premios Flor de Jara y Víctor Jara. Libros que comulgan en el mundo poético que los anima y que difieren en la formalidad de la propuesta.
De Toñi Álvarez es posible encontrar poemas e información en la red. Los poemas pertenecen a épocas ligeramente pretéritas porque la vocación pública de su poesía es reciente, acompaña al siglo que nos vive. Dice que es de nación leonesa y de vivir gijonés, que se siente plenamente asturiana sin renunciar a unos orígenes que se traslucen en sus escritos, que se dedica a la enseñanza de los adolescentes en instituto, y que tardó en dar a los demás sus poemas. Situaciones todas concurrentes en muchos poetas actuales, entre los que me incluyo. Tiene, además de los citados, publicado el poemario El otoño, que obtuvo el premio de Andujar.
A pesar de las sombras, editado en Salamanca por Amarú en su colección Mar Adentro, es un libro deudor de Virgilio, a quien la autora cita, por la exquisitez del ritmo, por la ligazón de las emociones en el marco de la naturaleza. Escrito en alejandrinos, tan rotundos como serenos, los versos van desgranando las emociones que la realidad de la vida y el impasible tiempo usan como herramientas para ir modelándonos a su antojo y conveniencia, la imposibilidad del hombre para resistir su ataque y la necesidad de la conformidad, de la aceptación del mundo, de su escenario para ir adivinando y disfrutando los momentos de placer y sosiego que se nos conceden. En todo, hay también algo de hálito horaciano, la naturaleza se ofrece como espejo, como maestra y territorio: Era el dolor un tronco de hondísimas raíces...
Es sorprendente el dominio del ritmo, la sostenida cadencia, la reposada música que invade el discurso de su verso, las elegantes pausas con que demora el final del poema. Por todo ello Antonia Álvarez Álvarez, es poeta, para mí, de obligada lectura.
En La raíz de la luz, libro anterior en edición, pero sospecho que posterior en construcción – son cosas que pasan-, Toñi se entrega a la libertad de un verso plenamente musicalizado. Aquí el arma lírica es la ternura; con ella debe enfrentarse al reto de la vida. Este hueso / sostiene una montaña de ceniza / capaz de deshacerse al menor roce...
En la primera parte la luz recorre, fluye por el cuerpo, y desde allí alumbra: venas, tacto, piel y aromas, los ojos y los gestos, el corazón y el rostro. Así del vino: luz de la vid al labio destinada / en contumaz incendio de dulzura. Y es la primera persona el sujeto lírico, un sujeto que no se impone, que no avasalla, un sujeto receptor de la luz de las cosas a través de los sentidos, que la acepta, que la integra, que la devuelve.
En la segunda parte es la palabra la que sale en busca de la luz para poder contarla, hay en ella toques de la herencia grecolatina, pero sobre todo es en ella en la que encuentro más resonancias del mejor Claudio Rodríguez. Díganlo mejor estos versos: Alcancías de luz. ¿Cómo los ojos / han aprendido a festejar el llanto? / ¿en qué lugar del mundo amanecieron? Será en la tercera parte en donde la poeta dé cuenta del éxtasis de la luz, de la plenitud de su gozo, de la serenidad de su alcance, de saberse viva con ella en la naturaleza, de la posibilidad de fundirse como el máximo anhelo. La mirada se detiene sobre la tierra, sobre el mar, con el viento.
La cuarta y última parte, la titulada Cáliz de luz, advierte que tras la plenitud del rayo que iluminó la dicha, se adivina, plena, la advertencia del fin, que nada hay sino aviso de la fugacidad y que fue preciso detenerse en el instante de la belleza; que nada más hay, pero que el gozo puede prolongarse en el recuerdo, y que contar, escribir es el único oficio del recuerdo, del poeta.
Sirva este poema, Apenas luz.
Se le murió la luz entre las manos
igual que un corazón recién nacido.
Y apenas era luz, pálpito abierto
al alba misteriosa del instante.
Apenas era flor, apenas era
nada; inmensidad, mirada
que abarcaba sorpresas junto al frío
tan pálido. La piel
–apenas era piel- trasluz del alma,
cerró contra la tierra su ternura.
Se le murió la luz al niño herido.
Pobre niño sin luz. Cáliz de sombra.
Debo confesar que conocía el nombre de Toñi Álvarez, como a ella le gusta ser llamada, antes de conocerla personalmente. Lo conocí cuando obtuvo el premio de poesía “Pastora Marcela” en 2006 con El color de las horas. Solamente el nombre y su condición de asturiana. Tuve luego noticias de otros logros hasta la ocasión de tratarnos en persona cuando visité Gijón, allá por el mes de marzo, con motivo del premio “Ateneo Jovellanos”. Toñi, miembro del jurado, se mostró encantada con mi obra, Calygrafías, y por sus palabras sospecho que fue defensora de la misma en las discusiones propias de cada jurado. A partir de entonces estamos en contacto, y afortunadamente he podido disfrutar de dos de sus últimas obras: La raíz de la luz y A pesar de las sombras, premios Flor de Jara y Víctor Jara. Libros que comulgan en el mundo poético que los anima y que difieren en la formalidad de la propuesta.
De Toñi Álvarez es posible encontrar poemas e información en la red. Los poemas pertenecen a épocas ligeramente pretéritas porque la vocación pública de su poesía es reciente, acompaña al siglo que nos vive. Dice que es de nación leonesa y de vivir gijonés, que se siente plenamente asturiana sin renunciar a unos orígenes que se traslucen en sus escritos, que se dedica a la enseñanza de los adolescentes en instituto, y que tardó en dar a los demás sus poemas. Situaciones todas concurrentes en muchos poetas actuales, entre los que me incluyo. Tiene, además de los citados, publicado el poemario El otoño, que obtuvo el premio de Andujar.
A pesar de las sombras, editado en Salamanca por Amarú en su colección Mar Adentro, es un libro deudor de Virgilio, a quien la autora cita, por la exquisitez del ritmo, por la ligazón de las emociones en el marco de la naturaleza. Escrito en alejandrinos, tan rotundos como serenos, los versos van desgranando las emociones que la realidad de la vida y el impasible tiempo usan como herramientas para ir modelándonos a su antojo y conveniencia, la imposibilidad del hombre para resistir su ataque y la necesidad de la conformidad, de la aceptación del mundo, de su escenario para ir adivinando y disfrutando los momentos de placer y sosiego que se nos conceden. En todo, hay también algo de hálito horaciano, la naturaleza se ofrece como espejo, como maestra y territorio: Era el dolor un tronco de hondísimas raíces...
Es sorprendente el dominio del ritmo, la sostenida cadencia, la reposada música que invade el discurso de su verso, las elegantes pausas con que demora el final del poema. Por todo ello Antonia Álvarez Álvarez, es poeta, para mí, de obligada lectura.
En La raíz de la luz, libro anterior en edición, pero sospecho que posterior en construcción – son cosas que pasan-, Toñi se entrega a la libertad de un verso plenamente musicalizado. Aquí el arma lírica es la ternura; con ella debe enfrentarse al reto de la vida. Este hueso / sostiene una montaña de ceniza / capaz de deshacerse al menor roce...
En la primera parte la luz recorre, fluye por el cuerpo, y desde allí alumbra: venas, tacto, piel y aromas, los ojos y los gestos, el corazón y el rostro. Así del vino: luz de la vid al labio destinada / en contumaz incendio de dulzura. Y es la primera persona el sujeto lírico, un sujeto que no se impone, que no avasalla, un sujeto receptor de la luz de las cosas a través de los sentidos, que la acepta, que la integra, que la devuelve.
En la segunda parte es la palabra la que sale en busca de la luz para poder contarla, hay en ella toques de la herencia grecolatina, pero sobre todo es en ella en la que encuentro más resonancias del mejor Claudio Rodríguez. Díganlo mejor estos versos: Alcancías de luz. ¿Cómo los ojos / han aprendido a festejar el llanto? / ¿en qué lugar del mundo amanecieron? Será en la tercera parte en donde la poeta dé cuenta del éxtasis de la luz, de la plenitud de su gozo, de la serenidad de su alcance, de saberse viva con ella en la naturaleza, de la posibilidad de fundirse como el máximo anhelo. La mirada se detiene sobre la tierra, sobre el mar, con el viento.
La cuarta y última parte, la titulada Cáliz de luz, advierte que tras la plenitud del rayo que iluminó la dicha, se adivina, plena, la advertencia del fin, que nada hay sino aviso de la fugacidad y que fue preciso detenerse en el instante de la belleza; que nada más hay, pero que el gozo puede prolongarse en el recuerdo, y que contar, escribir es el único oficio del recuerdo, del poeta.
Sirva este poema, Apenas luz.
Se le murió la luz entre las manos
igual que un corazón recién nacido.
Y apenas era luz, pálpito abierto
al alba misteriosa del instante.
Apenas era flor, apenas era
nada; inmensidad, mirada
que abarcaba sorpresas junto al frío
tan pálido. La piel
–apenas era piel- trasluz del alma,
cerró contra la tierra su ternura.
Se le murió la luz al niño herido.
Pobre niño sin luz. Cáliz de sombra.
Precioso y justo comentario el que has hecho a Toñi (Antonia Álvarez)
ResponderEliminarComo bien dices, Antonia Álvarez es una poeta de obligada lectura. Su poesía es de lo mejor que se puede leer ahora.
¡Felicidades a Toñi, y a ti por tu merecido premio...
Un abrazo. Mª Jesús Rodríguez Barberá