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Ahora, cuando su publicación está garantizada, cuando se anuncia el fin de su carácter inédito y su valor ha sido reconocido públicamente, quiero dejar constancia que tuve la oportunidad de presentar la lectura de algunos poemas que ahora componen “El viento entre las ruinas” hace ahora dos años, cuando el poemario estaba en su octavo mes de gestación y carecía de título. Fue en la prestigiada Tertulia Hispanoamericana Rafael Montesinos, de Madrid.
Ya entonces pude apreciar la fortaleza lírica de unos poemas nacidos de la reflexión sobre lo vivido con, por y entre los diversos entornos familiares y de infancia en la vida del poeta. Los versos se instalaban en los rincones de unos primeros años a mitades dichosos o traspasados de infelices afectos. Ya entonces pude apreciar como la imagen de la casa se convertía en territorio por donde levantarse y caminar. Y eran las casas múltiples como múltiples los derrumbes, las ruinas, los distanciamientos, la capacidad de rehacer, la necesidad tanto de olvido como de amor para volver a crear. Para volver a ser, aunque nunca definitivamente.
Los muros de las casas que los distintos poemas levantan saben tanto de incendios como de diluvios, por eso es preciso que alguna vez el sol penetre hasta los cimientos, que los tejados tengan tiempo preciso para su inexistencia, que permitan al viento, al aire sofocado, borrar señales, y mostrar, a la tierra raíz, caminos de redención. Y de sosiego.
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LA CASA SIN TEJADO
La casa está barrida por el viento
que la ha vuelto a vencer.
Desmantelada
–sin tejado ni vigas, solo muros-
es pura geometría de un pasado
cuyos secretos hoy ya no cobija.
Al perder su tejado ha muerto el mito
del hogar como patria invulnerable:
la oscura intimidad, celosamente
guardada en los armarios, sus mentiras,
su arrogancia de torre, su disfraz
de familia feliz: todo está al aire.
Nada puede ocultarse para siempre.
Dejaremos que el viento la ventile,
que la lluvia la lave, que penetre
el sol hasta los sótanos y abrase
sus manchas de humedad y sus parásitos.
Sólo cuando la muerte esté saciada,
reconstruiremos juntos cada muro.
Hay poco que salvar. Pero en las ruinas
canta el jilguero igual que en los palacios.
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