lunes, 22 de junio de 2020

Carta pública a y dos poemas de Mª Luisa Mora




Carta pública a María Luisa Mora Alameda

Por Los frutos siderales


        Una isla es lo más parecido a un universo. Una isla puede contener todas las emociones erizadas. En una isla cabe una mujer y un hombre que se buscan. Y la ocupan plenamente. Una isla son ellos: el amor y sus cuerpos. Leer tu libro Los frutos siderales (que Torremozas, a donde vuelves, ha editado con justeza) es llegar en barca hasta una de sus playas, la de más doradas arenas. Y saber del milagro. Pienso que los poemas con que arquitectas el libro  te arañaban, te pedían con urgencia salir al aire, construirse su propia casa. Se negaban a habitar habitaciones prestadas. En ellos respiran pájaros y deseo, cuencos y terremotos, cúspides y avaricias. Hay una mujer desnuda que espera. Hay una mujer desnuda que cuenta. Hay una poeta en excitación. Si algo fresco cunde por los escaparates poéticos del siglo es la desinhibición de la mujer para contarse en las apetencias del pubis, en las venas poderosas, en la manta tibia de las caderas. Tu libro, que has tenido a bien hacerme llegar, es un cántico, un salmo continuado al goce de amar en cuerpos y alma. Para eso existe la noche –la noche es de los amantes–, para eso existen las islas de a dos. Tu libro es grafiti. Tu libro es publicar la fiesta de los sexos. Decir que es bella, que es la culminación de todas las expectativas, la llama que convierte la ceniza en leña, la cotidiana sed, la hierba húmeda. Has querido dividir el libro en tres etapas, en tres fogaces maneras. La del descubrimiento y el éxtasis, la de la madurez frutal y dilatada, la que resiste y no se deja vencer. Y en todas tres, el deseo del cuerpo amado explosiona hasta romper metáforas y comparaciones, hasta verterse y hacer jugo del poema. Has escrito en ocasiones de la vida con pasión, has escrito de penas, de la infancia, de la muerte más fiera, la que vino desde abajo, era preciso abrir ahora la espita de la celebración, enarbolar la bandera del goce como plenitud que sana y limpia de impurezas. Las ingles, los sueños anchos que penetran, la pulpa de los dedos tibios, los desasosiegos de la ausencia, los caminos del pulso compañero, los vientos raros que detuvieron las pasiones, el ardor y el temor, el juego nunca igual de las caricias y las nucas. Todo en Los frutos siderales es vegetación que nos aroma  Todo en esta isla que te habita, y a la que dejas hablar con palabra pausada y cálida, es licor que llena los arroyos, licor que embriaga. No es posible leerte sin saber de tu libertad, sin saber de tu valentía, sin saber de tu pulso mantenido, mirada frente a mirada, con la poesía, con el amor. No cejes, María Luisa, en tanto empeño. La realidad, la felicidad que a veces en ella se refugia, sólo pueden ser contadas desde la emoción del poema, desde el pecho en flor de una poeta como tú. Quiero decirte que tu libro ha sido una sorpresa. Y su lectura un campo de almendros en mitad de los secanos, un aldabón que reparte sus sonidos por todas las etapas de la vida. Bien sabemos de la necesidad de amar y ser amado, algo que en nada encuentra tanta verdad como en el instante de dos cuerpos tan hondamente unidos que solamente quepa entre ellos el filo de un poema. 
Y tú lo escribes. En y desde tu isla

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Amapolas rusticas

Penetra dentro de mí.
Camina con mi cuerpo
igual como lo hacías
con ese fuego abrasador de esponja
que templa al mismo tiempo la cabeza.

Y llora de alegría entre mis brazos.
Yérguete sobre esta enorme cama
en la que se refugia
la soledad de nuestros cuerpos.
Que fue dura
                           lo sé 
                                    la primavera,
el extraño teatro de esta vida
en la que el mundo suele
delatarse claramente ante su pena.

Porque no está perdida
                                          para siempre
                                                     la esperanza.

No se acaba tampoco nuestra pasión.
En nuestros campos crecen
las amapolas rústicas.
Y en la cóncava plenitud de nuestras venas
vibra la radiante campana del amor eterno.

Todo
puede volver a ser incendio caudaloso,
río de lava infinita que desciende
hasta mi pubis.

Todo
puede volver a ser tan hermoso
como entonces,
                               antes
de que llegara el mes de julio
                                                           y su tristeza.
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El camino de tus piernas


Paladeo la pulpa de tu pecho núbil.
Desciendo por el camino de tus piernas.
Vago en pos de ese delirio en el que suelen
navegar tus pupilas,
                                          incendiando
aún más la luz del norte,
                                                  el fuego fatuo
que desconoce aún el origen
exacto de su esplendor.

Tengo en mi vientre un poco de tu vientre
y siento una especie de rayo caudaloso
en el interior de mi garganta,
que me impulsa a pronunciar
frases auténticas,
olvidarme de batallas grises
y penetrar contigo en un planeta hermoso
en el que la pasión es más inmensa que la luna.

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