viernes, 17 de enero de 2020

Dos poemas de José Iniesta: Dar el pan y Con viejas palabras







        El poeta está de gira por España. A su lectura del Ateneo valenciano -cuánto bien hace Vicente Barberá con ese ciclo- añade ahora otras próximas, Salamanca y Badajoz, a la espera de la ya anunciada en Madrid. Es José Iniesta (Valencia, 1962) y ha editado reciente con Renacimiento Llegar a casa. Tuve oportunidad de saludarle durante el pasado encuentro de Náufragos. Es hombre entregado a la pasión poética. Como una vocación indestructible. Escribir poemas, parece, se ha convertido para algunos en costumbre social, en un modo de presencia, en ocio culto que dicen los norteamericanos. No es el caso. Aquí hablamos de necesidad, de urgencia. De amor si me lo permiten. Más allá de los poemas, la persona de José Iniesta trasmite la verdad del concilio que la poesía procura. No puede decirse de otros. Cree en lo que hace porque le sostiene, porque lo necesita. Es poeta que dice de las cosas que habitan sus alrededores: las ciertas y las sospechadas. Digamos que es celebrativo, esa etiqueta que desde Claudio nos recorre. Digamos que su lectura me recuerda los tonos de César Simón, tal vez por ese escribir andando sobre las cosas, sin dañarlas. Sin retorcimientos lingüísticos ni conceptuales. Pero sin el eco desvalido que a veces asomaba en César. Y porque sin duda sabe que los versos pueden ser un pálido reflejo de la vida, procura abrir ventanas a la luz y al goce del existir mientras escribe. También al amor, para él motivo manantial, como proyecto amparador, como fusión con lo creado. Dice: Ahora solo escribo cuanto amo, en el poema “Amanece en el jardín”. Sabe del tiempo y de sus afluentes: el enigma y los miedos, pero conoce al olmo de la plaza, al granado de su jardín, las noches de piel abierta. Y recorre el camino del crepúsculo de Basho con sandalias gastadas, mas sin prisa. Es un canto donde la muerte no tiene razón, donde el vértigo y la soledad aparecen maniatados por la alegría del abrazo y las plenitudes del aire y del sol alerta. Un poeta de la contemplación como incentivo, de la mirada como semilla, de la paz y la sed como frutos. Fluido, generoso, tan alejado del malestar difuso como de la ácima queja gratuita. Llegar a casa, a ese lugar en donde el mundo se resuelve, es un libro de alto vigor poético. Un libro que camina entre la sencillez del discurso y la fortaleza de aquello que la vida no consigue erosionar. Ofrecemos dos poemas. El primero de los cuales se lo escuché en Cuenca y permanece en mi recuerdo.
 
DAR EL PAN

En torno de la mesa qué aventura
servir a mi familia el pan reciente,
repartirlo en la cena con mis manos.
De golpe todo significa más.
Hoy nada soy,
                          ni sombra,
                                               al alumbrarme
aquí con el amor de vuestros rostros,
y se abre al alborozo mi existencia
como un árbol creciendo desde dentro
para ser en el aire las ramas de la luz.

Ahora si he llegado donde estuve.
Ahora sí que vivo en hora buena
porque es vuestro mi pan,
                                             y en ese darme
que ya no exige nada me descubro
más justo y más real al repetir
el gesto recordado de mi padre
al rebanar la hogaza, al ofrecerla
a mi madre riendo y mis hermanos
en la casa de adobe, cuánta luz.

Hay actos que traspasan su sentido
en este viaje extraño al desconcierto.
Aunque es fría la noche de la carne
estos gestos irradian
                                    claridad y quietud,
son fuente de la sed en el camino,
y siempre son destino, para siempre.  

Ahora se ha quebrado por amor
el cristal de mi edad al asomarme
a la alegría,
                     y todo en nuestra casa
en torno de una vela que nos une
se encala en su sentir, es alimento
en esta noche única que se repetirá,

este pan necesario de la entrega
su hondo entregarse,
                                   a su miga caliente,
este sabor de vida a nuestro lado.


CON VIEJAS PALABRAS

Estas viejas palabras donde fluye mi vida
tan nueva en este día que se acaba
de otoño y de nostalgia, los adioses,
estos versos del tiempo, temporales,
derramándose a veces como música
sobre el cansancio amigo de la carne
como lluvia primera sobre el polvo,
la boca que me besa en mis desiertos,
la viva transparencia de tu amor
colmándose de risas y de auroras
en la cárcel del agua,
                                   la fuente que eres tú.

6 comentarios:

Miguel Ángel Yusta. dijo...

¡Qué gusto leer POESÍA!
Un abrazo. A ambos.

fcaro dijo...

Recibido. Y con alegría, amigo.

Ana Garrido dijo...

Qué gozo del ser siendo, del estar en la piel y en la palabra. Celebremos la luz, Paco. Que nos salve.

fcaro dijo...

Son poemas convocatoria, Ana. Vienen a dar la mano, a cantar a corro.

faustino lobato dijo...

Preciosa reseña de alguien que sabe leer la esencia es personas extraordinarias como Pepe Iniesta. Enhorabuena al reseñador y alreseñado.

fcaro dijo...

Se agradece tu felicitación, Faustino