martes, 28 de enero de 2020

Dos poemas de Hortensia Higuero. (De Los dioses...)

Hortensia Higuero
(Foto de Carlos Paverito)



Con ella hemos compartido numerosas soirées en los eventos poéticos madrileños. Es persona y poeta vivaz que gusta de la compañía, de la conversación con sus contemporáneos. Hablo de la poeta de Alcorcón Hortensia Higuero, que visita por vez primera esta casa. Recién termina de publicar y presentar el último de sus poemarios, Los dioses que olvidaron ser mortales (Lastura 2019), título que parece remitir a un proyecto mitológico, pero que ampara algo muy distinto. Lo cierto es que alberga un recorrido por la cotidianeidad de un existir descrito en primera persona. Y como en poesía  -digo la que se precie de tal nombre- siempre hay una adecuación del fondo con la forma, el lenguaje de Hortensia Higuero, casi conversacional, encuentra la tensión precisa para narrar con intención. Para volcar al papel los sentimientos y las provocaciones que la poeta trae a casa al regreso del día mientras es vigilada por los ojos de la noche. No es un diario, no es un testimonio confesional, pero narra el palpitar de las vivencias, esas que los aconteceres acercan unas veces al desánimo y otras a la aceptación. Incluso a la exaltación.  Aunque debemos advertir, y pronto, que sus textos no se abisman en la tentación autobiográfica de la intimidad, sino que los poemas nos encaminan a que el lector (o la lectora) y la poeta confluyan en estadios emotivos que puedan ser, y de hecho son, compartidos. Un libro escrito desde la sencillez de una poesía a ras de cuerpo, nacida del arañar en las entrañas, que busca más en lo que hay en cada uno de carnalidad, de tacto, de memoria y corazón heridos, que en las abstracciones o los edificios estéticos. Hortensia Higuero escribe aquello que le sirve, lo que mana con naturalidad de sus confrontaciones con los páramos del existir. Desalientos, escalofríos y diciembres se miran cara a cara con el canto de los pájaros, la excitación de los estíos y los amaneceres. Y es que sus poemas escarban en esa sucesión de tristezas y epifanías con que el almanaque, en su rodar, nos obsequia. El cuenco del amor en la noche/ es para sostener el alba, nos dice en uno de ellos. Todos sin título. Y es que la poeta comprende que vivir es renacer cada día, un continuo sin excusas. Y que la vida es bella a pesar de los pesares, que nos decía Goytisolo. Asunto que Hortensia Higuero parece aplicar a su vivir, a su escribir.
El libro se presentó en la Casa de Castilla-La Mancha madrileña, y fue glosado por Francisco Gª Marquina que remarcó la vigencia de los particulares en la poesía de Hortensia frente a los universales; al tiempo que señaló que el libro es un hilo que va desde la infancia a la madurez y que, a lo Gaston Bachelard, la identifica con la casa, ese cuerpo de imágenes del que extraemos razones e ilusiones de estabilidad. Pero en donde, nos advirtió, también se hacen visibles los espacios de soledad que la construyen. Soledad y refugio: las dos médulas del libro. Siempre hemos dicho que la poesía tiene muchas puertas y la de estar atentos/atentas a lo que pasa en nuestros interiores es una de ellas. La que ha usado en esta ocasión Hortensia Higuero.

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La casa está llena de rumores
que a veces me sobresaltan,
como este sonido de nudillos en los cristales,
de galope de caballos preguntando al ayer
la forma que tiene el recuerdo en los insomnios,

son ruidos apenas perceptibles,
ligeros y cercanos
que resurgen para que vuelva a sentir el chasquido
que hace el ruido en la boca de aquel beso
que surgió a lo Humphrey Bogart,

ruidos que en la nocturnidad de la noche saben
por qué las amapolas tienen un verano tan corto
y esa tristeza diurna en sus pétalos
cuando me perturban los recuerdos.
Ruidos.
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Lo primero, el canto de los pájaros
y un poco de agua y tierra;
después la coraza del día,
el pintalabios y una sonrisa permanente de felicidad;

la ecuación dos al cuadrado
suma esquinas desde donde se cuentan las horas;

lo último, la noche,
el refugio de una habitación
y un libro con el mismo título que siempre lees.
La vida es bella.


2 comentarios:

Mayusta dijo...

Poesía intimista, suave, que penetra silenciosamente en el corazón para quedarde.

fcaro dijo...

Hacia la intimidad. Qué bien lo defines.